Teresa Ribera, nuestra primera ecologista, nos conduce a la caverna... y a la ruina
El pasado día 2 de agosto, Naciones Unidas, cómo no, celebraba su "Día de la sobrecapacidad". Ese día, clamaban los profetas del cambio climático, mucho más pesados e insufribles que los del antiguo testamento, la humanidad ya había agotado los recursos naturales disponibles para todo el año.
Naturalmente, toda esta milonga ecologista siempre lleva a la misma conclusión… falsa: no tenga usted hijos porque somos demasiados sobre el planeta. Además, vivirá usted más cómodo porque los bebés no hacen otra cosa que complicarnos la vida. Y a los países pobres ya les daremos píldoras anticonceptivas. Como son unos salvajes a los que les basta con refocilarse… De esta forma, cuando seamos menos, ya verán qué bien nos va a todos, sobre todo a los que inventamos el truco de que para reducir la miseria lo más efectivo es reducir el número de miserables, a ser posible antes de nacer.
Cuando seamos menos, ya verán qué bien nos va a todos, sobre todo a los que inventamos el truco de que para reducir la miseria lo más efectivo es reducir el número de miserables, a ser posible antes de nacer
Ni qué decir tiene que el día 2 de agosto ese oráculo moderno llamado TV se jartó de mostrarnos a “expertos" climáticos que nos amenazaban con las penas del infierno, más que nada porque les encanta acongojarnos y porque su negocio consiste en eso: en implantar la tiranía climática, para lo que necesitan sembrar el pánico: dile a alguien que el planeta está a punto de desaparecer y que la culpa es de la humanidad, indefinido concepto que apunta al vecino de arriba, y tendrán un pueblo perfectamente preparado para la más duradera de las tiranías. Teresa Ribera y el sanchismo, en vena.
Pero, por el momento, ahora estamos en la etapa de “crear un nuevo modelo de producción”. Naturalmente, ese nuevo modelo consiste en una expropiación general de nuestros bienes, para obligarnos a adaptarnos, en tiempo récord, a un modo de vida y a un modelo productivo para el que no estamos preparados y para el que no disponemos de recursos.
Ejemplo: en 2030, o 2040, me es igual, usted tiene que haber cambiado su coche de combustión actual, que tanto le ha costado pagar, o que aún no ha pagado del todo, por un coche eléctrico que le va a resultar mucho más caro. Por cierto, precisa menos constructores (eres en los fabricantes) y menos mecánicos (a cerrar talleres) sin que la eficacia del coche eléctrico esté demostrada… ni de lejos.
Ahora bien, supongamos que todo esto es bonísimo. Nos fuerzan a descarbonizarnos y hunden en la miseria a miles de negocios. Pero el problema de los adalides del cambio climático es aún más grave: confunden la gimnasia con la magnesia, porque, verán, la producción económica no agota los recursos naturales sino que los multiplica. La semilla produce sandías y de las sandías producidas extraemos nuevas semillas, que multiplican el número de sandías futuras.
Eso por no hablar del intelecto humano, capaz de aumentar la producción y lograr con 1 recurso sacar 100 donde antes sacaba 10.
En definitiva: es mejor producir más que consumir menos y la producción no agota los recursos, los multiplica.
El hombre no agota los recursos naturales: los multiplica. El hombre no es un depredador de la naturaleza, es su fertilizador. Al menos, es el único que puede serlo y que puede rectificar cuando lo hace mal
La crisis económica que viene es crisis de oferta, no de demanda. Como en nuestro siglo, gracias a los verdes riberos, manda la ecología y no la economía, resulta que lo que falta es oferta. No sobra demanda, no sobran seres humanos De hecho, necesitamos más seres humanos que produzcan más para saciar a toda la especie humana y a este planeta no hay que mimarle, hay que explotarle más, mucho más, para que siga sirviendo al hombre y multiplique sus frutos. Esto es bueno para el hombre y bueno para el planeta. Contra la tiranía verde actual se alza el mandato bíblico de “henchid la tierra y sometedla”.
El mejor ejemplo de lo que digo es el desierto del Sáhara. Antaño, con el imperio romano, un imperio de campesinos y agricultores de alta dedicación, el norte de África era el granero del imperio: trigo, vid, olivo. Llegaron los musulmanes, que no poseen la paciencia necesaria entre siembra y siega, ni la dedicación del ganadero cristiano del bovino y se conformaron con que sus cabras comieran abrojos y destrozaran el pasto. Preferían trabajar menos aunque vivieran peor (curioso, el mismo ideal del ecologista de hoy). Conclusión: la tierra no explotada en sus recursos, no sembrada por el campesino se agostó y el desierto avanzó hasta la orilla misma del Mediterráneo, donde está hoy.
El ecologista tiene mucho de islámico y ya se sabe que la economía musulmana constituye el camino más seguro hacia la miseria. Por contra, la economía cristiana nos dice que no hay que consumir menos (salvo por la necesidad de ayuno temporal y gusto por la austeridad, que debe poseer el alma individual), que lo que hay que hacer es producir más, más barato y para todos. Mejor que sobre que no que falte.
El problema de los adalides del cambio climático es aún más grave: confunden la gimnasia con la magnesia, porque, verán, la producción económica no agota los recursos naturales sino que los multiplica
El hombre no es un depredador de la naturaleza, es su fertilizador. Al menos, es el único que puede serlo y que puede rectificar cuando lo hace mal. El hombre no agota los recursos naturales: los multiplica.
Por lo demás, lo dicho: el cambio climático no es una falsedad, es una obviedad, y lo que importa no es constatarlo sino combatirlo en sus consecuencias más negativas, en lugar de asustar a la gente y presentarlo como algo inabordable. A fin de cuentas, si no lo podemos evitar, ¿para qué angustiarnos con él?
Una de las consecuencias negativas del cambio climático es la sequía. Y la sequía, en vez de lamentarnos por ella como hacen todos los telediarios, se puede y se debe combatir. Lo que pasa es que exige ganas y dinero. Ejemplo, se puede recuperar más agua dulce -somos un planeta de agua-, pero desalarla es caro. Además, la combinación ideal para desalar agua de mar es utilizar la energía nuclear porque desalar agua exige mucha energía. Grandes desaladoras movidas por energía nuclear es la combinación ideal para robarle agua al mar y verterla en la tierra.
Pero, miren por dónde, los ecologistas odian la energía nuclear como odian cualquier logro del hombre para multiplicar los recursos naturales. En este caso, el recurso vital de la energía. Si no hay energía nuclear, la desalación de agua se vuelve casi imposible, al menos en grandes cantidades. Teresa Ribera, nuestra primera ecologista, odia la energía nuclear, así que, según costumbre entre los ecologistas, nos condena a la caverna… y a la ruina.
Y ojo, no tienen por qué ser malas todas las consecuencias del cambio climático. Por ejemplo, a lo mejor podemos aprovechar tierras antes heladas.