Sr. Director:
De todos los relatos posibles sobre el colapso de la política española bajo el sanchismo, acaso ninguno sea tan simbólicamente revelador como la crónica -documentada- de una clase dirigente que convierte hoteles, embajadas, despachos oficiales y vehículos públicos en prostíbulos itinerantes , en escenarios de sexo tarifado, cocaína, abuso de poder y corrupción institucional. Los recientes escándalos de los que se han hecho eco medios de información, que salpican a diputados, asesores y altos cargos del PSOE, Sumar y demás secuaces y grupos coaligados al gobierno de Pedro Sánchez, no son simples anécdota escabrosas, casos excepcionales, aislados, sino la representación exacta de lo que se ha hecho con el Estado : convertirlo en un lupanar gestionado por proxenetas políticas que se sirven del dinero público como si fuera propio, para financiarse orgías, putas y coca.
No hablamos solo de una crisis moral o estética. Hablamos de una degeneración estructural del poder. Cuando la política degenera en farsa, decía Mario Vargas Llosa (tristemente fallecido hace unos días), lo primero que se pudre es el lenguaje, y después todo lo demás. Hoy el lenguaje está podrido: nos hablan de “agendas progresistas” y “políticas públicas” cuando lo que hay es una pandilla de golfos institucionalizados , saqueando el Estado, parasitando el presupuesto, degradando la función pública, envileciendo el discurso.
Y no es un caso aislado. Es un patrón. Porque los mismos que predican con voz temblorosa su feminismo de salón, su ética woke y su discurso igualitario, son los que pagan prostitutas con dinero público , los que acosan a subordinadas en sus despachos, los que se entregan a la lujuria en coches oficiales o en hoteles que luego abandonan sin pagar, tras haber destrozado mobiliario histórico. ¿No es caso el caso del Parador de Teruel , donde ministros, delegados del Gobierno y políticos socialistas participaron en una orgía con “visitadoras”, dejando desperfectos impagados, una metáfora perfecta del paso del sanchismo por las instituciones?
La evidencia es abrumadora: las sedes ministeriales se han convertido en agencias de colocación para amantes, prostitutas y miembros de redes clientelares. El tráfico de influencias se cruza con el tráfico sexual. El dinero fluye: subvenciones, contratos, cargos, ayudas, sobres, sobrecostes en la contratación de obra pública y de bienes y servicios… A veces en metálico. A veces en coca. A veces en favores. Pero siempre bajo el mismo principio: quien se somete al poder es recompensado; quien lo denuncia es destruido .
Durante la pandemia del Covid-19, millones de ciudadanos fueron tratados como ganado confinado, sufrieron arresto domiciliario, se les impidió ver, velar y acompañar a sus muertos, enterrar a sus padres, salir a la calle sin miedo a una multa. Mientras tanto, los amos del poder se entregaban al desenfreno: orgías en chalets oficiales, fiestas privadas con prostitutas, consumo de drogas, viajes de placer en aviones de Estado. Todo documentado. Todo impune. Todo pagado con el dinero de un pueblo encerrado y empobrecido.
Y como en toda tiranía decadente, estas sátrapas modernas no solo quieren gozar de la impunidad , sino borrar cualquier rastro de disidencia . Se condena a quien señala el abuso. Se multa a quien denuncia el doble rasero. Se persigue a quien escribe y narra lo que ve. ¿Qué ha sido si no la persecución judicial contra Begoña Gerpe? ¿O las multas por “odio” a quienes se atreven a denunciar la islamización, la inmigración ilegal o el colapso de la seguridad ciudadana?
Y mientras el Estado se hunde entre miasmas de corrupción, chulería y proxenetismo institucional, sus protagonistas acumulan propiedades en República Dominicana, Guinea Ecuatorial, Marruecos o cualquier otro destino soleado donde las preguntas incómodas no existen y el euro español blanco rápido. Allí van los “asesores” de peineta y pulsera arcoíris, los burócratas puteros con el BOE en una mano y la visa institucional en la otra.
Como bien explica la teoría de la ventana de Overton, lo que era impensable ayer, es tolerado hoy y será norma mañana . La orgía en el coche oficial es apenas un ensayo. La normalización del proxenetismo político es el verdadero proyecto de fondo. Porque cuando el poder se entrega al libertinaje sin freno, al clientelismo sin castigo y al vicio sin rubor, el siguiente paso es lógico: la criminalización de la virtud , la persecución de los decentes , la inhabilitación y condena al ostracismo de quienes denuncian .
Así se construye una tiranía. No con tanques, sino con putas subvencionadas, coca pagada con impuestos, orgías en coches oficiales y un BOE que convierte el delito en derecho y la denuncia en crimen.
Conclusión demoledora: el Estado como chiringuito depravado
No es un Estado fallido. Es algo peor: un Estado prostituido. No colapsa por ineptitud, sino por degeneración deliberada. Porque los que gobiernan ya no creen en la ley, ni en la verdad, ni en la dignidad, ni en el bien común. Solo creen en su derecho a gozar, a enriquecerse, a corromper ya reprimir. Y el resto que calle, que pague, que obedezca.
Esto no es una acusación: es un retrato. Lo que hemos querido documentar aquí no es una teoría conspirativa, sino un catálogo de hechos , de nombres, de fechas, de comportamientos y estructuras. Es el rostro real del poder en España , bajo el gobierno de Pedro Sánchez y sus aliados. Un poder desnudo, erecto, drogado, obsceno y sonriente . Un poder que se ríe en tu cara mientras tú haces cola en urgencias, mientras te suben los impuestos, mientras te llaman facha por exigir justicia.
España no necesita una transición: necesita una catarsis, una limpieza moral y jurídica sin precedentes , una cirugía sin anestesia que arranque de raíz esta oligarquía putrefacta del narcoprogresismo institucional. Porque si no, el coche oficial con felación incluida será el símbolo eterno de lo que fuimos: una gran nación convertida en burdel por obra y gracia de sus proxenetas oficiales.