Es a menudo que nuestros pensamientos nos predisponen hacia un mundo mejor, quizá porque el presente nos resulta incómodo, o incompleto. La tentación de mirar hacia atrás, en ocasiones es muy fuerte porque el pasado, duro o blando, tiene siempre el tinte dorado de la nostalgia y nos parece que mucho de lo bueno se quedó allí, en la memoria de nuestra historia o la historia en general, aunque no nos pertenezca. Y los pensamientos, esos que anhelan un futuro mejor con retazos del pasado, nos traen y nos llevan caprichosamente por la irrealidad de las cosas, lo mismo que Alicia, en el país de las Maravillas, que se dejaba seducir por los encuentros fortuitos pensando que todo era una oportunidad constante para mejorar, cayendo una y otra vez en la frustración de que la realidad es otra cosa, sobre todo es el esfuerzo personal del día a día.

Pasado, presente y futuro, son la secuencia de nuestra vida, que nos agita el interior, cuánto más llegando al ocaso del año, que parece que nos toca hacer examen de cómo nos ha ido en 2019 y hacer cábalas de cómo nos irá en el 2020 -por cierto, bonita cifra, que diría Alicia-. Y de todas las herramientas que nos rodean, es Internet la que más influye en nuestra vida. Internet con todos sus periféricos como las redes sociales, las páginas web, las comunicaciones, la nube de almacenamiento... Y también de lo que nuestras vidas dependen relacionadas cada día más con él, como con la alta tecnología que controla el movimiento de satélites; la coordinación de los transportes aéreos, marítimos y terrestres; los recursos científicos, médicos y sanitarios; la fabricación de productos robotizada; los proyectos de ingeniería, arquitectura y obra civil que ya solo se hace en ordenador y cada día más en espacios virtuales; el control de la gestión pública, especialmente Hacienda, la Seguridad Social y fomento; los medios de comunicación la televisión, la radio y la prensa (por llamarlo de alguna forma para que nos entendamos)...

Quien controla nuestras vidas, controla nuestra libertad. Stalin era lo que deseaba, controlar hasta los pensamientos, pero entonces eso no podía hacerlo, y quien no pensara como él terminaba en un gulag del que solo se salía muerto

Hablamos de una realidad absoluta de la que cada año que pasa, todos dependemos más y cedemos terreno a un mundo que cada día controlamos menos. Y si nosotros no lo controlamos, ¿quién lo controla por nosotros? ¡Exacto, lo ha adivinado! Los gobiernos, con cada vez mayor poder sobre nosotros y nuestras vidas. Y quien controla nuestras vidas, controla nuestra libertad. Stalin era lo que deseaba, controlar hasta los pensamientos, pero entonces eso no podía hacerlo, y quien no pensara como él terminaba en un gulag del que solo se salía muerto, y  a veces ni eso. Hoy sí, hoy gracias a los algoritmos de las redes sociales y los sitios web que visitamos, saben nuestros gustos, nuestros hábitos, nuestros horarios, la geolocalización, cuáles son nuestras conversaciones por teléfono o por mensajería gratuita -ojo con lo de gratuita, porque no hay nada gratis-, las fotos que hacemos y a quién, nuestra salud, dónde y cuánto tiempo aparcamos el coche... Y dentro de nada el dinero físico desaparecerá y todo serán transacciones virtuales: nuestro sueldo, cuánto tenemos, en qué y cuándo gastamos, dónde lo hacemos, quién paga nuestro sueldo y quién cobra de nuestros ahorros. Adiós a los ahorros del colchón y adiós a otra parte de nuestra intimidad y libertad, es decir, nuestra dignidad como seres humanos.

Dadas las circunstancias, hagamos un poco de utopía. Para mí, una utopía deseable sería que colapsara Internet, que se cayera el sistema global. ¿Qué supondría inmediatamente con esto? Primero que morirían muchas personas que dependen directamente de la configuración de las máquinas que gestionan su vida en hospitales o enfermos en sus casas con dependencia de alta tecnología. En un segundo espacio de tiempo, otros muchos morirían posiblemente en alta mar, en el desierto o la montaña porque dependerían de un GPS para llegar a su destino o volver a casa. Pero no se preocupen por esas muertes que ahora y dicho así, nos parecen horribles, porque al mismo tiempo salvaremos otras muchas de no morir abortados o congelados como un embrión, o sin que nadie les mate dignamente... ¿Se dan ustedes cuenta la cantidad de gente que se salvaría?

