Que dure Benedicto, que dure Francisco, dos papas muy distintos pero ambos necesarios
Léanlo entero, que merece la pena. Al menos, lean el espléndido resumen de Religión en Libertad (ambos aquí). El texto es largo pero se lee de un tirón, casi sin respirar.
Benedicto XVI, que sigue siendo Papa aunque sin el poder papal, ha contado, en un escrito sin desperdicio, el porqué de la actual crisis de la Iglesia, probablemente la mayor crisis de toda su historia.
Benedicto XVI habla de la homosexualidad en los seminarios y de la revolución sexual del 68, que ‘legalizó’ la pedofilia
Aseguran que el Papa Ratzinger lo ha escrito tras pedirle permiso al Papa Francisco. Uno juraría que lo ha escrito de acuerdo con el Papa Francisco, que sigue ‘secuestrado’ en el Vaticano y cuyo lema pontificio podría resumirse en su admirable intento por “salvar lo salvable”.
Y así, mientras el actual Pontífice hablaba de convertir la trata de personas en delito de lesa humanidad, es decir, trataba de emplear categorías civiles para luchar contra un mal moral; una cuestión no polémica sobre la que existe consenso en la Iglesia (todo el mundo está contra la trata de personas y este fenómeno no va a desaparecer porque cambie su denominación civil). Benedicto XVI cargaba contra el desmadre moral, tanto en materia dogmática como moral, que supuso la revolución del llamado Mayo Francés, la de 1968.
El Papa dimitido resucita la Veritatis Splendor de San Juan Pablo II
Porque lo peor del Mayo Francés, viene a decir Ratzinger, no consistió en que ‘dignificara la pedofilia’ –que también-, sino en que dignificó el mal. El juicio social, más allá incluso de la conciencia individual, llevó a no distinguir entre el bien y el mal y, por tanto, entre la verdad y la mentira, e incluso entre lo bello y lo repugnante. A partir de ahí, concluye Benedicto XVI, cualquier aberración es posible.
Sin ambages, Benedicto XVI cita la palabra prohibida y alude a la labor de grupos homosexuales en el seno de la Iglesia y, en particular, en los seminarios.
No obstante, para Benedicto XVI el verdadero mal radica en la no distinción entre el bien y el mal y en que se le niega al hombre el juicio moral, el discernimiento entre el bien y el mal, que han dejado de existir, al tiempo que se le niega a la Iglesia su labor como maestra en ese juicio moral. Ahora bien, la capacidad para distinguir entre el bien y el mal, el juicio moral, constituye el signo identificativo de la única especie racional existente: el hombre.
Final muy esperanzador: la Iglesia está en crisis profunda pero sigue siendo la Iglesia de Cristo, la única verdadera
Por eso, Joseph Ratzinger resucita y enfatiza la relevancia de la encíclica probablemente más profunda de San Juan Pablo II: el Esplendor de la Verdad (Veritatis Splendor), cuyo nombre lo dice todo: la verdad existe, pero sobre todo existe el bien y el mal; no todo está permitido, como rezaba la escueta pero penetrante filosofía del mayo del 68.
Y así, Ratzinger recuerda que fue esa contracultura la que dignificó la pedofilia por primera vez en la historia y la que convirtió la homosexualidad en una alternativa más, cuando lo cierto es que el Catecismo de la Iglesia católica de 1992 aclara la doctrina de la Iglesia al respecto: amar al homosexual, pero recordar que “los actos homosexuales son intrínsicamente desordenados”, “cierran el acto sexual al don de la vida” y “no pueden recibir aprobación en ningún caso”.
Benedicto XVI se refiere, también, a los “grupos homosexuales que actuaron en los seminarios a partir de los años sesenta y recuerda que la pedofilia se defendía como opción legítima a partir de los años sesenta. O sea, el desastre moral, surgido del Mayo Francés.
Es decir, Ratzinger ha dicho lo que Bergoglio calla. Porque Francisco es un verdadero Papa de la verdadera Iglesia, puesto para salvar lo salvable pero cuyo mensaje está siendo secuestrado (manipulado por quienes le rodean).
El tono de Ratzinger en ningún caso disimula, todo lo contrario, la actual crisis de la Iglesia, probablemente la mayor desde su fundación y asegura que el Mayo Francés, supuso una negación del bien moral como no se había conocido en la historia. Sin embargo, al mismo tiempo, se muestra esperanzado, pues la Iglesia católica no ha desaparecido y que, con su actual pontífice al frente, continúa siendo la Iglesia verdadera y sus palabras, aunque Benedicto XVI no lo explique así; ni Cristo ha abandonado a su Iglesia, ni el poder de Dios ha disminuido un adarme.
Gracias, Santidad.