Sr. Director:

Hace unos días, los miembros (y "miembras") del Camino Sinodal alemán, decidieron (en abierta rebeldía contra Roma y, más concretamente, con la reciente modificación del Código de Derecho Canónico), volver a abrir el “debate” sobre la espinosa y controvertida cuestión del “sacerdocio” femenino. Pues bien, muchos de los defensores (y defensoras) de esta postura, ante la falta de argumentos (históricos y teológicos) que la sostengan, recurren (con descaro y temeridad) a la manipulación, a través de una lectura sesgada, ideológica y parcial, de los escritos y obras de las más grandes santas, pensadoras y literatas católicas (Santa Hildegarda de Bingen, Santa Teresa de Ávila, Santa Rosa de Lima, Sor Juana Inés de la Cruz, etc.).
En este sentido, hemos de decir que las presentan como auténticas “pioneras” del feminismo eclesial, cultivadoras de la teoría “crítica” y en abierta “rebeldía interior” (haciendo valer su libertad de arbitrio) contra unos compañeros y superiores masculinos que las “oprimían” y “condenaban al ostracismo”. Sin embargo, las interpolaciones y malas interpretaciones de los textos que los “católicos” (y “católicas”) feministas emplean para autojustificarse, se ponen de manifiesto cuando cualquiera, sin tener afanes apologéticos, profundiza en ellos. Así, por ejemplo, descubrimos que, Santa Teresita del Niño Jesús y del Santo Rostro (1873-1897), uno de sus principales “referentes” (o víctimas, mejor dicho), al expresar su “vocación” (bautismal) de ser “sacerdote”, a continuación reconoce que, como San Francisco de Asís, debe rechazar ese “honor” (Sacramento del Orden). También, la insigne carmelita afirmaba que, tanto a ella como a sus hermanas, el Señor no les había pedido “trabajar en su mies”, sino (a través de la oración), “llenar los huecos vacíos del cielo”. Todo ello, por muy “injusto” o “discriminatorio” que nos pudiera parecer, no fue, empero, óbice para seguir pidiendo por la santificación de los presbíteros y diáconos, a los que acompañó (como si de una madre o hermana se tratase) en sus plegarias y de manera epistolar. “Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc.1.7-11).