Adoración de los pastores, de Bartolomé Esteban Murillo, pintor del que este año se conmemoran 400 años de su nacimiento
Navidad contra la falta de formación de nuestros jóvenes, contra la indigencia intelectual de nuestros políticos, contra la sensación de que la crisis económica ha pasado.
Nada más lejos de mi intención que ofender, precisamente hoy, a los laicos, a los ateos y a los que profesan otras religiones. Pero, según la tradición, y siguiendo las creencias cristianas, esta noche celebramos, en nuestra comarca, en nuestro país, y en nuestro continente, la “Nochebuena”, es decir, conmemoramos el nacimiento, hace 2018 años, del hijo de Dios. Acontecimiento importante para la humanidad porque dio origen a unas creencias, a unos conceptos del bien y del mal, a una cultura, en suma, que ha hecho que hoy seamos como somos y vivamos como vivimos. Fecha, además, que constituye el punto de partida del calendario por el que nos regimos en el mundo occidental.
Conmemoramos el nacimiento, hace 2018 años, del hijo de Dios. Acontecimiento importante para la humanidad porque dio origen a unas creencias, a unos conceptos del bien y del mal
No es ninguna casualidad que estas fiestas de la Navidad lleguen en estas fechas. En Europa, cuna de nuestra cultura, esta celebración coincide en los días mas cortos, fríos y oscuros del año. A lo largo de los siglos, desde la prehistoria, se han ido acumulando, en todos los países, cuentos y leyendas que narran sucesos desgraciados, hambrunas, enfermedades, monstruos y males de todo tipo en esta época. La gente vivía aislada, protegiéndose de las inclemencias de todo tipo como podía, los escasos alimentos y dominados por el temor. Por eso, en invierno, cuando se producían tales circunstancias, se celebraban ritos que tenían como objetivo ahuyentar o ignorar tales fatalidades. Y es ese ambiente, triste y tenebroso, el que intentó combatir la fe cristiana. La Iglesia, especialista en asumir y transformar los ritos paganos en fiestas y ceremonias religiosas, situó en estas fechas nada menos, que el nacimiento del Redentor, del Dios hecho Hombre que debía hacernos olvidar las desgracias y conducirnos a un estado de felicidad eterna. Quienes concibieron la Navidad perseguían alterar ese estado de ánimo. Sustituir la tristeza por la esperanza. No es un esfuerzo menor. Con el paso del tiempo, la esperanza ha ido transformando los fríos y los miedos del invierno en fiestas y reuniones donde se come, se bebe, se intercambian regalos unos a otros, y se canta para expresar la alegría. Los villancicos, típicos de estos días, y las serenatas y murgas que aún abundan en nuestros pueblos, quieren poner de manifiesto la esperanza en las buenaventuras y cosas agradables que deseamos nos sucedan.
Y está bien que sea así. En momentos de crisis como el que estamos pasando, cuando, cada uno, a su manera, anda preocupado por lo que nos pueda suceder, se hace necesario brindar por un futuro más esperanzador. Es el deseo compartido de aspirar a conseguir, tanto a nivel individual como colectivo, todo aquello que ha de mantenernos alegres y decididos durante estas Fiestas, ya que nunca llegaremos si no esperamos llegar. Personalmente, a lo largo del año que acaba, he manifestado en muchas ocasiones mi preocupación por cuatro cuestiones que considero fundamentales para garantizar nuestra convivencia, y que tengo la esperanza de que mejoren, o de que, al menos, comiencen a hacerlo, en los próximos meses.
La Iglesia, especialista en asumir y transformar los ritos paganos en fiestas y ceremonias religiosas, situó en estas fechas nada menos, que el nacimiento del Redentor
En primer lugar, me ha preocupado, y lo sigue haciendo, de un modo destacado, la cuestión de la educación y formación de nuestros jóvenes. Albergo la esperanza de que, conscientes de ello, los padres, los educadores y los políticos asuman de una vez su responsabilidad en las deficiencias actuales y comprendan que “educar” no es sólo formar, en el sentido más amplio y ambicioso del término, o enseñar a alguien a hacer determinadas cosas, con la finalidad de que pueda llegar a tener un oficio o un trabajo, sino que consiste, por encima de cualesquiera otras circunstancias, en facilitar su acceso a determinados principios, creencias y valores que le permitan desenvolverse en cualquier circunstancia de la vida. Sin pretensión alguna de adoctrinamiento. Persiguiendo siempre desde una más completa formación ayudar a su crecimiento individual y su integración en la sociedad.
En segundo lugar, me sigue generando cierta ansiedad el bajo nivel de formación, cultural, e incluso democrático, de nuestra clase política, en general, a todos los niveles. Fruto, seguro, de la deficitaria educación que ha recibido la generación de los políticos actuales. Evidenciándose, día a día, en los continuos escándalos de corrupción, en los debates parlamentarios de ninguna categoría intelectual, en los comportamientos aberrantes de determinados portavoces o en el abuso de los recursos a los Tribunales de Justicia, prueba evidente de su incapacidad política. Espero que los partidos políticos, esencia de la democracia, reflexionen seriamente y sean capaces de proponer los líderes que nuestro país, sin duda merece.
Cuatro cuestiones fundamentales para garantizar nuestra convivencia: educar y formar sin adoctrinamiento, mejores líderes políticos, rechazar el relativismo imperante y superar la crisis
En tercer lugar, no deja de inquietarme el “progresismo” estúpido que se ha puesto de moda, y que se esfuerza en despreciar y desprestigiar todo lo que nos ha hecho como somos. Esa “progresía” descreída que enaltece, con la mayor de las inconsistencias, cualquier cosa que proceda de cualquier parte o la vaga ocurrencia de cualquier iluminado. Espero que, en los próximos meses, la sociedad en su conjunto sea lo suficientemente crítica como para distinguir lo ejemplar de lo deleznable, arrinconen a los personajes impresentables que nos quieren presentar como ejemplo y rechacen el falso discurso del relativismo imperante, del “todo es lo mismo”.
Y, por último, me produce cierta desazón que hayamos olvidado la crisis económica que hemos padecido, y algunos siguen sufriendo, en los últimos años. Crisis que, a mi juicio, ha venido precedida de un deterioro moral y ético del conjunto de la sociedad. Superarla supone reconocer que no todo vale para el sólo enriquecimiento. El bienestar individual, material, no tiene sentido si no va acompañado de un adecuado equilibrio, paralelo, del bienestar general.
Y poco más tengo que decir. Solo recordar una: “La vida es muy peligrosa. No por los que hacen el mal, sino por los que se sientan a ver que pasa”. Espero y deseo que no sean ustedes quienes esperen a que suceda lo que no quisiéramos que sucediera, que pasen la Nochebuena y estas Fiestas con la alegría que da la esperanza y que se cumplan sus sueños durante todo el año 2019.