Sr. Director:
La confianza y la humildad siempre han de ir juntas. Disociarlas es perder el valor de la una y de la otra. Lo estamos apreciando en la más candente actualidad política, social, económica, artística y hasta deportiva. Sobrestimar el propio valor o poder, la tendencia a alabarse o aplaudir que otros lo alaben es no ver más esperanzas para su felicidad que ellos mismos. Consideran que no existe nadie a su alrededor con capacidad de igualar sus facultades, que desgraciadamente en muchos casos la realidad es que se trata de sus falsas facultades. De ahí que no admitan la más mínima crítica y consideren despreciables a aquellos que pretendan hacerlo. Son personas ávidas de sentirse admiradas y loadas y ello conlleva, lógicamente una confianza vana y una soberbia manifiesta.
Viene a propósito el consejo de Don Quijote a su escudero: “Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque, viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio”. No, lejos de la soberbia y alejados también del miedo a ser humildes, es la actitud de una conducta irreprochable. La humildad es una virtud que consiste en el conocimiento de nuestras limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento. Es, por tanto, más humano, demuestra más valentía e integridad la persona que es por naturaleza humilde, pues de este modo sobresaldrán sus méritos por si solos que los de aquel que por su reprochable soberbia ve abatidos, públicamente, su orgullo y su altivez.