Una España bajo vigilancia y sanción
Mi única duda es esta: ¿Pedro Sánchez es consciente de hacia dónde camina o simplemente disfruta del viaje? Porque el coronavirus le ha permitido mandar lo que una democracia, un régimen de libertades, jamás le hubiera permitido y, encima, entre el aplauso de una España convertida en un país de delatores y chivatos, que aplauden cada vuelta de tuerca del poder sobre su propia libertad. El miedo a la muerte hace que el español viva un síndrome de Estocolmo respecto a La Moncloa y que, encima, los ministros se vanaglorien de lo mucho que trabajan por el pueblo, a pesar de una gestión de la lucha contra la pandemia que no puede resultar más desastrosa.
Y todo ello en medio de un monumental aplauso general. Ruedas de prensa constantes. Manipuladas ciertamente, pero constantes, como si la trasparencia consistiera en hablar mucho aunque se mienta tanto como se habla.
España camina hacia el totalitarismo de corte soviético, más bien bolivariano (leninismo de corte gramsciano, a través de las urnas, que no de la revolución) y lo hace por al menos seis vías. A saber:
1.Ingeniería social: la primera y más importante es la del arresto domiciliario. Como lo hacen en nombre de nuestra salud y de nuestra seguridad, aceptamos un confinamiento liberticida.
Pero seguimos aumentando el arco. El nuevo proyecto de ingeniería social consiste en aislar -tiemblen ante el todavía desconocido método que utilizará el Gobierno- a los positivos asintomáticos. Como den positivos con los maravillosos test comprados a China a precio de oro, que fallan más que una escopeta de feria, a lo mejor encarcelan a ‘inocentes’ y consiguen que los no-infectados se conviertan en infectados en los nuevos campos de concentración planteados por Pedro Sánchez.
Y los medios informativos no ponen en en solfa este Gulag sanitario. Es más, requieren más información, más trasparencia, sobre la medida.
2.La segunda medida consiste en que el Gobierno Sánchez pretenden terminar con la libertad de prensa. No admite la discrepancia. Pero ¡ojo!, como acabo de decir, la crítica no procede de unos medios de comunicación pastueños sino de los pequeños medios de Internet y de las denostadas redes sociales.
En cualquier caso, la directriz ya la ha adelantado una de las mejores y más peligrosas cabezas del Ejecutivo, José Luis Ábalos, el pasado domingo 5, en rueda de prensa desde Moncloa: quien rompa “la unidad de acción”, o sea el seguidismo al Gobierno en la lucha contra el coronavirus, es un asesino en potencia -“estamos salvando vidas”- y debe ser democráticamente perseguido.
“Nadie debe quedarse atrás”, que es lo mismo que decir que todos nos quedaremos atrás… no vaya a ser que alguien se adelante
3.Silenciar a la oposición: sólo los fascistas se oponen a nuestras medidas terapéuticas. Y entonces la oposición colabora: nadie se atreve a oponerse al confinamiento. En ese apoyo, Casado y Abascal cuajaron su perdición.
En este punto, hay que resaltar el error de Vox, el único partido que, por cristiano en filosofía y liberal en economía, podía denunciar la farsa. Su aún presente tendencia militaroide le llevó a solicitar, y fue el primero, el estado de alarma… y ahí la pifió. De poco sirve que ahora Abascal no se ponga al teléfono de Sánchez. Es verdad que no quiere ser coartada del presidente bolivariano… pero es que ya lo es. O Vox se opone a la nueva prórroga del confinamiento o se difuminará en esa oposición delicuescente en que se ha convertido una derecha española que, o bien no tiene principios, o bien no sabe aplicarlos en razón del momento.
