El portugués Carlos Tavares, CEO de Stellantis, ha hecho una advertencia a tener en cuenta. Y es que el grupo automovilístico, surgido de la exitosa fusión del francés PSA y el italo-estadounidense Fiat Chrylser Automobiles (FCA), podría llevarse inversiones a Marruecos, si no le ayudan en España e Italia como esperan.

Stellantis cuenta con 14 marcas (Peugeot, Fiat, Abarth, Alfa Romeo y Jeep, entre otras) y decíamos que, al igual que el alemán Volkswagen, había optado por el chantaje en España. Se comprometió a traer una nueva plataforma eléctrica para la planta de Vigo y podría levantar una gigafábrica de baterías en Zaragoza, a cambio, lógicamente, de más ayudas. Y es que no le bastan con los 66,3 millones de euros de la primera línea de la segunda convocatoria del Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica del Vehículo Eléctrico y Conectado (el PERTE VEC II) que recibirá para dos proyectos en Figueruelas, otro en Madrid y otro en Vigo. Quiere más.

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En paralelo, Stellantis también espera recibir en Italia, donde también critica la falta de ayudas a la compra de coches eléctricos. Al mismo tiempo, Tavares se atrevió a hablar de Marruecos como “un país con unas condiciones magníficas para invertir” y el grupo tiene una planta de producción situada en Kenitra. La alusión a dicho país ha enfadado a Giorgia Meloni, que ha respondido: “Defendemos nuestros intereses nacionales y queremos establecer una relación equilibrada con Stellantis para defender la producción en Italia. Si se quiere vender un automóvil internacionalmente comercializándolo como una joya italiana, entonces ese automóvil debe fabricarse en Italia”. Y ojo, no hay que olvidar que el principal accionista de Stellantis es Exor, el holding inversor de la familia italiana Agnelli (fundadora de Fiat); y al que le siguen: la familia francesa Peugeot, el Estado galo, los chinos de Dongfeng y varios fondos de inversión.

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En paralelo, Tavares ha dado en el clavo, en la misma línea que Elon Musk apuntó hace unos días, al señalar que “Europa dejó entrar a las marcas chinas sin pensar en las consecuencias para la gente”, en una entrevista en Challenges. Es más, avisa que “China podría destruir la industria automovilística europea”, por dos motivos: primero, por la transición al coche eléctrico porque “los políticos han adoptado el dogma de que los coches de combustión interna deben desaparecer”, un enfoque elitista donde “sólo las personas con alto poder adquisitivo pueden comprar coches eléctricos”; y segundo, porque fabricar aquí un coche eléctrico es un 40% más caro que uno de gasolina, pero los grupos chinos tienen unos costes de producción un 30% más bajos al controlar todo el suministro de materias primas necesarias.