Sr. Director:

Teresa de Cepeda y Ahumada es una esclarecida Santa que siglo tras siglo no ha dejado de sorprender cada vez que se repasan las páginas de su vida y de sus escritos. ¿Dónde está el recóndito poder que permite esta perennidad? ¿Cuál es el secreto, la clave, que prevalece en ella de manera sobresaliente y que supo transmitir primeramente a su Carmelo Descalzo y luego a toda la humanidad? La respuesta se reduce a una palabra genuina, con un poder exorbitante que compendia, o debe compendiar en sí, cada vida humana: El AMOR. Y que santa Teresa de Jesús transformó en un predominante AMOR A DIOS: “Comenzóme a crecer la afición de estar mas tiempo con Él y a quitarme de los ojos las ocasiones, porque, quitadas, luego me volvía a amar a Su Majestad; que bien entendía yo -a mi parecer- le amava, mas no entendía en qué está el amar de veras a Dios, como lo havía de entender”. Aunque con lenguaje del siglo XVI queda bien de manifiesto el sentido y la fuerza de sus palabras: Amar de verdad, de veras, a Dios; pero amar con fervor, empeño y eficacia. Y esto supone, como así lo entendió la Santa, servir a Dios como Dios quiere ser servido.

Su intensa vida, su extenso quehacer, el apremio de sus caminatas, el sufrimiento de las incomprensiones e incluso persecuciones no le hicieron arredrar de ese leit motiv que marcó su existencia: Servir a Dios por Amor. ¿No debiera repercutir esta actitud tan suya en los hombres del siglo XXI? Porque sin Dios todo se desmorona: No hay Amor y no hay a quien verdaderamente Servir. Queda siempre, pues, la esperanza de un reencuentro del hombre con Dios Padre, plenitud del Amor y también de la Misericordia