Hace ahora 15 años, Michael O'Brian, el genial autor de El Padre Elías -no se vayan a creer que todos los canadienses son como el tipo de los calcetines horteras-, concedía una entrevista a la agencia Zenit, en la que soltaba lo siguiente acerca de los signos visibles del Anticristo: "Estamos viviendo la mayor apostasía de la fe desde el nacimiento de la Iglesia. Para mayor vergüenza, está ocurriendo en las naciones de la antigua cristiandad. Las naciones más poderosas de la tierra llaman mal al bien y bien al mal". Ya saben, la Blasfemia contra el Espíritu Santo, ese fenómeno descrito por Cristo en el Evangelio, con el que tanto damos la pelma en Hispanidad porque creemos sinceramente que constituye la marca distintiva de nuestro tiempo, ese fenómeno reverdecido en el siglo XXI por el que me atrevo a decir y por lo que nos atrevemos a decir que estamos ante la mayor crisis de la Iglesia en sus 2.000 años de historia.

En el siglo XXI ante el viejo grito evangelizador del misionero: "Arrepentíos de vuestros pecados", el catecúmeno ya no reacciona con orgullosa rebelión. Ahora, simplemente pregunta: ¿Qué es el pecado?

La apostasía es general, como dice O'Brian. Este es un fenómeno muy preocupante y no es el hecho, siempre teñido de morbo, de si el anticristo está ya entre nosotros o todavía perteneciente al futuro por venir. Si, además, a esa apostasía unimos la blasfemia contra el Espíritu Santo, pasamos de la circunstancia a la esencia y si a todo eso le añadimos una Iglesia que parece desaparecida, pues mire usted... 

Por Iglesia desaparecida entiendo un doble fenómeno: que el Cuerpo Místico de Cristo no pinta nada para el mundo y que la propia Iglesia se mundaniza. En el siglo XXI al viejo grito evangelizador del misionero: Arrepentíos del pecado, el catecúmeno ya no reacciona con orgullosa rebelión, simplemente pregunta: ¿Qué es el pecado? Y si le piden que se convierta, responde: ¿A qué me tengo que convertir?

¿Que qué va a ocurrir? Pues no tengo ni idea, naturalmente. Ahora bien, cuando se confía en Dios todo cambia. El asunto, como decía el cachondo de Billy Wilder en "Uno, dos, tres", es "desesperado, pero no grave"

En este escenario todo es posible: la ideología de género, el trashumanismo o el deseo, consciente y ferviente, de terminar con la raza humana, no sólo de abolir el alma humana sino de aniquilar su cuerpo.

¿Que qué va a ocurrir? Pues no tengo ni idea, naturalmente. Ahora bien, como católico que soy confío en la Providencia de Dios. Y cuando se confía en Dios, el problema, como decía el cachondo de Billy Wilder en Uno, dos, tres, es desesperado, pero no grave.

 ¿Ya está el Anticristo entre nosotros? No lo sé, sólo me lo parece.