El asesinato de Calvo Sotelo era la señal inequívoca de que a la barbarie revolucionaria desatada por los socialistas solo se podía responder con las armas.
Es un imposible, una ilusión, pero Pedro Sánchez lo vuelve a intentar, a imitación de Fernando VII, que fue quien inventó lo de borrar el tiempo, al regresar del exilio de Francia en 1814, porque no le gustaba lo que habían hecho las Cortes de Cádiz: «declaro que mi Real ánimo es, no solamente no jurar ni acceder a dicha Constitución, ni a decreto alguno de las Cortes generales y extraordinarias ni de las ordinarias actualmente abiertas, sino el de declarar aquella Constitución y aquellos decretos nulos y de ningún valor ni efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo».
También las personas presumidas borran el tiempo y se quitan unos años para aparentar una juventud perdida. Todos estos presumidos propiamente sí que borran el tiempo, pero para Fernando VII y Pedro Sánchez lo de borrar el tiempo es la manera de liquidar la historia que no les conviene. A Fernando VII, el liberalismo gaditano y a Pedro Sánchez, el franquismo. Aunque todo hay que decirlo, lo del absolutismo de Fernando VII, comparado con lo de la Comisión de la Verdad de los socialistas, como diría el castizo, van a ser “leches migás”.
Y resumiendo, Remigia, que se nos pasa el asado, lo que pretende Pedro Sánchez con esa Comisión de la Verdad es reeducar las mentes, como hacía Mao, para que los ciudadanos piensen lo que le conviene al poder. Y a este Gobierno socialista lo que le conviene que pensemos es que durante la Segunda República había unos demócratas, los socialistas, que eran la caña de la tolerancia, pero apareció un tirano sanguinario que se llamaba Franco que acabó con las libertades y dejó España sembrada de fosas de tantos como ejecutó.
Pero como la realidad es mucho más interesante que la ficción, y bastante menos aburrida de lo que nos quiere meter en la mollera Pedro Sánchez, veamos algunos de los comportamientos tolerantes y democráticos de los socialistas durante la Segunda República y la Guerra Civil.
Un mes después de la II República, los demócratas republicanos ya estaban quemando iglesias y conventos
No había transcurrido ni un mes desde la proclamación de la Segunda República, cuando el 11 de mayo comenzó la quema de conventos e iglesias en Madrid, que al momento se extendió por toda España. Solo en Málaga ardieron 42 templos. Si decimos que entre los pirómanos había socialistas, siempre cabe la posibilidad de salvar al partido, calificando a estos elementos de incontrolados. Pero la cuestión es que a día 12 de mayo, cuando todavía no se había extinguido el incendio, el órgano oficial del PSOE, El Socialista publicó lo siguiente: «La reacción ha visto que el pueblo está dispuesto a no tolerar. Han ardido los conventos: es la respuesta de la demagogia popular a la demagogia derechista». Por su parte, el Partido Radical Socialista calificó los incendios de los lugares sagrados como «un espléndido empuje de una propuesta popular». Como se ve, la solidaridad y la comprensión democrática de los socialistas salía en apoyo no de las víctimas, sino de los pirómanos, y por eso no actuó la fuerza pública para evitarlo, no le fuera hacer daño a algún incendiario, porque como dijo Azaña: «Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano».
¿Y qué hacía Franco en estos días de fuego? El general dirigía la Academia General Militar de Zaragoza, donde estaba destinado desde 1928 y de donde se marchó, cuando el Gobierno la cerró el 20 de junio de 1931. En esos días, Franco recibió un escrito para que arriara la bandera bicolor y pusiera la republicana, a lo que contestó que la había mantenido porque no quería desobedecer a la monarquía y que tenía el firme propósito de respetar y acatar la soberanía nacional. Y aunque según mis noticias, Franco no fusiló a ningún cadete, por si yo estuviera equivocado, la actual ministra de Defensa, Margarita Robles, podía montar un campo de trabajo durante este verano, para excavar todo el campo de maniobras de San Gregorio por si hubiera allí alguna fosa.
Los socialistas perdieron las elecciones de 1934 y dieron un golpe de Estado
En 1933, los socialistas perdieron las elecciones y fueron desalojados del poder, lo que encajaron tan antidemocráticamente que dieron un golpe de Estado en 1934, al que todavía hay quien lo designa como la Revolución de Asturias, como si aquello hubiera sido un intento de redimir al pueblo oprimido y explotado. Desde esa fecha se acabó la legalidad y por lo tanto, los socialistas son los principales responsables del fracaso de la Segunda República.
