Así que cuidado con la liturgia eucarística, recuerden: si funciona, no lo cambies. Y funciona. La respuesta es: al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto
Desgraciadamente, ocurrió hace ya muchos años (hoy habría sido acusado de delito de odio). Un militar estaba en misa. En mitad de la homilía un islámico empuja al sacerdote, le arrebata el micrófono y comienza a increpar a los asistentes. El militar se levanta del banco, se encamina al atril y sin mediar palabra, le arrea una bofetada al musulmán y le devuelve el micrófono al oficiante.
Luego, la policía le informaría de que se había jugado la vida pues aquel era un sujeto peligroso. Y sí: se la jugó, pero mereció la pena.
La bofetada fue tan sonora que bien podría calificarse como santa bofetada.
Ahora recuerden lo que les contamos sobre la entrada de un negro -sí, un hombre de raza negra es un negro- en una iglesia de Georgetown, en plena misa -espero que antes de la consagración-: lo más llamativo es que nadie reaccionó. Y la reacción lógica sería doble: proteger al Santísimo y arrearle una santísima bofetada al canalla del afrodescendiente. Bien pensado, con la segunda iniciativa se consiguen las dos.
Pero no quedarse quieto: esa actitud puede resultar pacifista, pero no cristiana.
La no violencia no es cristiana, lo cristiano es la legítima defensa. El musulmán de hace años y el miserable de Georgetown del pasado domingo se merecían esa santa bofetada por dos razones:
1.Porque el Santísimo debe ser defendido: es más importante que el atacante y que el defensor.
2.Porque a veces hay que responder con la violencia, sin odio, ni rencor ciertamente. ¿Cuándo? Cuando hay que evitar los males mayores de la injusticia y la infamia.
Y sí: llegará -quizás ha llegado ya- el momento en el que tengamos que defender la Eucaristía con fiereza, con nuestra propia vida. O al menos, si fuera necesario para evitar la profanación, a bofetadas.
Lo otro no es pacifismo, es simple cobardía.