Maravillas de Pidal y Chico de Guzmán nació en la Carrera de San Jerónimo de Madrid, en las postrimerías del siglo XIX. Hija de los Marqueses de Pidal, su padre era a la sazón embajador de España ante la Santa Sede y miembro de una reconocida familia de la aristocracia española de la época, estrechamente comprometida con la política y la defensa de la Iglesia.

Sin embargo, no hizo alarde de su origen aristocrático sino más bien todo lo contrario, y así, deseando responder a lo que entendía era una llamada intensa de Dios a la vocación religiosa, tan pronto tuvo ocasión, tras el fallecimiento de su padre, ingresó como Carmelita en el Carmelo del Escorial en 1919. Allí esperaba pasar el resto de su vida oculta del mundo, alejada de las vanidades y oropeles que su condición social le garantizaba, oculta en el silencio y la soledad de su celda... pero Dios tenía otros planes sobre ella.

Así, en 1924 salía con tres carmelitas de su comunidad a fundar en el Cerro de los Ángeles el Monasterio que “el Sagrado Corazón de Jesús le pedía a gritos”. El Cerro se había convertido en el referente de la España Católica, tras la consagración que Alfonso XIII hiciera  en aquel lugar, centro geográfico de la península, el 30 de Mayo de 1919. Dos décadas después, los democráticos milicianos progresistas, fusilaron la imagen del Sagrado Corazón, más que nada para que quedara claro de qué iba el asunto.

Esa fundación en el centro geográfico de España sería la primera de un total de once -incluida una en la India- que realizaría la hoy Santa Maravillas de Jesús, siendo considerada como “la Santa Teresa de Jesús del siglo XX”, reconocimiento que la Madre Maravillas jamás habría aceptado desde su profunda humildad. Pero ya la Santa Madre de Ávila  dijo que “humildad es caminar en verdad”…  y dicho queda. Paseó hasta el cielo tal día como hoy, 11 de diciembre de 1974, desde su amado Carmelo de La Aldehuela en Getafe, y San Juan Pablo II la canonizó en Madrid en su último viaje a España, un 4 de mayo de 2003.