Sr. Director:
Aunque en lenguaje coloquial utilicemos ambos términos como sinónimos, si nos atenemos al Diccionario de la RAE, muy resumidamente, es fácil aquello que se puede hacer sin gran esfuerzo, habilidad o capacidad, o que puede suceder con mucha probabilidad; mientras que sencillo es lo que no tiene artificio ni composición, lo que carece de ostentación y adornos. Hoy tendemos a preferir lo fácil sobre lo sencillo: actitud que se manifiesta en muchos aspectos de nuestras vidas, pero quizás más claramente en el ámbito religioso. Es creciente el número de personas que rechazan la fe cristiana por considerarla fundamentada en postulados demasiado sencillos, y sin embargo acaban poniendo velas de colores por todos los rincones de su casa, con los bolsillos llenos de extraños amuletos y realizando tropecientos rituales absurdos para alejar la mala suerte.
Les parece muy simple que para redimir a la humanidad, Dios se encarnara en una Virgen hebrea hace dos mil años, o que a través de la oración puedan llegar a un conocimiento profundo de sus propias vidas; pero aceptan con toda naturalidad que alguien, que asegura tener poderes, les eche unas cartas, les diagnostique que padecen un mal de ojo y les someta a ridículos tratamientos a base de esotéricos productos que se les facilitará por un «módico» precio. Y son capaces de someterse a toda esa parafernalia, aunque el de los poderes ni se haya pasado por el notario ni sepa donde está Correos ni tenga pajolera idea de oftalmología. Ser sencillo resulta cada vez menos fácil.