La inflación terminó en el 9,1% en Europa an agosto, récord histórico, y en lugar, debido al precio del gas mientras Putin continúa utilizando esta energía, asaz contaminante, como arma de guerra.

Ahora mismo, la inquietud reina en la sede del BCE, en Francfort. Christine Lagarde está obligada a seguir subiendo los tipos de interés, pero el reconcomio no viene por ahí. Lo cierto es que ni Lagarde ni su segundo, el español Luis de Guindos, están seguros de que el mero endurecimiento de la política monetaria sea suficiente para reducir la inflación en Europa.

Lagarde intenta que los gobiernos de Eurolandia reduzcan impuestos para luchar contra la inflación. Esto significa iniciar un proceso en el que el gasto público -al que lo europeos somos adictos- se reduzca. Un ejemplo: ¿se imaginan ustedes a Pedro Sánchez asegurando que no puede cumplir su compromiso -que de hecho no cumple, pero dejemos eso- de que las pensiones suban según el IPC? ¿O se imaginan al Gobierno español suprimiendo subvenciones, por ejemplo, el ingreso mínimo vital o la financiación de la política antinatalista y la ideología de género? Pues de eso estamos hablando.

Pero es que hay más. En la Europa de hoy, la clave para luchar contra la inflación escapa a la política monetaria e incluso a la fiscal. La clave está en aumentar la producción, en cambiar el paradigma económico entero de la vieja Europa, que debe reindustrializarse aceleradamente, volver a ser una Europa industrial y no meramente de servicios.

Incluso, está en la vuelta a un cierto nacionalismo comercial, aunque sea de carácter temporal, porque no es posible volver a ser países productores cuando hemos delegado ese papel en China e India, que además son nuestros enemigos, aliados ahora mismo con el Ejército ruso, con quien realizan maniobras militares conjuntas.

No, la reunión de esta semana del BCE puede ser tan morbosa como irrelevante. Y en el entretanto, nuestros clase dirigente, la europea, continúa hablando de cambio climático.