En 1950 el Papa Pío XII decretó el dogma de la Asunción de María a los Cielos. Como otros muchos dogmas, la Iglesia no hace otra cosa que recoger un sentir popular que, acrisolado por el tiempo, nunca suele fallar. 

Para muchos católicos, la Madre de Dios (primer dogma mariano) y Virgen antes y después del parto (segundo dogma mariano), el único ser humano concebido sin pecado original (tercer dogma mariano), no podía sino haber tenido un tránsito especial a la otra vida. Y como España es la tierra de María resulta que la “Virgen de agosto” se convirtió en la fecha en la que más pueblos celebran sus fiestas patronales. 

Ahora bien, Pío XII habla de asunta en cuerpo y alma al cielo, pero no aclara si pasando por la muerte y resurrección, por las que tenemos que pasar todos y por las que pasó su propio Hijo, el Verbo encarnado o si no pasó por ese trance, por el trance de la muerte. Dejemos esa tarea los teólogos, que son un poco peñazos. Y aunque no quede claro este punto, resulta que la Iglesia elevó a la categoría de dogma el ascenso de la Señora al Cielo. Que no fue ascensión, como la de Cristo, por su propio poder, sino Asunción, por el poder de Dios.

La tradición y las revelaciones (por ejemplo, a Catalina Emmerick) dicen que la asunción ocurrió en Éfeso, hoy ciudad turca, con el señor Erdogan fastidiando a los cristianos que se acercan a contemplar la que pudo ser la última residencia en la tierra de la Madre de Dios. 

En cualquier caso, dejar pasar otra fiesta de este calibre sin plantearse nada, año tras año, no parece propio de católicos sensatos. Y no prepararnos para el tránsito… pues tampoco.

Porque lo que sí sabemos es que el cuarto dogma mariano se dictó, no para hacer fiesta en agosto, sino para prepararnos para la muerte.