4.Destrozar la economía para que el Gobierno ‘se vea obligado’ a tomar el control de todo y terminar con la propiedad privada. Y los empresarios colaboran con ello. Los banqueros (Ana Botín, por ejemplo,) porque les va a proporcionar un negocio de sopa boba, con créditos avalados por el Estado, es decir, por todos los españoles, quienes pagarán dos deudas: la suya al banco, para poder sobrevivir y la deuda pública que emitirá Pedro Sánchez para financiar los créditos blandos. Porque “nadie debe quedarse atrás”, que es lo mismo que decir que todos nos quedaremos atrás… no vaya a ser que alguien se adelante. En aras de la igualdad nos cargamos la libertad y, con ella, la justicia propia de toda meritocracia. Vamos, el reparto de la miseria y el prohibido la excelencia, prohibido ser diferente.
Los empresarios también colaboran con el proyecto totalitario de Moncloa. Y esto porque la patronal está dominada por los grandes empresarios, representados por el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, que sólo intentan un trato de favor del Gobierno en sus subvenciones públicas y en sus regulaciones de sectores básicos (energía, telecomunicaciones, transporte, etc).
En aras de la igualdad. Moncloa se está cargando la libertad y, con ella, la justicia propia de toda meritocracia
5.Bloquear y hacer desaparecer la Eucaristía. Probablemente el objetivo principal, aunque parezca el secundario. Un hecho: la policía (Sevilla, Vizcaya, Madrid) está interrumpiendo el Santo Sacrificio.
Y los obispos colaboran en ello. Sí, porque el estado de alarma decretado por Sánchez no prohíbe las misas, aunque es verdad que prohíbe salir de casa… para ir a misa. Pero han sido los obispos españoles (¡Vergüenza!) quienes han prohibido las eucaristías públicas con la sola excepción, que me conste, del titular de Alcalá, Juan Antonio Reig Pla. Creo que hay más de 80 obispados en España.
El coronavirus ha servido para cargarse la Eucaristía sin que parezca lo que es: el atentado más grave contra la libertad religiosa. En cualquier caso, si quieres acabar con la Iglesia, acaba con la Eucaristía.
Y los curas valientes que se han rebelado contra ello se han topado con la policía, que actúa como en una república bananera, según el decreto del Gobierno: yo decido qué es lo que contagia el coronavirus y qué es lo que no… cumpla o incumpla la ley.
En resumen, no han logrado acabar con el amor a Dios, con la fe de los españoles, y van a intentarlo por la fuerza: no pueden suprimir la oración pero sí la principal frente de gracia, la Eucaristía. Y las fuentes de gracia resultan aún más imprescindibles que nunca en épocas de pandemia.
El siguiente plan de esta etapa es fácil: la profanación y, finalmente, la prohibición de la Eucaristía. Espero y confío que no con el respaldo de la jerarquía. Estamos abocados en España a una iglesia clandestina.
Y lo peor de todo: no nos damos cuenta, nos parece imposible, una exageración… y eso que lo tenemos encima.
Buena prueba de ello es que las encuestas dicen que los ciudadanos están aplaudiendo la política de Moncloa. Sánchez está feliz. Es la propia gente, en esta España de delatores y cobardes, quien obliga al vecino a someterse a la represión… en nombre de nuestra salud y de nuestra seguridad, en un ambiente histérico que hace promocionable lo inadmisible.
No se permite ni decir misa porque la autoridad es quien decide qué es lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer. Y si decide que la misa en una azotea de una iglesia puede provocar contagio por coronavirus, pues se la carga y en paz. Como en China.
6.Finalmente, una dictadura que se precie necesita terminar con la privacidad. Vamos a estar vigilados: las cartas se han convertido en postales y con excusas como la geolocalización –todo sea por nuestra salud, por nuestro bien- o la lucha contra los bulos y las ‘fake news’, Pedro Sánchez se convertirá en el Gran Hermano de todos los españoles. El Gran Hermano de George Orwell, digo, no el de Tele 5.
Pero lo peor de los seis puntos es que no llegaremos al totalitarismo sanchista por una revolución sino por la aquiescencia de la generalidad de los ciudadanos, dispuestos a cualquier cesión de nuestra libertad con tal de que el coronavirus no nos mate. La verdad es que si nos tiene que matar nos matará igual, pero en eso no repara un pueblo histerizado y amedrentado.
Es el gulag sanitario.