Casi al cierre del mercado, Unicaja anuncia que el nuevo CEO en sustitución de Manuel Menéndez, de Liberbank, será Isidro Rubiales, mano derecha del presidente, Manuel Azuaga, que aún mantiene su carácter ejecutivo mientras el nombramiento no sea firme. Ojo, firme es en lo que respecta al Consejo de la entidad andaluza pero no en cuanto al visto bueno, siempre burocrático, siempre lento -es su forma de darse importancia- del Banco Central Europeo (BCE).

Rubiales se ha impuesto al director financiero, Pablo González, porque.... porque era más popular que González. Sí, así de claro, aunque Rubiales posee menos perfil público que González. Posee el perfil propio de un secretario general: siempre estar, nunca brillar. 

Rubiales es un director de todo lo interno, una especie de jefe de Gabinete de Presidencia, el favorito de Manuel Azuaga y de José Manuel Domínguez que, nunca me cansaré de enfatizar, es el personaje más relevante de toda esta batalla, antes despreciado y hoy apreciado y hasta temido, como máximo responsable de la Fundación, primer accionista de Unicaja Banco. 

Ahora tiene que resolver el BCE, desesperantemente tedioso, pero no se preocupan. Dirá que sí. 

Esta es la historia de una ambición, la de Manuel Menéndez que, por exacerbada, encendió todas las alarmas de una entidad dormida, como la malagueña Unicaja y minusvaloró... a Dominguez. Al final, este no sólo se impuso sino que le dio la vuelta a la tortilla y acabó con Menéndez.  

Eso sí, Rubiales, que no tiene nombre de banquero, la verdad, es un técnico. Ahora tiene que demostrar que, además, es un buen comercial y un buen gestor de riesgos y, sobre todo, de recursos. Son las tres condiciones más importantes de un banquero, pero la última es la más relevante de todas. Ahí ya tiene parte ganada porque es verdad que era el favorito de los empleados de la sede central de Unicaja. Es decir, que a Rubiales, que no tiene nombre de banquero, lo ha elegido 'el pueblo'. 

¿Esto significa que ha triunfado? Ni de broma. Recuerden al puritano Cromwell, cuando en su momento de triunfo antimonárquico, una plebe enloquecida le aclamaba: "estos son los mismos que gritarán cuando me lleven al cadalso".