Nadie podría predecir que aquella niña italiana, huérfana, la menor de siete hermanas y traviesa hasta la desesperación de los mayores, ingresara a los diecisiete años en un convento de capuchinas. De vida contemplativa y ejemplar, al punto de ser elegida maestra de novicias, de pronto apareció estigmatizada. El Obispo de la diócesis no era precisamente proclive a admitir ningún hecho extraordinario y habló con la madre abadesa. No contento con ello, consultó con un sabio teólogo jesuita. No contento todavía, hizo intervenir a tres médicos. Sometieron a Verónica a las pruebas más duras y desalentadoras. Verónica seguía paciente y alegre,… y los estigmas continuaban. El receloso Santo Oficio intervino porque los estigmas permanecieron en la santa durante treinta años. No había ninguna explicación natural para la existencia de estas llagas. Nombrada abadesa, Verónica gobernó la comunidad con gran equilibrio y sensatez y murió en 1727.
Cuando los hechos extraordinarios se comprueban científicamente, en el sentido de que no tienen explicación natural, resulta una falta de sentido común e incluso de sectarismo racionalista, negarlos. Más bien conviene plantearse la enseñanza que se deriva de ellos.
(Las fuentes principales, que no las únicas, de las que se han tomado los datos para redactar
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Libros: Los clásicos de siglos pasados de Santiago de
Pilar Riestra