Cuando se publique este artículo, el domingo día 30 de junio, miles de españoles estarán presentes en el Cerro de los Ángeles, para asistir a los actos que conmemoran el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús por el rey Alfonso XIII (1886-1931).

La iniciativa de consagrar un país al Sagrado Corazón de Jesús no partió de ningún jefe de Estado. La idea surgió del Cielo y se la transmitieron a Santa Margarita María Alacoque (1647-1690), para que se lo hiciera llegar al rey de Francia, no al obispo de París, porque los titulares de la sede parisina o de cualquier otra sede episcopal francesa, podrán rezar por su país, pero no consagrar Francia porque no la representan. Quien podía hacerlo, cuando Santa Margarita María de Alacoque el 17 de junio de 1689 transmitió el recado del Cielo, era el entonces representante del Estado francés, el titular de la monarquía del país vecino, Luis XIV (1643-1715).

Pero el Rey Sol, Luis XIV, no hizo caso a la visitandina del monasterio de Paray le Monial. Tampoco consagraron Francia al Sagrado Corazón de Jesús sus sucesores. Y por si alguien quiere establecer alguna relación, diré que en un artículo anterior ya di el dato de que cien años después de que le rey de Francia fuera informado de los deseos del Cielo; repito, cien años después justo día por día, el 17 de junio de 1789, al comienzo de la Revolución Francesa el Tercer Estado se proclamó como Asamblea Nacional. Este acto despojaba al rey de la soberanía, que según el régimen vigente desde siglos atrás residía en su persona. Y ese solo fue el primer paso de los revolucionarios, que más tarde proclamaron la República y asesinaron al rey Luis XVI en la guillotina el 21 de enero de 1793.

Tras el fallido intento de Francia, el Cielo lo vuelve a intentar en España

Sin duda, quien mejor ha relacionado la devoción al Sagrado Corazón de Jesús con los acontecimientos históricos de los tres últimos siglos es mi buen amigo Jorge Fernández Díaz. No sé de nadie que lo haga mejor y como conozco su generosa y desinteresada disposición le invité a grabar una serie de programas de Marcando el Norte sobre la consagración al Sagrado Corazón de Jesús, que invito a mis lectores a que los vean. ¡Y… a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz!

Tras el fallido intento de Francia, el Cielo lo vuelve a intentar en España, donde en el año 1700 se había producido un cambio de dinastía. Con Carlos II (1665-1700) se extinguieron las Austrias y comenzaron a reinar en España los Borbones, el primer titular de esta dinastía fue Felipe V (1700-1746), nieto de Luis XIV.

Y así como en Francia el Cielo se valió de una religiosa como su propagadora de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, en España ese puesto lo va a ocupar un joven jesuita, el padre Bernardo de Hoyos (1711-1735). Él mismo nos cuenta lo sucedido: “ayer estando en oración, me hizo el Señor un favor muy semejante al que hizo a la primera fundadora de este culto, que fue una hija de nuestro santo director, San Francisco de Sales, la venerable madre Margarita Alacoque (…) Mostróme su Corazón todo abrasado en amor, y condolido de lo poco que se le ama. Repitióme la elección que había hecho de este su indigno siervo para adelantar su culto, y sosegó aquel generillo de turbación que dije, dándome a entender que yo dejase obrar a su providencia, que ella me guiaría, que todo lo tratase con el P. Juan de Loyola que sería de singular agrado suyo, que esta provincia de su compañía tuviese el oficio y celebrase la fiesta de su Corazón, como se celebra en tan innumerables partes”.

San Josemaría Escrivá: "No puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos"

El 14 de mayo de 1733, el jovencísimo jesuita, padre Bernardo Hoyos, que moriría dos años después, escuchó la Gran Promesa del Corazón Jesús, que él nos ha trasmitido con estas palabras textuales: Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes.

Ahora bien…, ¿Cómo interpretar esta promesa? De entrada, conviene aclarar que la monarquía del Sagrado Corazón de Jesús ni es absoluta ni constitucional; sencillamente, porque no es de este mundo no se rige ni por el pensamiento de Thomas Hobbes (1558-1679), ni por el del barón de  Monstequieu (1689-1755). El reinado del Sagrado Corazón de Jesús es espiritual y se ejerce sobre el corazón de los hombres, para dirigirlos hacia su presencia eternamente, que eso no es otra cosa que la santidad.

Y llegados a este punto, alguien podría pensar que si de lo que se trata es de la santidad, está de sobra la consagración de un Estado al Sagrado Corazón de Jesús, porque eso además de antiguo, es un pelín confesional. Pero quien esto pensase, demostraría tener una concepción esquizofrénica de la existencia humana, según la cual el hombre vive a la vez en dos mundos incomunicados, separados el uno del otro por las puertas del templo.

San Josemaría Escrivá (1902-1975), en una homilía pronunciada en el campus de la Universidad de Navarra el 8 de octubre de 1967, aclaró lo de la esquizofrenía espiritual con estas palabras: “¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y esa es la que tiene que ser —en el alma y en el cuerpo— santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales.

No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver —a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares— su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo”.

El Sagrado Corazón, rey de mi casa, de Vallecas y del mundo

Para entendernos, según yo entiendo las palabras del santo español, lo de “encontrar a Dios en nuestra vida ordinaria” me obliga a traducirlas a mi particular teología de barrio. Entiendo que lo que quiere decir, por poner unos ejemplos del deporte, de la política o de la empresa, es que el fin de un cristiano deportista, de un católico político o de otro fiel de la Iglesia que sea empresario no es conseguir el récord, el poder o la pasta, sino vivir coherentemente, santamente, en medio de esas actividades para hacerlas dominio del reinado de Cristo, y mantenerse siempre en ese objetivo,  aunque si para conseguirlo en ocasiones hay que renunciar a la marca, al cargo o al dinero. Lo que tampoco es mucho renunciar, si se tiene en cuenta que muchos mártires españoles dieron su vida gritando ¡Viva Cristo Rey!, durante la cruenta persecución religiosa de la pasada Guerra Civil, a los que la miseria ideológica de José Luis Restán en la COPE, la radio de los obispos españoles, denomina los “mártires del trienio de 1936-39”. 

Por esta razón, viene ahora a mi memoria uno de los recuerdos de niño de mi barrio proletario de Vallecas, donde contra el tópico dominante había más teología en sus calles que comunismo, empezando porque era frecuente ver a muchas personas hacer la señal de la cruz al salir de casa o al pasar por delante de la parroquia de San Diego. En el barrio de mi infancia y de mi juventud, muchas de las puertas de la entrada de las casas tenían una placa con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Y no eran pocos los hogares, como el de mis padres, que en la habitación principal, a la que los proletarios llamábamos la sala de estar, estaba presidida por una imagen del Sagrada Corazón de Jesús, sentado en un trono, que no dejaba ninguna duda de que Jesucristo era el Rey de mi casa, de Vallecas y hasta del mundo.

 

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alacalá