El éxito de Abascal radicará en devolver a la política los principios cristianos. O eso, o se quedará en anécdota.
Comenzó la legislatura. Y empezando por el final, si esta es la clase política que la protagonizará lo mejor es que sea una legislatura fallida. Mejor otras elecciones que lidiar con el Frente Popular que prepara el ególatra indocumentado de Pedro Sánchez.
El martes 4 de diciembre, nuestros políticos se comportaron como lo que son: fatuos, engreídos, vanidosos, descerebrados… ¡Estos son nuestros líderes! Que, como periodista, tenga uno que estar pendiente de mentecatos como Gabriel Rufian o Adriana Lastra...
La cristofobia es lo que une a personajes tan distintos como Sánchez Iglesias o Rufián
Ayer tras el ‘diálogo’ PSOE-ERC, José Ábalos salió rabioso. Porque el número dos del PSOE es chulo pero no tonto. Sabe a lo que esto nos encamina, al Frente Popular y no le cabe la camisa en el pecho. En su momento (noche electoral) estuvo a un pelo de traicionar al pinchaúvas de su jefe y apostar por la Operación Borrell. Pero SM Felipe VI no se atreve a plantear que no sea Sánchez quien forme Gobierno. Su Majestad no se atreve, Y así, por no atreverse, es posible que pierda el trono porque está colaborando, por omisión, a la entronización de socialistas republicanos, podemitas republicanísimos y separatistas que odian al Rey de España.
Ahora bien, ¿qué les une a todo ellos?: una sola cosa: su odio a Cristo. Ya no es anticlericalismo, es pura cristofobia. Los unos son centralistas, los otros independentistas; los unos son capitalistas, los otros proletarios perroflautas, los terceros burgueses catalanes o vascos… pero a los tres les une su aversión al cristianismo.
Y claro, el inicio de legislatura ha mostrado la calidad de nuestra clase política: como para salir corriendo de España. No es lo que alguna gente está haciendo. Lo que están haciendo es sacar su dinero de España. No, no es lo mismo.
¡Qué tenga uno que estar pendiente de petardos como Gabriel Rufián y Adriana Lastra! Y también del petardo de Sánchez
Pero volvamos a la sesión de inicio de legislatura. Si Santiago Abascal pretende ser una alternativa -y puede serlo-, debe devolver al Congreso los principios cristianos. Por ejemplo, ayer mismo, la estrenada presidenta del Senado, la feminista radical y mala-uva Pilar Llop, lanzó un discurso feminista y, no es una reiteración, ligeramente absurdo. Pues bien, Abascal en lugar de perderse en batalla por la composición de la Mesa del Congreso, debió lanzar ya su primera andanada. Y lo tenía a mano: la eutanasia que pretende tanto Podemos, como el PSOE, como los separatistas, como la derecha pagana de Ciudadanos. Y donde el Partido Popular, cómo no, se muestra tibio y cobardón.
Porque Vox no es un partido ultra pero corre el riesgo de serlo si relega los sus principios cristianos. Vox es y debe ser un partido cristiano. La defensa de la unidad de España no basta para celebrar un debate parlamentario o un alternativa política. Entre otras cosas, porque alguien podría preguntarse: unidad de España, ¿para qué? Una España unida, ¿en torno a qué principios? Y la respuesta sólo pueden ser los principios cristianos… que constituyen el origen y el sentido de España.
Los juramentos gilipollescos dan la medida de nuestra clase política: me marcho al Congo, un país serio
Así sí que la gente ‘visualizará’ (¡qué termino tan tonto!) la distinción entre lo progre y los no progres verdadera división de España: en el Congreso, hay progres de derecha (PP y Cs), progres de izquierda (los del Frente Popular) y un partido que no es progre: Vox.
Y para los que pregunten que es el progresismo, se resume en esto: ¡Abajo los curas y arriba las faldas!
En este ambiente políticos, los juramentos gilipollescos del martes no son sino muestra de una clase política que no daría ni para gobernar la isla de Malta.
Y en ese caldo de cultivo, si Vox se comporta como un partido cristiano podrá sacarle los colores al PP y responder a un electorado que no traga con la tontuna progresista. Si no, se quedará en la extrema derecha… sin mucho que aportar y llamado a ser la guinda apostrofada de la tarta progresista. Eso no sería mucho.