(Juan 4, 7-30).

El problema era precisamente ése: que la operación se había desarrollado sin un solo fallo. Daniel y Eleazar, los dos agentes que la habían ejecutado en pleno centro de Teherán, se conocían desde niños. El comando de fuerzas especiales del Mossad les había introducido en la República Islámica de Irán por la vía habitual y sin el menor contratiempo.

Ninguno de los dos hablaba persa, pero tampoco era necesario. Austeridad eficiente, era el lema de la CIA hebrea. Además, en Irán también se habla árabe e inglés y los dos agentes conocían ambos idiomas. Por último, sólo iban a estar unas horas en territorio enemigo. El equipo de agentes que Israel mantenía de forma estable en el país de los ayatolás había preparado la logística del golpe, sin dejar nada al azar. Eleazar encontró la motocicleta en el sitio convenido y Daniel el automóvil con el que debía recoger a su compañero tras alcanzar el objetivo.

Y así se hizo, Eleazar, conocido como Eli por sus próximos, se montó en aquel viejo cacharro y en pleno centro de Teherán, donde las autoridades iraníes se sentían más seguras. Se aproximó al elegante vehículo, al menos para los estándares locales, en el que viajaba Mostafa Ahmadi Roshan, uno de los científicos persas más capaces, que trabajaba en la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz. En el endiablado tráfico de las embarradas calles de la capital, con su vehículo de dos ruedas por cabalgadura, Eleazar colocó una bomba imantada en el chasis trasero del coche de Roshan. Con la frialdad del profesional experimentado, aún esperó unos segundos antes de desviarse por una calleja lateral. Sabía que, en total, contaba con dos minutos para alejarse. Para realizar esa maniobra necesitaba pasar junto al flanco del coche donde viajaba el objetivo… y entonces fue cuando Ahmadi Roshan le miró. Eleazar era invisible tras su casco –una originalidad en Teherán- pero él sí pudo observar durante un instante la mirada de su víctima.

Apenas se dio cuenta de que, en el coche anterior al de Ahmedi, viajaba una familia con dos hijos. Hubiera sido una oportunidad para abortar la operación. Ningún agente del Mossad hubiera sido llamado al orden por abortar un atentado en el hubieran pudieran resultar afectados civiles inocentes. Al contrario de lo que ocurre entre los musulmanes, para los judíos la guerra no es un asunto de familia. Los hijos del enemigo y los adultos civiles han de quedar al margen. Pero Eleazar desapareció, pues, tanto su profesionalidad como su instinto de supervivencia, le impidieron dudar. El hombre es esclavo de la rutina, especialmente el experto, así como de su propio miedo. Eleazar no pensó, actuó. Apenas un minuto después, cuando se hubo alejado lo suficiente, el explosivo cumplió su función. El científico nuclear iraní estaba muerto y su chófer y guardaespaldas herido grave. Pero eso sólo lo supo más tarde.

Daniel surgió de una bocacalle y le siguió en su coche de baja cilindrada hasta que ambos vehículos se introdujeron en un patio que hacía veces de garaje, invisible desde el exterior. Allí, Eleazar abandonó la motocicleta y subió al coche de Daniel, que enfiló hacia las afueras, al punto de recogida, situado a 30 kilómetros de la capital. Sencillo y austero, marca del Mossad, del pueblo elegido y perseguido, poco amante de pompas y de protocolo. La clave de la guerra es la información y la información no precisa del lujo. 

-Todo ha salido bien, Eli. Ni un solo fallo.

El llamado Eli, abreviatura carente de sentido lingüístico, ni falta que le hacía a Daniel, no respondió. Parecía drogado.

-Sin los conocimientos de Ahmadi Roshan lo tendrán más difícil para lanzar misiles contra nuestro pueblo.

-¿De verdad crees que hemos matado a un hombre en legítima defensa?

Daniel se escandalizó un punto:

-Pues claro. A mí la conciencia no me remuerde en absoluto. Es más, me siento orgulloso. Si no les detenemos hoy, mañana los misiles caerán sobre el Muro de las Lamentaciones. Y el mundo, como siempre, mirará hacia otro lado ante la tragedia judía.

-De acuerdo, Daniel, pero no tengo claro que podamos decidir quién vive y quién muere, aunque seamos el pueblo elegido. No puedes matar sin que tu alma muera.

El aludido no era un judío practicante, mucho menos ortodoxo, pero había sido educado actuar como tal. Y las palabras de su compañero y amigo le preocuparon:  

-Podemos y debemos evitar que nuestros enemigos nos destruyan. Y sí, somos el pueblo elegido. Si no fuera así, no habríamos sobrevivido a 4.000 años de persecución.

Daniel había elevado la voz más de lo que hubiera deseado. Tan enardecido estaba que Eleazar se vio obligado a calmarle:

-Pero si tú no eres judío, sólo samaritano.

