La historia de la humanidad se rige por la misericordia de Dios pero el fin de la historia precisa de la justicia de Dios. Más que el cisma alemán, ahora mismo me preocupan dos cosas: la apostasía general y el hecho de que, en el siglo XXI hemos entrado, de lleno, en la blasfemia contra el Espíritu Santo. El Cisma alemán no es sino un ejemplo más, hay otros, de ambos fenómenos, una consecuencia lógica, previsible, asombrosa... pero no sorprendente.
Lo de la apostasía general no necesita de muchas explicaciones. Cualquier persona con un mínimo de sentido común puede verlo: Dios no cuenta para la "mayoría social", que diría don Pedro Sánchez. Cristo ha sido arrinconado. Vivimos en el postcristianismo. Sin embargo, recuerden: la existencia y el poder de Dios no dependen de que el hombre crea o deje de creer en Él.
Dios en el rincón y el mal se ha convertido en bien, la mentira en verdad y el feísmo entronizado como una de las bellas artes
La blasfemia contra el Espíritu Santo -la inversión del bien, la verdad y la belleza- constituye la marca más evidente de este final de ciclo, donde los tiempos se están precipitando.
Perdonen que insista en el ejemplo para explicar la blasfemia contra el Espíritu pero es que resulta el más visible: hemos pasado de la despenalización del aborto al aborto libre y gratuito y desde éste, atención, al 'derecho al aborto'... que tiene bemoles la copla. ¿Un derecho que una madre mate a su propio hijo en sus propias entrañas? ¿Eso es un derecho? Tal parece, es lo que se pretende: el mal se ha convertido en bien, la mentira en verdad y el feísmo se ha convertido en la más bella de las bellas artes.
Sí, feísmo: la ridícula elegía de lo deforme y la alabanza de lo grotesco constituyen una de las marcas distintivas de esta etapa fin de ciclo. Le llaman democracia y nuevos derechos.
La actual y ridícula elegía de lo deforme y la alabanza de lo grotesco constituyen una de las marcas distintivas de este fin de ciclo. Le llaman democracia y nuevos derechos
El resto, la pandemia, la guerra de Ucrania, la crisis económica permanente, no son más que reflejos de esa mesa con dos patas (a lo mejor por eso se nos cae de continuo) formada por la apostasía general y la blasfemia contra el Espíritu.
El mundo no puede sostenerse en pie sin Dios y si a eso unimos la blasfemia contra el Espíritu Santo, donde todo se invierte, incluido el sentido común... Por de pronto, no piensen que continuamos en el relativismo del siglo XX, ahora hemos dado un paso más y hay que combatir con otras armas.
Por eso digo que Francisco debe actuar. El papa argentino ha intentado templar los ánimos, castigando a los suyos y acercándose a los otros. No digo que fuera mala técnica y estoy seguro de que le inspiraba e inspira la caridad. Pero no puede ir más allá, ha llegado a la frontera misma de la libertad humana. A partir de ahí, son los otros -hablo de todos, no de una parte de los cristianos- quienes debemos elegir.
En cualquier caso, los tiempos se están precipitando y Francisco debe actuar. El Papa afronta un doble esfuerzo: de humildad y de firmeza, aunque sabe que eso le puede costar la vida.
Debemos rezar y ayunar por Francisco. No como el discípulo crítico con el maestro, sino como un padre con su hijo: con todo afecto, a pesar de sus defectos y a pesar de los pesares
¿Y qué debemos hacer los católicos? Lo mismo de siempre pero mejor, con más amor a Dios y al prójimo, como corresponde a un mundo que entra en modo justicia de Dios y casi diría de la paciencia de Dios. No soy depositario de este tipo de confidencias divinas pero apostaría a que la paciencia de Cristo con la humanidad está al límite. Sí ya sé que se trata de una paciencia infinita pero ustedes ya me entienden.
Debemos rezar y ayunar por Francisco, ahora de forma muy especial. Rezar, no como el discípulo crítico con el maestro, sino como un padre con su hijo: con todo afecto, a pesar de sus defectos y a pesar de los pesares.