Los carlistas, gente lista, me mandan dos imágenes para reflexionar. La primera es una frase de San Pío X, el Papa que condenó la madre de todas las herejías contemporáneas, el modernismo. Dice así: “El que conociendo el mal no lo combate, es cómplice”. Es un banderín de enganche para el cristiano, que no puede conformarse con lamentarse del mal: debe actuar. La tolerancia no basta.

Me envían una segunda viñeta, no menos aprovechable: el mismo modernismo dispara contra la tradición… y se suicida, como no podía ser de otra forma, que diría un sanchista. En efecto, la modernidad es tan vacía que se define como un anti-algo. Es la resurrección del maniqueísmo cuya refutación debiera haber resultado definitiva con Santo Tomás de Aquino: el mal no puede equipararse al bien porque el mal no existe (sus consecuencias sí), es sólo la ausencia de bien. Por tanto, otro anti: necesita destruir a la tradición pero, si lo consiguiera, se auto-aniquilarían toda su sustancia es prestada.

O como sentenciaba San Juan Pablo II: deje usted que el mal se destruya a sí mismo, que lo hará, porque carece de contenido.

Doble mensaje: la pasividad no es una opción pero, al mismo tiempo, la victoria del cristiano es segura porque el mal vive del bien y si destruye al bien se destruye a sí mismo.

Vamos, mi lema cotidiano: "De derrota en derrota hasta la victoria final": ¿quién dijo melancolía?