Romper con el PP puede resultar imprescindible
Conste que no me ha gustado la política de Vox respecto al coronavirus. Nunca debió pedir al estado de alarma, que se está demostrando un fracaso contra el virus y una ruina económica.
Sí, insisto en ello y en algo más: cuando nuestros propios organismos logren vencer al virus, logren inmunizarse, los políticos dirán que vencimos al virus gracias a sus medidas carcelarias de confinamiento.
Pero ayer, una vez más, Santiago Abascal, en el Congreso, volvió a demostrar que Vox no es un partido ultra, sino un partido católico. Lo que ocurre es que hoy, a todo lo que huela a católico, incluso por parte de muchos cristianos, lo tildamos de ultra.
Hemos expulsado a Cristo de la vida pública y ahora, con el Covid, comprobamos cuánto le necesitamos
En el debate parlamentario para alargar el estado de alarma, perpetrado el miércoles 25 en el Congreso y finalizado a las 2 de la madrugada del jueves 26, fue Abascal el único que se atrevió a hablar de Cristo -palabra prohibida en el Congreso de los Diputados-. Bueno, habló de cristianismo, en concreto de extremaunción y sólo por eso merece un aplauso.
Porque, efectivamente este virus parece un tanto anticlerical. Es más contagioso que grave, y provoca mayor histeria que mortalidad. Por ejemplo, ha conseguido que se prohíba enterrar a los familiares, que se despidan de sus moribundos, así como velar a sus muertos.
Eso quiere decir que tampoco puede estar el cura, con lo que se priva a los agonizantes católicos de sus últimos momentos antes del tránsito. Es la famosa amenaza del pasado: moriréis como perros. Es decir, sin auxilios espirituales, sin el viático.
El cristianismo es una religión sacramental, es decir, social. Y estamos ante un virus especialmente cristófobo... igual que el Gobierno
En general, lo que ocurre es que el cristianismo es una religión sacramental. Ninguna otra lo es.
Y resulta que los sacramentos necesitan de un administrador y, en general, se administran en ceremonias públicas. El Covid-19 se aprovecha de las concentraciones de más de una persona y entonces es cuando los obispos caen en la trampa y prohíben las eucaristías públicas. El resto lo hace el Gobierno y un pueblo dominado por el pánico.
En cualquier caso, el coronavirus ha conseguido que Cristo desaparezca, aún más, de nuestra vida pública. Justo cuando más se le necesita. Abascal ha estado muy oportuno. Por algo se empieza.