La industria audiovisual pasa por un mal momento, aunque una visión superficial semeje lo contrario. Las plataformas se han impuesto a la televisión generalista y las series se han impuesto al cine. Ahora bien, lo han hecho con un modelo empresarial basado en el apalancamiento. Por eso, el mundo de Netflix y de HBO es un negocio de granujas, que desde Estados Unidos controla el mundo e incluso chantajea a quienes defienden los valores cristianos.

Ejemplo, Netflix chantajea a los Estados norteamericanos que se atreven a defender la vida del ser humano desde la concepción hasta la muerte natural: si seguís defendiendo la vida humana y poniendo pegas al crimen del aborto me voy de aquí y traslado los miles de puestos de trabajo a otro lado. Esta repugnancia la ha practicado Netflix, por ejemplo, en Georgia. O la degenerada Disney contra el gobernador de Florida, el republicano cristiano Ron DeSantis: si no aceptas y apoyas fiscalmente la perversión de menores a la que me dedico, te pondré en berlina delante del mundo del espectáculo por fascista y, además,... te quitaré puestos de trabajo.

Al mismo tiempo, si de modelo de negocio hablamos, recordemos que a Telefónica, por ejemplo, los analistas no le permiten un apalancamiento superior al 4%. Netflix y Amazon pueden mantener un 60% y los mercados lo aceptan sin rechistar.

Pero, en cualquier caso, todos estos privilegios chocarán antes o después con la realidad y estas multinacionales de la perversión tendrán que empezar a pagar sus deudas, ergo, a reducir su poder.

Sin embargo, hay una rama de esa industria audiovisual, del actual mundo del espectáculo, que no conoce la crisis y que sigue creciendo a dos dígitos: los videojuegos. En estos momentos no me interesa la crítica habitual a este tipo de pasatiempos, que causan verdadero furor entre nuestros adolescentes y nuestros jóvenes... y nuestros adultos.  Lo que me preocupa no es el contenido de esos videojuegos, que sean buenos o malos, ni tan siquiera su temática o las ideas que transmiten. Eso vendrá luego. Lo que me preocupa, es que se han constituido en una especie de mundo paralelo, que tantos niños y adolescentes, con su alma y su mente -que es lo mismo- aún en formación, pueden considerar tan reales como la realidad. 

Y esto constituye un problema, porque la locura no es otra cosa que no ver la realidad tal cual es. Para muchos jóvenes -y para muchos adultos malformados desde niños- los videojuegos son tan reales como la vida real que empieza cuando terminan de jugar. Y a eso se le llama demencia, sencillamente.