Otro amigo del silencio doloso: el cardenal Omella, nombrado presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en sustitución de Blázquez
El cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella (aragonés de la franja fronteriza entre el reino y el principado) ha sido nombrado presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) en sustitución de Luis Blázquez, que cumple su segundo mandato (ahora pasan de tres a cuatro años, por lo que Omella podría ser presidente de la CEE durante ocho años).
Los vaticanólogos, una especie que, desgraciadamente, no está en peligro de extinción, insisten en que se trata de un obispo de toda la confianza de Francisco. Ya saben, “los amigos de Francisco” que según la prensa progre eran muchísimos justo hasta el momento en el que (hace ahora 10 días) Francisco dejó de ser progresista y se ha integrado en el equipo de los cavernícolas, tras la publicación de Querida Amazonia. Les ha defraudado: ahora resulta que es un Papa como cualquier otro: cree en Dios, ama a Cristo y defiende el Magisterio de siempre: lamentable.
Justo cuando la Iglesia sufre el peor ataque de toda la historia reciente, el del gobierno Sánchez, nuestros obispos callan
Ahora bien, lo de menos es que Omella sea pro-Francisco o anti-Francisco. De hecho, si quieren catalogarle en grupo deberían pensar en quién fue su mentor: el que también fuera presidente de la CEE, Elías Yanes. Ahí encontrarán las respuestas.
En cualquier caso, uno no condena al nuevo presidente de la CEE por lo dice, sino por lo que no dice, por callar. Y en esto, en poco se diferencian Blázquez y Omella.
En tiempos de cristofobia el silencio episcopal no es prudencia, es pecado
Este es otro amigo del silencio. Ojo, insisto, no ‘condeno’ al cardenal Omella, ni a otros obispos españoles, por lo que dicen sino por callar. Porque justo cuando la Iglesia sufre el peor ataque de toda la historia reciente, el del gobierno Sánchez, con la clarísima idea de anularla, comenzando por la asfixia económica, nuestros obispos callan, no vayan a ofender al Gobierno.
Y en tiempos de cristofobia, el silencio episcopal no es prudencia, es pecado. Pecado, entre otras cosas, de cobardía.