Dadas las circunstancias, hagamos un poco de utopía. Para mí, una utopía deseable sería que colapsara Internet, que se cayera el sistema global

La utopía sigue, ahora desde la tecnología, porque volveríamos al mundo analógico, lo que obligaría a recuperar antiguos oficios y profesiones. La vida no iría tan deprisa porque los tiempos de ejecución serían distintos, habría trabajo para muchos y no existirían las prejubilaciones. Además con todos los niños no abortados ni mantenidos en congeladores, la pirámide demográfica volvería a estar en su posición natural, la base abajo y el pico arriba. También los médicos y los enfermos volverían a confiar también en la providencia divina más que en los análisis y las maquinitas que todo lo saben.

Avancemos con la utopía, ahora con la población, porque al quedar bloqueados los sistemas de viajes rápidos, controlados y teledirigidos, los movimientos de masas dejarían de existir y seguramente los pueblos ricos y los pobres tendrían que resolver sus problemas de forma local, con sus propios recursos, sin pretender usurpar los ajenos y desarrollándose según las riquezas naturales del país, porque el comercio internacional se restringiría otra vez a la ruta de la seda o alguna ruta más. El campo y el ganado volverían a tener el lugar que le corresponde y la España vaciada dejaría de serlo y la vida rural daría una vez más sentido a la sociedad restando sentido a las grandes urbes.

Y terminamos la utopía con la mejor de las ventajas: desaparecería el pretendido poder global, el NOM, y cada lugar recuperaría su identidad, sus costumbres, su esencia humana, que es lo que le hace verdaderamente lo que es como persona. La política será local, ajustada a las necesidades reales de sus habitantes y el bien común volvería otra vez a ser el sino del poder político. La religión tendría sentido y se recuperaría la fe de muchos pueblos, hoy corrompida por influencias mediáticas y pensamientos de moda fabricados a propósito, que ni en sus orígenes ni en sus identidades se corresponden y solo afectan a la confusión de la persona, de la familia y la sociedad.

La utopía sigue, ahora desde la tecnología, porque volveríamos al mundo analógico, lo que obligaría a recuperar antiguos oficios y profesiones. La vida no iría tan deprisa porque los tiempos de ejecución serían distintos, habría trabajo para muchos y no existirían las prejubilaciones. Además con todos los niños no abortados ni mantenidos en congeladores, la pirámide demográfica volvería a estar en su posición natural, la base abajo y el pico arriba

Pues mira, me ha salido bien esta utopía. No creo que fuese malo para el ser humano en general. Volveríamos en un golpe de cinco minutos dos siglos atrás, pero con un conocimiento muy superior y recuperando la humildad para reconocer lo que somos, la caridad para ayudarnos entre todos y la fe para ver que nuestra vida sin Dios es un caso perdido y lleno, muy lleno de un vacío helador.

La restauración de la cultura cristiana (Homolgens) John Senior. Una novela muy adecuada para el tema relacionado con mi utopía recién narrada, porque en este caso se trata de un profesor que pretende reinstaurar la cultura cristiana en plenos años '70 en una universidad americana. Para muchos era como volver al al pasado, como en mi utopía, que también es volver al pasado... Pero, ¿y si es asi para bien del ser humano?

El final de los tiempos (Sekotia) José Javier Esparza. Esta ficción que comienza en distopía y con un enorme parecido a nuestros tiempos más contemporaneos, termina en utopía, después de que los poderosos se enfrenta al dolor y a la muerte y que los habitantes del submundo consiguen descubrir que vivir fuera del sistema, no solo es posible, es que es necesario para seguir viviendo. Una estupenda novela narrada como solo narra Esparza.

Hillbilly, una elegía rural (Deusto)  J.D. Vance. El resentimiento, la falta de ambición y una combinación letal de victimismo y pesimismo, junto a una devoción por el país, una fervorosa fe en Dios y un desaforado sentido del honor han hecho que los hillbillies posean una tendencia a la violencia física y verbal, que se conformen con vivir de los subsidios del Gobierno y que sean despreciados por sus compatriotas de ambas costas del país (EEUU). Su respuesta a todo ello es conocida: han encumbrado a Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos, posiblemente que esta sea también una forma de dar la vuelta al pasado en la lucha a brazo partido por recuperar una dignidad que han perdido por Dios sabe qué.