El protagonismo de este golpe de Estado en Asturias corrió a cargo de las Juventudes Socialistas, que entre los muchos desmanes que cometieron, la emprendieron contra los católicos. En Turón apresaron a ocho hermanos de la Salle y a un pasionista y los llevaron a la Casa del Pueblo, que aunque como es sabido es un recinto donde los socialistas promueven la sana diversión y la cultura popular, en esta ocasión hicieron una excepción y convirtieron la Casa del Pueblo en una cárcel para los religiosos, de donde les sacaron para fusilarlos.
En 1936 los socialistas oficialmente ganaron las elecciones de febrero formando parte del Frente Popular, pero no hace mucho una investigación histórica ha descubierto que las elecciones de 1936 las perdió el Frente Popular y por eso hicieron todas las trampas posibles para ocultar la fechoría, hasta que hace bien poco ha sido descubierta. Y como desde 1934 el PSOE no veía otra posibilidad para mantener el poder que la agitación y la descomposición social, según la estrategia comunista impuesta por Largo Caballero, a quien los socialistas llamaban cariñosamente El Lenin Español, pusieron en marcha toda una serie de atentados y asesinatos, para desestabilizar a la sociedad con el fin de provocar la guerra civil, porque pensaban que la iban a ganar.
Los socialistas también asesinaron al jefe de la oposición, Calvo Sotelo
Para ello ni repararon en gastos, ni disimularon. Proyectaron el asesinato de los líderes de la oposición, con tan poco acierto que cuando fueron a buscarlos solo encontraron a uno. De estos crímenes se encargó la escolta socialista de Indalecio Prieto, conocida como la Motorizada. De vuelta de la casa de Gil Robles, al que no encontraron por estar fuera de Madrid, alguien se acordó que Calvo Sotelo vivía el número 89 de la calle Velázquez. Los socialistas se presentaron en su casa el 13 de julio a las tres la mañana, delante de su familia se lo llevaron detenido y una vez en la calle le descerrajaron un tiro en la cabeza y arrojaron su cadáver en las tapias del cementerio.
Y volviendo a Franco. Cerrada la Academia Militar de Zaragoza, le asignaron distintos destinos en la Península, hasta que el Gobierno del Frente Popular le mandó lo más lejos posible de Madrid, y le nombraron comandante militar de Canarias. Y dicen los que lo han estudiado, que todos estos acontecimientos revolucionarios en los que los socialistas tuvieron un innegable protagonismo, provocaron una cierta hinchazón en las borlas de los fajines de varios generales. La prueba es que el 23 de junio, Franco le envió una carta al ministro de la Guerra, Casares Quiroga, notificándole el descontento del Ejército. De nada sirvió. El asesinato de Calvo Sotelo, perpetrado por los socialistas el 13 de julio, era la señal inequívoca de que a la barbarie revolucionaria desatada por los socialistas solo se podía responder con las armas, en legítima defensa.
Y con la guerra, los socialistas y sus socios de izquierdas emprendieron la persecución más cruenta de toda la Historia de la Iglesia. Más cruenta, más cruel y más cobarde… Porque entre los beneficios de haberme criado en un barrio proletario, me enteré en su día que, en una iglesia cercana a mi casa, próxima a la estación del metro Puente de Vallecas, en la parroquia de San Ramón, el mismo día 18 de julio de 1936 asesinaron dentro del templo a la primera víctima religiosa. Fue un niño de 7 años, al que se le imputó el gravísimo delito de ser el hijo del sacristán de San Ramón.
A 30 personas que rezaban en una iglesia los milicianos decidieron echarles vivos a los leones del Zoo, que andaban hambrientos
Y aquel comportamiento tolerante y democrático de los socialistas no había hecho nada más que empezar. En el verano de 1936, Madrid fue el peor sitio de España para creer en Dios. Los milicianos detuvieron a unas treinta personas porque olían a cera. Les sorprendieron en una iglesia rezando el Rosario y les encerraron hasta decidir su castigo. Por fin a uno de ellos se le ocurrió una pena que todos aprobaron. Suben a sus prisioneros en un camión y atraviesan el parque del Retiro, justo por donde el Ayuntamiento de Madrid, desde hace tiempo, ha erigido un monumento en honor a Satanás, que todavía, a día de hoy, no se ha atrevido a quitar ningún alcalde. Y llegan al zoológico que, en esos tiempos, se llama la Casa de Fieras. Los osos y los leones están hambrientos, porque desde que estalló la guerra no hay comida ni para las personas. Para saciarles, arrojan los prisioneros a las fieras. Tuvieron un detalle con algunos y les acortaron el tormento, porque les reventaron la cabeza a balazos antes de que se los comieran las bestias. A los demás, para que no hubiera ninguna diferencia con lo que hicieron los emperadores romanos les arrojaron vivos en las jaulas de los osos y los leones.