Juan José Omella defiende el derecho constitucional a la libertad de culto
Aunque no era esa mi intención, el presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Barcelona, el cardenal Juan José Omella, me acusa en un artículo publicado en La Vanguardia de haberle provocado “profundo dolor y perplejidad”.
El artículo del cardenal Juan José Omella apareció en el periódico catalán de la antes “Vanguardia Española” el martes 21 de este mes, lo que quiere decir que el arzobispo de Barcelona lo entregó al día siguiente de que yo publicara en Hispanidad mi artículo titulado “Coronavirus:cuando los sacerdotes españoles dan lecciones a sus obispos. De coraje y de santidad”. Así es que tengo bastantes papeletas de haber sido el objeto, o una parte de él, de la reprimenda del prelado, porque cuando escribió su artículo Omella, no creo que se hubieran publicado muchos artículos como el mío.
Naturalmente que el cardenal no me cita por mi nombre, porque en su escrito dice textualmente uno de sus párrafos: “quiero expresar mi profundo dolor y perplejidad al leer algunos artículos en los que se critica duramente a los sacerdotes que no han abierto los templos, durante las dos semanas de duro confinamiento”.
Corto se le ha debido hacer el confinamiento a su eminencia en su residencia episcopal, porque Omella se refiere a las dos semanas de encierro, cuando por la fecha en la que apareció su artículo, ya llevábamos más de un mes sin poder salir de casa
Corto se le ha debido hacer el confinamiento a su eminencia en su residencia episcopal, porque Omella se refiere a las dos semanas de encierro, cuando por la fecha en la que apareció su artículo, ya llevábamos más de un mes sin poder salir de casa.
Pero no es esta la peor de las imprecisiones de su escrito, pues en modo alguno yo he criticado a las sacerdotes por cerrar los templos, como se dice en el artículo de La Vanguardia. Lo que yo critiqué el domingo pasado es la injusta imposición de la mayoría de los obispos para que los sacerdotes cierren las iglesias de las parroquias. Es más, en mi escrito aprobaba y alababa la actuación de muchos de ellos, que están haciendo lo que pueden, es decir saltándose el ordeno y mando de su obispo, y hasta les ponía como modelos, porque estaban dando ejemplo a sus superiores de coraje y de santidad.
Lo que dije que me parecía mal la semana pasada, y me sigue pareciendo todavía peor al día de hoy es la actitud de las autoridades eclesiásticas, de las que Omella ocupa la más importante: en estos momentos críticos en los que se puede encontrar la muerte a la vuelta de la esquina, la mayoría de los obispos para no defender ante el poder político el derecho que los fieles tenemos de recibir los sacramentos, nos han dejado tirados y abandonados en internet, donde ni se puede recibir a Jesús Sacramentado, ni el perdón de los pecados…
Lo que yo critiqué el domingo pasado es la injusta imposición de la mayoría de los obispos para que los sacerdotes cierren las iglesias de las parroquias
Y más todavía, no han sido los sacerdotes de a pie los que nos han impedido asistir a la Santa Misa, sino las autoridades eclesiásticas, cuyo cargo más alto lo desempeña el cardenal Juan José Omella, por ser el presidente de la Conferencia Episcopal y, por lo tanto, el que más responsabilidad tiene en este punto.
La mayoría de los obispos de España han ido todavía más lejos que un Gobierno de comunistas y socialistas y decidieron prohibirnos a los fieles asistir a la celebración de la Santa Misa, cuando el decreto del Gobierno no prohíbe el culto. Y dice en su escrito el cardenal que han cerrado los templos para no contagiarnos. Por esta regla de tres habría que haber cerrado también los hipermercados, las farmacias y los estancos, donde la gente está más apiñada que en una iglesia. Tomando las mismas medidas que se adoptan en estos centros comerciales, el cardenal Omella podría haber celebrado la Santa Misa en su gran catedral de Barcelona con un centenar de fieles, por lo menos. Y detrás del arzobispo de Barcelona podrían haber seguido los canónigos diciendo misa, ininterrumpidamente, hasta que hubiera asistido toda la fila, que esto es exactamente lo que se ha hecho ejemplarmente en los hipermercados: no dejar tirado a ninguno de sus clientes.
A lo mejor tan insólita decisión del presidente de la Conferencia episcopal tenga explicación en el título de su artículo: “Hombres de carne y hueso”. Reducido a materia el hombre es suficiente con que puede ir a Mercadona, a la farmacia o al estanco. Y eso sí que a mí, aunque por razones distintas a las suyas, me causa todavía más dolor y perplejidad que lo que según Omella le causan escritos como el mío. Y, sobre todo me provoca un inmenso desasosiego que con tanta frecuencia a nuestros prelados se les olvide que los hombres, además de carne y hueso, también tenemos un alma, que necesita el alimento que se nos niega cuando cierran las iglesias… ¡Nuestras iglesias!
