Si consultan el diccionario de papas y Concilios, del historiador Javier Paredes, descubrirán qué ocurrió en el siglo XIII. Celestino III, Papa desde el 1191 al 1198, abdicó, cansado de intentar evitar guerras entre monarcas católicos, al menos sólo de nombre. Pero incluso este caso es distinto porque los cardenales se negaron. Moriría pronto, bastante hastiado de la hipocresía de los monarcas entonces reinantes.

En el caso de Benedicto XVI (en la imagen) no ha habido lugar. Su dimisión ha sido tan inesperada como sorprendente (salvo para los vaticanólogos: ellos ya lo sabían, aunque no lo habían contado por discreción).

La referencia histórica da una idea de la importancia de la decisión de Benedicto XVI, cuya modestia no pongo en duda pero con el que, por vez primera, me permito discrepar: si sufría agotamiento intelectual la verdad es que lo disimulaba un montón. Al igual que su predecesor, Juan Pablo II, el Papa alemán era un torbellino intelectual, un huracán del espíritu que tenía la virtud de poner siempre el dedo en la llaga. Ya he dicho otras veces que yo lo contrataría como periodista por su capacidad de hacer titulares, es decir, de condensar en una idea procesos sociales y espirituales e intelectuales verdaderamente complejos y enrevesados.

Como Papa Santo y sabio que ha sido, el discurso cultural imperante, la progresía, ha intentado crucificarle todo lo que ha podido. De entrada le llamaron nazi, sólo porque hay mucho malnacido pululando por el planeta tierra, y se acabó llamando pederasta, mismamente a quien había metido en vereda a los curas pederastas, a pesar de tratarse de un asunto exagerado hasta la náusea por el Nuevo Orden Mundial (NOM).

Se le castigó con el modelo: cara, yo gano; cruz, tú pierdes". Al tiempo, se trataba de reducir sus mensajes y resaltar cualquier error, más que suyo, de los suyos.

Sin embargo, miren por dónde, hoy, lunes 11 de febrero de 2013, hasta los progres se sienten huérfanos. Está claro: una cosa es laminar a un Papa, sea quien sea, diga lo que diga y haga lo que haga.

Y entonces llega ese "porqué" del que hemos hablado en Hispanidad. ¿Por qué ha dimitido Joseph Ratzinger En mi opinión ha dimitido por esas palabras de su comunicado que menos se han resaltado, donde habla de un mundo, el actual: "sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe". Lo que está diciendo Benedicto XVI es que la Iglesia se enfrenta a retos que él no se atreve a asumir. Y eso me lleva a otro enigma: "la verdadera humildad de un cristiano no consiste en retirarse ante los retos sino en poner su poquedad humana en manos de su confianza en Dios".

En definitiva, ¿presiente el Papa Benedicto que se aproximan tiempos muy difíciles para la Iglesia y ha optado por acelerar el proceso Yo creo que sí pero, como ha dicho Paloma Gómez Borrero, "el Espíritu sabe más". Y encima ha decido retirarse en un  monasterio de clausura, donde podrá rezar "por la Iglesia" y no tendrá que dar explicaciones. En su caso yo haría lo mismo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com