La famosa serie El cuento de la criada está inspirada en la novela de la escritora canadiense Margaret Atwood, la cual se publicó en 1985 con el título idéntico pero en inglés: The Handmaid's Tale. Esta novela catapultó definitivamente a la autora a la fama y salió del anonimato internacional para convertirse rápidamente en el adalid feminista del mundo literario.
La novela versa sobre una distopía feminista, un mundo manipulado por hombres donde la mujer ocupa espacios sociales como meros objetos de decoración (las esposas) u objetos esclavizados, ya sea para procrear (las criadas), servir (las marzas) y el resto, que son mera mano de obra cuyo destino es la muerte asegurada en los campos de trabajo. Mientras, los hombres mantienen el rol de control total, ya sea como políticos, esposos o guardianes. La historia se desarrolla en tierras angloamericanas. El país donde se sucede la acción principal es Estados Unidos, al que se denomina Gilead pero se mantienen los nombres originales de las principales ciudades para que nadie se pierda en el mapa y, como no podía ser de otra forma, el país salvador es Canadá -país de origen de la autora-, meca de la dictadura de lo políticamente correcto, como narra muy bien el canadiense Michael D. O’Brien en su magnífica y aterrorizante novela La última escapada, que desgraciadamente no es una distopía y que con la Ley Celaá y la Ley Integral de Violencia de Género (LIVG) estamos más cerca que nunca de empezar a vivir esto mismo en España al cien por cien.
La dictadura de lo políticamente correcto, como narra Michael D. O’Brien en su magnífica y aterrorizante novela 'La última escapada', desgraciadamente no es una distopía y con la Ley Celaá y la Ley Integral de Violencia de Género (LIVG) estamos más cerca que nunca de empezar a vivir esto mismo en España al cien por cien
Lo cierto es que para mostrar el ambiente de terror femenino que, tanto la serie como la novela, trasladan al espectador no se han tenido que esforzar mucho porque solo han tenido que tirar de historia y fusilar el estado de terror puritano que Juan Calvino impuso en Ginebra, gracias a la revolución protestante de Martín Lutero que, por lo visto, se le quedaba corta para su gusto. Ginebra se convirtió en un lugar donde se mataba a hombres y mujeres por pensar o hacer lo contrario de lo que el teocrático dictador estipulaba. Un país donde la mujer pasaba a ser exactamente eso que Atwood muestra en su historia: una criatura que no aportaba más que pecado y a la que había que atar en corto, casarla inmediatamente para que cumpliera con su función reproductora -única misión para la que estaba llamada-, y no mostrar placer sexual si no quería que fuese llevada al muro de las lamentaciones, vamos, al castigo público, la muerte o el ostracismo social. Mujeres sumisas, silentes, dispuestas y disponibles…
Desgraciadamente, la incultura histórico-religiosa que nos invade hace pensar a muchos de los que han visto o leído El cuento de la criada que eso puede llegar a suceder y no saben que ya sucedió y que dio como resultado una de las sociedades más autoritarias con la religión como excusa, que asolaron Europa primero y después allende los mares, en las tierras colonizadas, en las que mancillaron generaciones completas de mujeres. Ahora, sin contar con una religión mística, vuelven a realizar lo mismo dando la vuelta a todo, hacia una religión laica: la democracia como dios y la relativización de los derechos como doctrina, que terminan convirtiendo en ley de sometimiento a varones y hembras, con las leyes homosexualistas, el feminismo radical y el derecho al aborto o la eutanasia.
La inigualable Irene Montero o la estelar Ione Belarra junto a sus secuaces, que lamen con fruición sus posaderas diciendo que sí a todo y riendo las gracias sin gracia que dicen, saben que tienen ahí, precisamente en esa distopía, su fantasía perfecta para seguir demonizando al hombre y disfrazando de morado cualquier presupuesto al que tengan acceso, porque para eso está el títere de circo Pedro Sánchez, manejado a gusto y placer por Soros para que el NOM se abra paso en la estandarización global mundial de sus tesis dictatoriales, para lo que está dispuesto a mentir, a ser insultado y recibir sonriente los tartazos de la fiesta para seguir en el machito del poder.
La inigualable Irene Montero o la estelar Ione Belarra junto a sus secuaces, que lamen con fruición sus posaderas diciendo que sí a todo y riendo las gracias sin gracia que dicen, saben que tienen ahí, precisamente en esa distopía, su fantasía perfecta para seguir demonizando al hombre y disfrazando de morado cualquier presupuesto al que tengan acceso
Algunos me tacharán de conspiranoico, lo sé. Tranquilos, todo tiene su explicación y no seré yo quien lo haga, será Alicia Rubio desde su libro Feminismo sin complejos, en su capítulo 5, “El feminismo institucional: la revolución viene de arriba”: Como hemos visto, el feminismo de raíz marxista, es decir, lo que ahora existe como feminismo que, permítanme que repita, nada tiene que ver con los derechos de la mujer o la igualdad y que es una mezcla de contradicciones, acientifismo, victimismo y revancha, nunca hubiera podido llegar tan lejos sin contar con algún tipo de ayuda. De hecho, en este momento hay movimientos masculinistas de hombres que tratan de reivindicar sus derechos perdidos, recuperar su presunción de inocencia, o poder ver a sus hijos en caso de rupturas de pareja y no pasan de ser grupos más o menos organizados y sin trascendencia institucional pese a que sus objetivos y reclamaciones son justas y tienen base real.
Pero el broche de oro para este intento continuo de asalto a la libertad se cierra con la Agenda 2030, verdadera ruta a seguir por los dirigentes del mundo que quieran seguir siéndolo. José Antonio Bielsa Arbio, historiador y profesor de Filosofía, entre otras cosas, ha escrito Las trampas de la Nueva Normalidad, un ensayo que merece mucho la pena ser leído porque nos da una cosmovisión del movimiento orgánico y organizado de la trama de poder de esta maligna Agenda a nivel mundial, donde los temas fundamentales y todos los transversales tratan de domar a la humanidad, mucha de esta ya domesticada, feliz en la alquería donde no pensar ni opinar es imprescindible para vivir en paz. Solo sentirse feliz basta, como cualquier animal de granja cuyo final será dar la vida a cambio de su libertad. O más directo si cabe, como dice don Corleone en la irrepetible película de El Padrino: «Te diré algo que aprendí de mi padre: Intenta pensar cómo piensan los que te rodean. Con esta base, todo es posible». Al fin y al cabo, quizá por eso el dramaturgo Octave Mirbeau tituló su famosa comedia Los negocios son los negocios.