El 25 de marzo, festividad de la Anunciación fue convertido por los argentinos -quién os ha visto y quién os ve, queridísimos boludos- en el Día del Niño por Nacer, nueve meses antes de la Navidad.
Al final, se convirtió en el Día por la Vida y hoy décadas después, uno sólo espera que la Iglesia española no deje pasar este día para hablar en público sobre la vergüenza del aborto.
En cualquier caso, el aborto es mucho más que el aborto. Implica toda una filosofía de vida. Si se cede ahí, se cede en cualquier cosa, sobre todo porque sin el derecho a la vida no es posible derecho ulterior alguno. Con aborto no hay democracia.
Los niños abortados son los nuevos santos inocentes. Defender al ser humano mas inocente y más indefenso es un buen banderín de enganche para entregar una vida. La lucha contra el aborto y en favor del débil, merece la pena.
Ojo, porque, insisto, vivimos en la era de la blasfemia contra el Espíritu Santo. Eso significa que ya no se exige la despenalización del aborto. Ahora se exige el 'derecho al aborto' y pobre de aquel que se atreva a discrepar.