Esta visión del hombre, materialista y pegada a la tierra, impropia de un pastor de la Iglesia y de un sucesor de los apóstoles es la que explica el contenido de ciertos comunicados y declaraciones carentes de contenido espiritual, que emite la Conferencia Episcopal, que podía firmar cualquiera de los mercachifles políticos y que nos los suele trasmitir un monseñor, portavoz de la Conferencia Episcopal, toda una lumbrera que ha declarado, “que el tiempo es superior al espacio”…
Sobre todo me provoca un inmenso desasosiego que con tanta frecuencia a nuestros prelados se les olvide que los hombres, además de carne y hueso, también tenemos un alma, que necesita el alimento que se nos niega cuando cierran las iglesias… ¡Nuestras iglesias!
Estoy hasta los pelos de la cabeza de escuchar las melonadas de monseñor Argüello, que en definitiva redundan en el desprestigio de quienes dice ser su portavoz. Pero todavía no le he escuchado ni una sola palabra de las intervenciones que en días pasados ha hecho la policía de manera ilegal, cuando ha interrumpido varias celebraciones de la Santa Misa en la que asistían unas pocas personas, adoptando todavía medidas más escrupulosas que la de los clientes de un supermercado. Y esto pasa cuando alguien no se hace respetar, por haber ido más lejos que un Gobierno de socialistas y comunistas.
Es normal que cuando un obispo va de buen rollito con los enemigos de la Iglesia, le acaben tomando a uno por el pito del sereno; algo que, casualmente, no sucede con los poquísimos obispos que han dejado abiertas las puertas de sus iglesias, permitiendo asistir a misa a los fieles que lo deseen. A estos, de los que no hace falta dar nombres y que se pueden contar con los dedos de una mano, les respetan hasta los que no pisan la iglesia y los que la frecuentamos no escribimos artículos criticándoles.
No nos descubre nada nuevo el cardenal de Barcelona en su artículo cuando nos informa de que ha habido sacerdotes, desde el primer momento, en hospitales y residencias. Ahora bien, lo que ya no se entiende es que los obispos nos impidan la asistencia a la Santa Misa a los que no estamos ni en hospitales ni en residencias, cuando correríamos menos riesgos de contagiar y de ser contagiados que los que están en hospitales y residencias. Y desde luego digamos que el mismo riesgo, o menor todavía que cuando vamos al hipermercado, a la farmacia o al estanco.
Nos recuerda también en su escrito el cardenal Omella a los que hemos criticado el cierre de los templos, que nuestros comentarios “no ayudan a vivir la comunión”. Recordatorio, que por otra parte, siempre se aplica en la misma dirección y nunca en la contraria. Porque no tengo yo noticias de que el arzobispo de Barcelona le haya dicho algo parecido, por ejemplo, a una determinada religiosa, residente en su diócesis, que anda por los medios de comunicación luciendo toca, exponiendo sus peculiares ocurrencias y promoviendo una comunión en la que pretende que los demás comulguemos, pero con ruedas de molino, con las particulares ruedas de molino de sus ocurrencias…
En España tenemos varios récords en materia religiosa, tanto de los buenos como también de los malos. Por dar un par de ejemplos: evangelizamos a todo un continente y durante la última guerra civil los socialistas, los comunistas y los anarquistas persiguieron a la Iglesia con tal saña, que en esos pocos años murieron en nuestra patria el mayor número de mártires de todas las persecuciones que ha padecido la Iglesia Católica en toda su historia.
Pero lo que nunca había ocurrido es lo que los católicos estamos padeciendo como fieles cristianos, durante esta epidemia del coronavirus, porque en esta ocasión la imposibilidad de asistir a la Santa Misa, de recibir los sacramentos y el cierre de los templos no procede de los enemigos de la Iglesia, sino de la mayoría de los obispos. Todo un mundo al revés: los pájaros disparando a las escopetas.
Para ser exactos y no faltar a la justicia, vuelvo a matizar que no todos los obispos han obrado del mismo modo. Y tan cierto como lo anterior es que la excepción a este lamentable comportamiento de la mayoría de los obispos es escasita, lo que vendría a confirmar que la calidad religiosa y humana de las generaciones de obispos de los últimos doscientos años, que son las que conozco por mi especialidad de Historia Contemporánea, son todas ellas muy superiores a la presente generación.
“Arrepentidos quiere Dios”, reza el dicho popular, y sobre todo si los arrepentidos son obispos y dan marcha atrás, abren las iglesias y atienden a los fieles. Dije en mi artículo anterior que he roto la tregua del silencio y que no voy a permanecer callado, mientras sigan cerradas las iglesias. Ojalá cambie de actitud Omella y quienes les secundan. Y aún en el caso de que no lo hagan yo seguiré rezando por don Juan José Omella y por todos los obispos, pero en el caso de que se empecinen en tan torpe comportamiento, pediré por ellos al modo de aquella persona, que cuando le propusieron rezar un padrenuestro por el señor obispo de su diócesis y sus intenciones contestó:
—¡Por el señor obispo sí, pero por sus intenciones no…! Que las conozco y no son buenas.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.