El puritanismo es un modo de soberbia y tiene raíz anglosajona: se basa en la misma moral de los paraísos fiscales, prácticamente todos ellos anglosajones: no pagar los impuestos al gobierno es gravísimo, pero como, aún así, no pienso pagarlos, para no defraudar, creo un paraíso fiscal en las islas del Canal y ya mi dinero no estará defraudando a Inglaterra sino al mundo mundial. La responsabilidad se disuelve entre toda la humanidad y eso resulta mucho más llevadero.
Lo mismo ocurre con ese ensayo que ya he traído otras veces a estas pantallas, titulado elogio de los grandes sinvergüenzas: una comparación preciosa entre Felipe II y Enrique VIII. El católico Felipe se aprovechaba de su condición de rey para galantear a las más bellas damas de la corte. Luego se arrepentía, se confesaba con el cura más próximo y no incordiaba a nadie más.
El puritanismo no cree en el valor del arrepentimiento ni del perdón. Lo primero que suprimió fue el sacramento de la confesión, donde el penitente confiesa su culpa y se propone no hacerlo más
Enrique VIII de Inglaterra, por contra, se encaprichó de Ana Bolena y, como él no podía pecar, no podía incurrir en falta alguna, se empeñó en que el mismísimo Papa anulara su matrimonio con la española Catalina de Aragón.
Conclusión: Enrique VIII hizo pasar por las sábanas de su cama a todo el pueblo inglés y acabó creando esa multinacional llamada Iglesia de Inglaterra. Naturalmente, asesinó a cuantos 'papistas' se le opusieron.
El puritanismo tiene que ver con la pureza lo mismo que el espíritu con el espiritismo
El puritanismo se explica muy bien, con aquella anécdota, en plena guerra civil inglesa (siglo XVII) ente los realistas y los parlamentaristas puritanos de don Oliver Cromwell. Un jefe realista responde de esta guisa a un capitán puritano que le reprochaba la pecaminosa vida de sus soldados: "Mis hombres tienen los pecados de los hombres: el vino y las mujerzuelas. Los vuestros tienen los pecados de los demonios: la soberbia y la rebeldía".