'Año de la Misericordia'. Kowalska-Wojtyla (IX). "Prepararás al mundo para mi última venida"
- El cristiano siempre va de derrota en derrota hasta la victoria final
- Santa Faustina hablaba de la Segunda Venida de Cristo, del apocalipsis, con la misma sencillez con la que se refería a la oración.
- Karol Wojtyla va a beber en esas fuentes y llegará al Concilio Vaticano II.
- Ya no es ningún secreto que Wojtyla aprovechó el Concilio para enarbolar la causa de Santa Faustina.
- Una de las notas distintivas menos conocida de Juan Pablo II es su convicción en la veracidad en muchas de las apariciones marianas.
"Prepararás al mundo para mi última venida". Faustina Kowalska se pasó años, al modo de Jacob, luchando contra Dios. Los encargos que recibía no eran adecuados ni tan siquiera para el más poderoso de los hombres. Cuando aducía a su interlocutor un argumento tan lógico como el de que una monja iletrada, perdida en un convento de una ciudad pequeña, inserta en un país marginal como Polonia, no es quién para preparar a la humanidad para la segunda venida de Cristo, ni tampoco para convertir la imagen de la Divina Misericordia, artísticamente sólo pasable, en mundialmente conocida y reconocida, ni para convencer al mundo de que se abandone en manos de un Dios en cuya existencia no cree, o en que confíe ciegamente en quien ha desaparecido de las páginas de la prensa... recibía la misma respuesta: "tú sola no puedes hacer nada pero conmigo puedes todo". Eso significa dos cosas: que el cristiano siempre va de derrota en derrota hasta la victoria final y que a Dios no le gusta la fama. Ochenta años después, la promesa se ha cumplido. La imagen de la Divina Misericordia te la topas en cualquier iglesia de los cinco continentes, con la leyenda eterna: "Jesús, confío en ti". Y eso que pasó décadas en interdicto por parte de la propia iglesia. En resumen: nadie sabe cómo, pero la devoción a la misericordia divina y el plan de vida y el sistema espiritual que comporta es conocido por el conjunto de la humanidad sin alharacas en los medios. Y, encima, Santa Faustina hablaba de la Segunda Venida de Cristo, del apocalipsis, con la misma sencillez con la que se refería a la oración, la confesión o cualquier otro sacramental o práctica piadosa. Karol Wojtyla va a beber en esas fuentes y llegará al Concilio Vaticano II, en el que la iglesia va a beber en las fuentes de una polaca aún no reconocida y sometida a investigación. Cuando Juan XXIII, en su famoso discurso de apertura del Concilio, se refiere a la necesidad de afrontar el reto de la modernidad por la vía de la misericordia, habla en futuro: será Juan Pablo II quien lleve a la práctica esa teología de la misericordia. En su estilo eslavo: no sólo cedía un ápice doctrinal, sino que avanzaba y conquistaba, doctrinalmente, el mundo. Al tiempo, renunciaba a la imposición en todos los niveles: las decisiones de conciencia las toma cada cual, el papel del pastor es sólo indicarle el camino. Ya no es ningún secreto que Wojtyla aprovechó el Concilio para enarbolar la causa de Santa Faustina, que poco después de la magna reunión sería por fin, rehabilitada y comenzaría su camino hacia la canonización. ¿Cómo no iba a serlo, si los documentos conciliares no eran sino la doctrina de siempre con el añadido de la olvidada misericordia divina? Puede decirse que la inspiradora del Concilio Vaticano II fue una monja en interdicto y que el gran vencedor de la reunión fue el desconocido padre conciliar Karol Wojtyla. Y entre sus victorias se cuenta la llamada universal a la santidad, durante una intervención, escrita a mano. Era la teoría que llevaba vendiendo desde 1928 un sacerdote aragonés, José María Escrivá De Balaguer, fundador del Opus Dei. Sólo perdió una batalla, que libraron, cómo no, los polacos, probablemente la única sombra del tan malentendido como brillante Vaticano II: la jerarquía polaca no logró sacar adelante un documento dedicado ex profeso a la virgen María. Malo, malo. Tuvo que esperar a ser Papa para cumplir lo que la vidente de Fátima, sor Lucía, llevaba pidiendo desde 1917: la consagración de Rusia y del mundo a su tan dulce como recio corazón. Una de las notas distintivas menos conocida de Juan Pablo II es su convicción en la veracidad en muchas de las apariciones marianas, que han jalonado la segunda mitad del siglo xx, desde Garabandal a Medjugorje. Todas ellas, con una sustancial referencia a la Segunda Venida de Cristo, al apocalipsis, tan de moda en el mundo como fue Fukushima. Pero proclamar la certeza o falsedad sobre las apariciones marianas corre a cargo de los obispos y Juan Pablo II era un hombre que sentía un profundo respeto por las competencias de sus hermanas en el episcopado. Por pura casualidad, en los dos ejemplos antes citados, Garabandal y Medjugorje, los obispos respectivos, no sólo no otorgaron el 'nihil obstat' sino que se opusieron activamente a reconocer las apariciones cuando no se empeñaron obsesivamente en desacreditarlas. Y no lo olvidamos, la almendra de los mensajes de las apariciones marianas del siglo XX hablan de eso: de la Segunda Venida de Cristo y lo bueno y malo que eso supondrá. Nunca como durante los últimos 50 años la madre de Cristo había hablado tan claro pero los complejos de muchos católicos ante el milagro, ante lo extraordinario es grande, demasiado grande. Ahí el mundo nos ha ganado la batalla a los cristianos. Y eso que, para un cristiano, nada debería haber más ordinario que lo extraordinario.