Observen la foto. Un anuncio, enorme, luminoso, en el lateral de la catedral de Milán, el Duomo. Mejor, muchos, demasiados, anuncios enormes.
Se pongan como se pongan, eso se llama simonía, una cosa muy fea ya condenada por la primera Iglesia. La simonía consiste en extraer rentabilidad de la administración de la Gracia, que es a lo que se dedica la Iglesia. Sí ya sé que cuando hablamos de simonía estamos hablando de cobrar por la administración de los sacramentos pero lo cierto es que una catedral no debe servir para que se anuncie la joyería Tiffany.
Una catedral no está para poner anuncios, ni tampoco para ser visitada por los turistas. Esto debe quedar como actividad marginal y lo otro no debe quedar en sitio alguno. Las catedrales se construyeron para rezar y para honrar a Dios, no para anuncios publicitarios. Que ya me he topado con muchas iglesias y con demasiadas catedrales donde te prohíben entrar para rezar si no pagas la entrada.