Sr. Director:

Que hombres y mujeres no somos iguales en condiciones y aptitudes físicas es una verdad innegable (pese a lo que quieran imponernos absurdas ideologías) que se confirma con solo haber visto algunas competiciones de los Juegos Olímpicos. Pero, por encima de la distinción física entre ambos grupos, existen otras diferencias perceptibles que afectan tanto a unos como a otras, respecto a las distintas respuestas y actitudes de los selectos participantes olímpicos ante el fracaso por no obtener la recompensa esperada a los esfuerzos y sacrificios de años.

Distintas respuestas y actitudes que afloran enseguida cuando se recogen sus primeras opiniones tras resultar eliminados de sus competiciones. Y así, mientras unos y unas se muestran contentos y satisfechos por haber llegado hasta allí, aunque ni siquiera hayan cubierto sus marcas personales; otros y otras, que lo han dado todo, apenas pueden contener sus lágrimas de decepción por no haber cumplido con sus expectativas y las generadas con su participación. Distintas actitudes que, a bote pronto, cabría justificar según la diferente edad de los participantes: mientras que los olímpicos mayores resultan más autoexigentes ante la posibilidad real de no poder competir en próximos Juegos; los más jóvenes (con notables excepciones) suelen mostrarse más condescendientes y conformistas con sus resultados negativos, confiando en que les quedan bastantes oportunidades por delante. Un comprensible pensamiento que en no pocos casos se traducirá en una nueva y definitiva decepción; pues para muchos de ellos ese tren no volverá a pasar. Como tantas veces sucede en la vida.