Sr. Director:

Hace 88 años que fusilaron a uno de los mejores hijos de España, José Antonio Primo de Rivera. Sin embargo, el encono, la insidia y la manipulación de los odiadores sobre su persona y obra ha sido tan tenaz por relegarle al olvido, que aún hoy no cabe mencionar su nombre impunemente ni explicar con sosiego lo que pretendía al fundar su movimiento o cuánto de esa idea se llevó con su injusta, temprana y cruel muerte. Aunque sólo fuera por la elevada calidad humana de sus colaboradores y por la cantidad de jóvenes que en el escaso período de tres años le siguieron ilusionados para defender una patria amenazada con desaparecer, la vida y apresurada obra de aquel gran hombre tendrían que ser tratadas con un mínimo de respeto. Pero no contentos con profanar su recuerdo «entre la saña de un lado y la antipatía de otro», hace sólo un año que volvieron a remover sus restos; pues para los sembradores del odio y del enfrentamiento ni siquiera el polvo de sus huesos podía descansar en Paz.

En todo caso, bastan sus escritos, discursos e intervenciones para comprobar que en España hubo uno de sus grandes, cuyo ejemplo de vida y de muerte han quedado para la eternidad. Como también quedó el atractivo eco de sus mensajes y de que el mejor patriotismo no nace del sentimiento sensual de un nacionalismo individualista, sino del amor amargo y dolorido por una patria injusta e imperfecta. «¡Ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!», advertía. Y por eso le mataron tan prosaicamente.