Al hablar de Masorange es necesario insistir en que no es un proyecto industrial, sino una operación financiera impulsada por el fondo Providence y los accionistas fundadores de MásMóvil, a los que más tarde se sumaron KKR y Cinven.
Esto es importante para entender el proceso que nos ha traído hasta aquí y para comprender lo que va a suceder en la compañía hasta su venta al grupo Orange, prevista en 2026. Salir a bolsa es una opción, pero no es, ni mucho menos, imprescindible.
“Si nuestros accionistas deciden volver a la bolsa, pues bienvenido sea, nosotros encantados, pero no es el momento para esta discusión o para preparar nosotros esta posible salida”, afirmó Meinrad Spenger, CEO de Masorange, durante las jornadas Wake Up Spain, organizadas por El Español e Invertia.
A lo que vamos: Masorange nació siendo la teleco líder en España… y las más apalancada, con una deuda que cerró 2024 en los 12.636 millones de euros, 4,3 veces ebitda. Una deuda que en su momento asumirá Orange, pero no a cualquier precio. Y es ahí, precisamente, donde empiezan los problemas.
Hablamos de pactos, habituales en este tipo de transacciones, condicionados al cumplimiento de unos objetivos concretos de deuda, ingresos/clientes y ebitda. En otras palabras, los fondos presionan a Spenger para que cumpla los objetivos y así poder colocar Masorange en París al máximo precio posible, en 2026.
El problema es que eso implica presionar todavía más la cuenta de resultados -ya presionada por la competencia- lo que se traduce irremediablemente en menos inversiones y en una peor calidad del servicio. En definitiva, en una operación financiera, los que pagan el pato son los clientes.