La central nuclear de Cofrentes es una de las que aún está operativa en España, pero cerrará en 2033, si no hay cambios
El pasado jueves, en la presentación de la ‘Energía y Geoestrategia 2022’, donde los militares advirtieron que la ruptura entre Rusia y Occidente es irreversible, pero que para Europa no será fácil romper con Putin. Y en este escenario también apareció la energía nuclear, donde los expertos criticaron que se retire anticipadamente si se quiere reducir la dependencia del gas -en especial del gas ruso-.
En concreto, citaron explícitamente “el desastre alemán”. Ya saben que el país que dirige Olaf Scholz (o más bien el “amigo Olaf”, como le llamó Pedro Sánchez) ha cerrado tres centrales nucleares de las seis que le quedaban al final de 2021 y hará lo mismo con las tres restantes a final de este año. Así, cerrará una energía que no emite CO2, mucho antes que el carbón, que si emite CO2 y cuyo fin planteó para 2038. Pero ojo, porque al mismo tiempo que se carga la nuclear, sigue aumentando al ser su primera fuente de generación eléctrica.
En España no ven que tenga ningún sentido que se invierta en centrales de tercera generación, pero en el alargamiento de la vida útil de los siete reactores no son tan tajantes. Eso sí, hay un calendario de cierre acordado y no existe decisión política de cambiarlo
Tampoco se puede olvidar que Bruselas ha lanzado el paquete ‘REPower EU’, con el busca aumentar su autonomía energética. Lo hace insistiendo en el error de no impulsar la nuclear como debería: quiere elevar la producción nuclear, pero menos que la del carbón, al tiempo que reducirá la participación de las centrales de ciclo combinado de gas en el mix energético. Por eso se puede hablar del cachondeo ideológico-verde de Europa, dado que apuesta por el carbón, que sí emite CO2,... mientras persigue emisiones neutras. Todo muy lógico, como pueden ver.
Volvamos a los expertos en energía y geoestrategia que participaron en el evento celebrado el pasado jueves, donde afirmaron que hay que distinguir entre las inversiones en nuevas nucleares (en concreto, en las de tercera generación) y el alargamiento de su vida útil. Dos opciones que están ganando adeptos en muchos países del mundo, excepto en Alemania y en España, tristemente. De hecho, en nuestro país no ven que tenga ningún sentido que se invierta en centrales de tercera generación, pero en cuanto al alargamiento de la vida útil de los siete reactores operativos no son tan tajantes. Es cierto que hay un calendario de cierre progresivo acordado entre 2027 y 2035, y que no existe decisión política de cambiarlo (la vicepresidenta ecológica, Teresa Ribera, está obsesionada con cargarse la nuclear, pese a que no emite CO2 y ya defiende UGT, los verdes finlandeses, PP, Vox, Ciudadanos, y muchos países). Claro que los expertos han señalado las ventajas del alargamiento de la vida útil de las centrales: producen luz a un precio de 30-40 euros por megavatio hora (MWh), “un precio competitivo con las renovables”; ayudan a reducir la dependencia del gas; y tienen una huella de carbono baja (sólo les ganaría el hidrógeno verde, que aún no es rentable porque hoy es carísimo de producir).