El principal argumento divorcista es que en la variedad está el gusto y el principal argumento progresista es que los tiempos cambian y que el hombre y la sociedad deben adaptarse al cambio continuo del tiempo.
Ahora bien, el tiempo no cambia, tan sólo pasa. Tampoco el hombre cambia, sólo mejora o empeora, según sus condiciones y según su libertad individual. Esto es, según él mismo decide. El resto no es el paso del tiempo, sino el ritmo de la naturaleza, donde, como decía Clive Lewis, el verano sucede a la primavera pero se trata de la misma primavera del año anterior. No es cambio, es ritmo.
Ahora bien, el progresismo impone un cambio arrítmico y enloquecedor, a base de espasmos, siempre presionando en las fronteras de las cosas. Un ejemplo: ¿cuándo creen ustedes que doña Irene Montero considerará que la mujer ya es igual al varón? La respuesta es nunca. Primero porque en verdad no hay nada más distinto a un varón que una mujer, lo que marca los derechos de uno y otro sexo. Pero, en segundo lugar, porque Montero, como buena progresista, subsegmento feminista, necesita de un cambio continuo. A Montero no le preocupa hacia dónde va: sólo que camina y, por tanto, progresa. O como aseguraba el viejo adagio sobre los Estados Unidos de los años setenta: "Nunca país alguno corrió tan deprisa hacia ninguna parte”. Es la mejor definición de un país progresista, o de una ministra progresista.
Si no existen límites tampoco existe nada, porque las cosas se definen por sus límites. Es lo que llamamos nihilismo, que significa la nada, y que es lo más parecido que existe a la consagración de la locura
Todo la progresía está basada en una gran mentira: en que los tiempos cambian, así que el progre nos presenta el futuro como el Olimpo que alcanzan los vencedores, cuando el futuro, hagas lo que hagas, seas quien seas, te llegará a ritmo de 60 minutos por hora y 24 horas por día. La clave está en el presente, donde ejerces tu libertad.
Y naturalmente, el progresista considera que el desarrollar la propia naturaleza o la propia condición sin pretender modificarla, es reacción y fascismo. No es fascista: es sensato porque no es otra cosa que actuar conforme a tu naturaleza.
Por eso, el progresismo siempre acaba en lo mismo: abajo los curas y arriba las faldas. Contra la verdad y contra la moral. No hay límites. Pero si no existen límites tampoco existe nada, porque las cosas se definen por sus límites. Es lo que llamamos nihilismo, que significa la nada, y que es lo más parecido que existe a la consagración de la locura.
'Prohibido prohibir', gritaron en el Mayo francés de 1968 aquellos jóvenes que, como los podemitas de hoy, querían, ante todo, fornicar. El problema es que el sexo, ajeno a cualquier compromiso de afecto, cansa, aburre y desespera
'Prohibido prohibir', gritaron en el Mayo francés de 1968 aquellos jóvenes que, como los podemitas de hoy, querían, ante todo, fornicar. El problema es que el sexo, ajeno a cualquier compromiso de afecto, cansa, aburre y desespera.