-Pero más versado en las Escrituras que tú. En las nuestras y en las de los cristianos, burguesito Eli: ¿Recuerdas lo que dice el Mesías cristiano, Jesús de Nazaret, a la mujer samaritana?

-No sabía que leyeras el Evangelio. A tu mujer no le va a gustar -el comentario tenía su picardía: Daniel estaba casado con una judía celosa de la antigua ley-: pensé que te conformabas con la Torá.

-Un buen agente judío debe conocer al enemigo –bromeó Daniel-. No sientas remordimientos Eli. Insisto: ¿sabes lo que le dijo el redentor de los cristianos a una mujer samaritana? "Vosotros adoráis lo que no conocéis, nuestros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos". Hasta él reconocía nuestra primacía.

Eleazar sonrió:

-Pero añadió algo más ¿no?

-Al parecer, no soy el único que lee el Evangelio a hurtadillas.

-…pero llega la hora, y es ésta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad.

-Podemos prescindir de la noción cristiana del Dios-Padre, que tampoco hay que pasarse, ¿no crees? Recuerda que para nosotros, los elegidos, tan infieles son los musulmanes como los cristianos.

-…porque así son los adoradores que el Padre busca –prosiguió Eleazar-. Dios es espíritu y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad.

Luego, con la mirada perdida en el horizonte iraní, Eleazar exhaló:

-Sí no me hubiese mirado…

-Vamos, Eli, toda operación de este calado te deja un poso de remordimiento. Pero has hecho lo que debías hacer, has cumplido con tu deber arriesgando tu vida y tu libertad. Y cuando nos tomemos una cerveza en Tel Aviv lo habrás olvidado todo.

-¿Recuerdas los rostros de todos aquellos a los que hemos ejecutado, Daniel? Yo sí, y eso que de alguno no recuerdo ni su nombre.

-Te lo repito: eres un soldado y has cumplido con tu deber. Has servido a tu patria y has defendido a los tuyos de un peligro cierto.

-Sí, Daniel, pero ni en espíritu ni en verdad. Los cristianos poseen algo que nosotros no tenemos: ellos pueden ser perdonados. La salvación viene de los judíos, ciertamente, pero, por nuestra infidelidad al espíritu y a la verdad, me temo que nos ha sido arrebatada la primogenitura. Yo no me siento perdonado por lo que hoy he hecho: arrebatarle la vida a un hombre.

Aquello no estaba previsto:

-¿Te vas a hacer cristiano, Eli? Sabes que serías expulsado del servicio. Los judíos podemos ser aliados de los cristianos, pero no podemos fiarnos de ellos, sólo de nosotros mismos.

-Ese es el problema, Daniel: los judíos sólo tenemos esperanza, pero ellos cuentan con un Dios misericordioso, lo que ellos llaman caridad. Pueden empezar de nuevo, siempre pueden recomenzar. No sabes qué envidia me produce eso. ¿Sabes que confiesan sus pecados y son amnistiados por ello? Tantas veces como deseen. Ellos sí han sido liberados. Y yo siento que ecesito buscar la misericordia del Espíritu.

-Peligrosos pensamientos amigo. Estoy por denunciarte –bromeó Daniel.

-No será necesario porque seré yo quien se autodenuncie. Voy a abandonar el servicio, Daniel. No volveré a arrebatarle la vida a un hombre: yo no soy quién.

Daniel empezaba a ponerse nervioso: quería mucho a su viejo amigo de lucha, que no en vano se habían salvado la vida mutuamente, en demasiadas ocasiones:

-No hagas tontería Eli. Eso no es posible. Sabes demasiado y el Mossad no puede permitírtelo. La seguridad de Israel está en juego.

-¿La seguridad de Israel? ¿La de la ciudad santa, Jerusalén? ¿La del pueblo elegido? O quizás sólo está en juego la seguridad del Estado de Israel, la del Israel civil, la de Tel Aviv y nuestros financiadores de Wall Street. ¿De qué estamos hablando?

-De todo ello, Eli. Hablamos de los judíos, del pueblo elegido, habite en Jerusalén, Tel Aviv, Haifa o Nueva York.

-Ese es el problema, Daniel. De pueblo elegido hemos pasado a pueblo superviviente, siempre en guerra. Hemos renunciado al martirio. La salvación viene de los judíos, ciertamente, pero como aquellos samaritanos de hace 2.000 años, nos hemos cerrado las puertas de la salvación. Hemos negado al Dios de la misericordia y ahora no tenemos a quién recurrir en busca de perdón.  

Allí terminó la conversación, porque ambos comprendieron, sin necesidad de decirlo, que sus vidas se separaban. Probablemente, no volverían a verse. Eleazar había elegido el exilio interior… y quizás exterior. Estaba destinado a la diáspora. Y la genética hebrea está preparada para sobrevivir al destierro, sobre todo si encuentra un hogar de acogida, donde pueda dejar de levantarse cada día con el único propósito de sobrevivir. Pero un hogar no es un lugar. Al menos no en el mundo del Espíritu y la verdad.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com