Esto de los santos, desde la escisión de la Iglesia por cuando Lutero decidió liarla parda, se convirtió en el marco grande que marcaba la diferencia entre la Iglesia y los disidentes: protestantes, calvinistas... Efectivamente, Lutero se encabronó por la corrupción de algunos miembros de la Iglesia, y eso provocó que se machara de la Casa de Dios en vez de quedarse para ayudar a corregir el error de los hermanos (hoy también hay muchos que no van a misa porque dicen que hay curas muy malos). Aquello propició la huida en tropel de muchos pobres hombres y mujeres ignorantes que se dejaron llevar por lo que hoy llamaríamos populismos religiosos. El enfado de Martín fue la gasolina  que echó a arder al pueblo, que ya de por sí no estaba contento y algunos de sus párrocos, posiblemente, no daban buen ejemplo. Puede ser, pero sobre todo es que nadie les daba formación, nadie explicaba lo que sucedía y, como hoy, la ignorancia con hambre les hizo tomar malas decisiones. Pues sí, entre las propuestas de Lutero estaba aquello de que solo Cristo es nuestro maestro -hasta aquí, bien-, y que ningún hombre debería ser modelo de nada porque todos somos pecadores cuyos méritos propios son inexistentes y dependemos solo de los planes de Dios para salvarnos... Claro, aquello prendió enseguida entre campesinos y burgueses interesados en que nadie les confiscara la conciencia y su estilo de vida. Las consecuencias, entre otras, fueron un puritanismo que les llevó a resolver el mal del mundo a base de justicia humana que desembocó en el pesimismo protestante. Siglos más tarde, en el culmen de la involución, desarrolló el nihilismo que hoy nos asola. De esos polvos, nos llegan estos lodos. Los santos fueron retirados de la vista de todos y la Virgen pasó a ser María, la madre de Jesucristo, una más, ni virgen, ni pura y ni mucho menos Inmaculada... ¡Así, ahí es nada! Dejando a miles de personas "huérfanos" de por vida. Cada uno hacía lo que podía, sobre todo vigilado duramente por los que le rodeaban, en un estado de puritanismo confesional por lo políticamente correcto de la época. Los católicos seguimos gozando de todos aquellos que nos han precedido, a los que no adoramos como dicen que hacemos, pero que queremos como Iglesia Triunfante y que nos animan a seguir luchando. A descubrir que podemos caer y que podemos levantarnos, porque la flaqueza de los hijos de Dios se salva con la infinita Misericordia de Dios. Me gustaría añadir que, entre otras cosas, es esto lo que a los católicos nos hace alegres por naturaleza o mejor dicho "sobrenaturaleza". Y es que hoy, que estamos tan americanizados, tan "protestanizada" la sociedad, hay que recordar que celebrar a los santos da vida a los muertos y celebrar a los muertos nos roba la vida... Si cree que la cosa no es para tanto, que no deja de ser un juego infantil o que nada tiene que ver con lo religioso esta "inocente fiesta", le invito a que lea el artículo dedicado a Halloween de Eulogio López, que es más directo que yo y puntualiza más claramente todo. Por último, como siempre, os dejo unas propuestas que pueden ayudarnos a comprender la maravilla de vivir la santidad en la tierra, aunque no todos subamos a los altares: Santos de pantalón corto (Homolegns). Javier Paredes. Libro de perfil biográfico de los niños proclamados santos confesores oficialmente, es decir: de los niños menores de quince años que han sido declarados santos por confesar su fe, sin haber sido mártires. Podría pensarse que a lo largo de toda la historia de la Iglesia hay muchos, pero eso no es así. Lo cierto es que se pueden contar con los dedos de una mano: sólo hay un santo, Domingo Savio y tres beatos, Laura Vicuña y Francisco y Jacinta, los dos pastorcitos de Fátima, inseparables de su prima Lucía. Hay muchos otros niños, candidatos a esta santidad de pantalón corto, cuyos procesos están avanzados y, a buen seguro, que a no mucho tardar comenzarán a subir a los altares. Javier Paredes los conoce bien, pues trabaja con esta documentación desde hace años; de hecho, está preparando un libro con nuevas biografías, continuación de éste que ahora se publica. La exigencia de la santidad (Sekotia). Roberto Esteban Duque. Frente a lo que hoy muchos piensan, una vida fructífera y buena exige la santidad, un fortalecimiento del amor y de la unión con Dios, el reconocimiento de su misericordia en la vida del hombre. Sólo una vida religiosa, como dirá Goethe, es una vida productiva. Este es el sobrio diagnóstico que realiza el sacerdote, moralista y ensayista, Roberto Esteban Duque, en un texto que comienza abordando el enfoque antropológico y cultural, histórico y filosófico de la santidad, para continuar con la necesaria enfatización, realizada por el Concilio Vaticano II, de la exigencia y obligatoriedad de la llamada universal hacia la perfección como único modo de vida posible y fin absoluto del hombre a la luz de la Revelación. Es decir, que nosotros tenemos mucho que ver en nuestra salvación, porque como dijo San Agustín: Dios, que te creo sin ti, no te salvara sin ti. Dios y mi alma. Diario del hermano Rafael (Buena Nueva). Rafael Arnáiz Barón. Como breve sinopsis de esta obra deliciosa, copiaré un párrafo del prologuista Jesús Esteban Barranco: Totalmente sumido y anonadado en el asombro, me he quedado sin palabras y avergonzado de mis quejas por esos días amargos que a todos nos toca vivir, por esas angustias que de vez en cuando se nos clavan en el alma, por esos dolores de cabeza que no nos dejan dormir o esas molestias intestinales que, pasadas las náuseas, aquietan también el corazón; por esas articulaciones que crujen por el óxido de los años… Se agolpa en mi mente la imagen de Jesús en Getsemaní y, con ella, la de algunos santos que llevaron en su cuerpo «las marcas de Jesús» (Gál 6,17), como San Francisco de Asís, el P. Pío…; y me siento abrumado ante la oración y el sufrimiento terrible de este monje, que moría cuando yo... Humberto Pérez-Tomé Román @hptr2013