Ilya Ivanovich Ivanov fue un científico chiflado y un poquito miserable quien, a comienzos del siglo XX, intentó mezclar hombres y monos. Es el fundador de la inseminación artificial, hoy ‘normalizada’ y hasta bendecida bajo el formato fecundación in vitro (FIV).

Sí, ya sé que Ivanov, 100 años atrás, fue el pionero de una fecundación asistida muy especial: su segundo apellido era ‘veterinaria’, pero Lenin le dio su visto bueno -a Ivanov sólo le importaba la ciencia, naturalmente- porque el comunista pensaba que podría conseguir un ejército de hombres-mono invencible ante los ‘fascistas’.

O sea, que hablamos de eso que está usted pensando: mezclar hombres y chimpancés. No se consiguió ninguno, pero la experimentación científica no se detuvo -¿se detiene alguna vez?- y durante la Guerra Fría, los soviets volvieron a jugar con el proyecto centauro (no confundir con el proyecto eduativo del mismo nombre), que era mucho más elegante: mezclar hombre y caballo.

El hombre no crea, sólo trasforma lo ya creado por Dios

No se crean, de algo sirvieron los experimentos de Ivanov para luego llegar a la FIV, que no es veterinaria, dado que consiste en fecundación asistida en cristal, entre especímenes de la misma raza humana (¡algo es algo!) pero que sigue siendo una actividad más, disfrazada de dar vida, pero que reparte muerte, porque por cada persona lograda son muchas más las que se quedan por el camino o las que se congelan (sí, personas congeladas, como Molly, que nació en octubre después de 27 años bajo cero).

Además, Ivanov y la FIV, o cualquier otra práctica eugenésica, implica un denominador común: la soberbia indecible del científico que juega a ser Dios, a crear, sin caer en la cuenta de que crear es hacer algo de la nada, esto es, que el hombre nunca crea nada, tan solo transforma lo ya creado por Dios.

En cualquier caso, eugenesia era lo de Ivanov y eugenesia es lo de los lucrativos negocios de las clínicas de fecundación asistida y, sobre todo, lo de la FIV, que es una manera muy rentable de deshumanizar las relaciones sexuales y la procreación humana. Y eugenesia es también el transhumanismo, esa nueva imbecilidad científica y tecnológica consistente, no en hombres-mono o en hombres-caballo sino en hombres-máquina, en un modo -otro intento fallido de concepción sin sexo- de tecno-ciencia inhumana, donde el hombre no tiene nada que ganar y mucho que perder.

Y a la larga lista de disparates homicidas de quienes juegan a ser dioses, a crear, a redefinir especies o sencillamente a igualar lo desigual, añadamos el Proyecto Gran Simio que, como todo lo anterior, no se trata de una estupidez bárbara sino de una barbaridad estúpida. El proyecto, tan querido en Naciones Unidas, lleva por lema: “La igualdad más allá de la humanidad”, palabrejas que ahorran toda explicación.

La soberbia científica no produce estupideces bárbaras, produce barbaridades estúpidas

En resumen, en el siglo XXI, y en toda la era contemporánea, permanece la vieja tentación expresada por la serpiente cuando “el desagradable incidente de la manzana”: Seréis como dioses, ya sea mezclando hombres con monos, hombres con máquinas, convirtiendo células en seres humanos o haciendo pasar a monos por personas. Todo es el fallido intento de crear, aspiración siempre condenada al fracaso, que constituye el mito de Sísifo de la soberbia humana.

El hombre hace maravillas cuando procesa la creación de Dios. Pero cuando juega a ser dios sólo crea monstruos.