El coche eléctrico sigue teniendo un papel muy pequeño, pese a las subvenciones crecientes, pero es el único que quiere la ecológica Naciones Unidas
El coche eléctrico aún no arranca en ventas por su elevado precio -que subirá aún más por el alza de la luz y la crisis de chips- y la insuficiente red de puntos de recarga... por eso se impondrá. Y Europa seguirá siendo la más lista de la clase ecologista y la más tonta del planeta, y dentro de esta, España no se quedará atrás… todo sea para que impere lo verde que tanto gusta a Teresa Ribera, aunque sea a costa de la cartera.
En este contexto, no hay que olvidar la crisis que ya de por sí atraviesa el sector del automóvil en nuestro país y que se ha visto agravada por culpa de la pandemia del Covid. Las matriculaciones acumulan un desplome del 33% hasta septiembre respecto al mismo periodo de 2019, el mismo que presentaban en agosto, pero ahora sólo son un 8,8% superiores en la comparación con 2020 y no un 12%, según datos de la Asociación Nacional de Fabricantes de Automóviles y Camiones (Anfac). Y de estas ventas, las de electrificados (eléctricos e híbridos enchufables -tienen una batería grande que se recarga por el motor de combustión y mediante un enchufe-), híbridos no enchufables (llevan una pequeña batería que se recarga por el motor) y de gas han subido un 28,3% hasta septiembre, pero los electrificados sólo suponen una cuota de mercado del 5,5% y los híbridos, del 4,4%. Eso sí, en agosto, la producción de vehículos electrificados en nuestro país superó la cuota del 11%, un hito histórico del que ha presumido la ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto.
Luca de Meo (Renault) pide al Gobierno que defienda los híbridos hasta 2040 porque ayudan a la descarbonización y considera que “la prohibición crea confusión al cliente” y que adelantar su fin a 2035 no ayuda a la industria y afectará a sus empleos
Se necesitan más incentivos para ayudar a la compra de vehículos eléctricos y la instalación de puntos de recarga (nuestro país tiene el objetivo de llegar a 340.000 públicos en 2030)... y como esto parece que no bastará ante las crisis del Covid, la de chips, la energética y la de materias primas (que algunos analistas ya avanzan), se impondrá que no tenga alternativas. Recientemente, Naciones Unidas ha instado a que en 2035 los países desarrollados dejen de fabricar coches de combustión (gasolina, diésel e incluso híbridos), y da de margen hasta 2040 para los que están en desarrollo. Se trata de una propuesta que ha lanzado su secretario general, Antonio Guterres, y que va en la misma línea de la Comisión Europea, que el pasado julio anunció que vetaría la venta de vehículos de gasolina, diésel, gas natural e híbridos en 2035.
Ante este contexto, Luca de Meo, CEO del grupo Renault, ha pedido al Gobierno que defienda los híbridos hasta 2040 porque ayudan a la descarbonización y el grupo galo ha creado aquí un polo para su fabricación. Considera que “la prohibición crea confusión al cliente” y que adelantar el fin de los híbridos de 2040 a 2035 no ayuda a la industria y afectará a sus empleos, y también que después debe haber otro plazo de 10 años hasta 2050 para llegar a cero emisiones en el transporte (un sector que es responsable del 20% de las emisiones de la UE). Además, ha avisado del riesgo de que Europa pierda competitividad frente a China, porque sólo alberga en torno al 10% de la producción de chips y aumentar esta cifra requeriría de más de una década y de millonarias inversiones. Otra vez, el viejo continente se queda atrás, como ya le ha pasado en el tema de las baterías, aunque el presidente español, Pedro Sánchez, sigue sin darse cuenta: el pasado julio, en una ‘performance’ del coche eléctrico (la última organizada por Iván Redondo) se anunció la creación de la primera academia de baterías… mientras Reino Unido, Francia, Alemania o Suecia apostaban por fabricarlas.
En este escenario, conviene recordar que Europa es la más lista de la clase ecologista y la más tonta del mundo porque reducirá sus emisiones un 55% en 2030, aunque estas sólo suponen el 10% de las mundiales, frente a las que generan EEUU (14%) o China (28%), por ejemplo. Y en este empeño ecologista, España es una alumna aventajada, como recordó hace unos meses el CEO de Repsol, Josu Jon Imaz, en el Congreso: nuestro país ha reducido sus emisiones de CO2 un 29,3% entre 2005 y 2019, mientras China las ha disparado un 74% y en Alemania sólo han bajado un 12,5%. Parece que hay que tener en cuenta también el crecimiento económico, no vaya a ser que el coste de estos liderazgos ecológicos acabe resultando un auténtico desastre.