Un verano más largo de lo habitual en el hemisferio norte y una sequía prolongada en el sur de Europa ha vuelto a desatar el terror telúrico-ecologista. Si el verano se hubiera alargado en el sur, nadie se habría alarmado, pero el hemisferio rico es el norte y, recuerden, los marcianos, cuando atacan la Tierra, siempre lo hacen en Nueva York.
Plumas de primera línea aseguran que el fenómeno del Niño amenaza con volver. No está nada claro el origen de dicho fenómeno, por lo que los expertos lo atribuyen al control industrial y al recalentamiento del planeta. Lo del recalentamiento es otro de esos conjuros actuales que gozan de gran predicamento, aunque nadie tiene muy claro ni su origen ni sus consecuencias. Es como cuando decimos que las aves migratorias encuentran su camino por instint lo que realmente queremos decir que no tenemos ni idea de cómo lo encuentran. Pero el caso es que el tópico continúa, y que nuestros más indeseables ciudadanos, por ejemplo los progresistas occidentales, utilizan para sus fines. Como se sabe, el progresismo es enemigo declarado del género humano. Para el progresista la única manera de acabar con el hambre es terminar con el hambriento, ecuación matemáticamente impecable pero éticamente discutible. De igual forma, Green Peace nos amenaza con el final del planeta si no se consigue reducir la agricultura intensiva, es decir, la producción de alimentos. El grupo, uno de los iconos del progresismo actual, afirma que el derroche de agua por parte de los campesinos no es sostenible en el tiempo, una verdadera estupidez, dado que la transpiración de las plantas agrícolas humedece la atmósfera mucho más que los bosques.
Semejante, y enloquecido, sistema de pensamiento es el que lleva a caracterizar al hombre como el gran depredador de la naturaleza. La verdad es que históricamente, el hombre no ha depredado, sino fertilizado el medio ambiente y precisamente gracias a la agricultura. Por ejemplo, los romanos obtenían sus mejores cosechas en el norte de África, antaño poblado de vid y olivo y hoy un ardiente desierto. La razón es muy simple: los musulmanes invadieron el África septentrional y los árabes son poco amigos no sólo de la vid, sino de la agricultura en general. La ganadería les gusta mucho más. Conclusión: tras años de invasión musulmana, el desierto no ha dejado de avanzar hacia el norte y hacia el sur.
Pero es más fácil romper el átomo que romper un prejuicio, y los ecologistas los saben. Los progre-ecolojetas, además, saben otra cosa: conocen el viejo adagio periodístico de que una buena noticia no es noticia. Por eso obtienen tanta credibilidad cuando anuncian calamidades.