
Decíamos ayer, en nuestro vigésimo noveno cumpleaños de Hispanidad, que vivíamos una crisis profunda del periodismo, caracterizada por una guerra civil entre periodistas, donde los medios grandes, muchos de ellos en quiebra técnica por la irrupción de Internet, arremeten contra los medios pequeños con el loable propósito de asfixiarles. Hoy en día, el peor enemigo de la libertad de prensa son los grandes medios de prensa.
Son multimedia que sobreviven gracias a las limosnas del poder político y de la presión de éste sobre los poderes económicos, así como su alineamiento con lo políticamente correcto, tantas veces detestable.
Cuando me preguntan cómo marcha la prensa, lo primero que pienso es en responder que marcha exactamente igual que el mundo. El periodismo no refleja la realidad pero la imita. Sobre todo, imita a la realidad aparente... a lo políticamente correcto.
Pues bien, en 29 años el mundo ha vivido una evolución tirando a triste de la teología de la liberación (relativismo) al indigenismo (blasfemia contra el Espíritu Santo).De José Mujica a Gustavo Petro.
En serio: el uruguayo José Mújica era el típico guerrillero marxista del siglo XX que convirtió la lucha armada contra los ricos en su cosmovisión vital. Hizo daño, claro pero, al menos, era sincero. Podía esta en el bando equivocado pero resultaba unívoco: no engañaba a nadie.
El colombiano Gustavo Petro, sin embargo, es un partidario de la nueva plaga, mucho peor que el relativismo: la blasfemia contra el Espíritu Santo, lo propio del siglo XXI, donde los que quieren parecer buenos, incluso imparten sermones de moral, y la mentira se corona como verdad indiscutible. Ese es Petro, el miserable homicida guerrillero, sectario, déspota y encima subido en el púlpito dándole al mundo lecciones de moral.
Y el periodismo no podía sustraerse, me temo que no ha querido, a la blasfemia contra el Espíritu Santo.
Internet llegó a España a mediados de 1995, Hispanidad nació en marzo de 1996. Lo que comenzó siendo un complemento de la prensa escrita se ha convertido en la única infovía que queda junto a la de televisión en abierto, cada día más colonizada por la red y por las plataformas... que operan a través de la red.
Pero esto es forma y a mí lo que me preocupa es el fondo del fenómeno. Me preocupa una generación de periodistas que operan en la blasfemia contra el Espíritu, que hablan del derecho al aborto (una madre que mata a su propio hijo en su propio seno: ¿esto es un derecho?), o que contemplan bestialidades como el trashumanismo, el indigenismo o el animalismo como nuevos descubrimientos científicos y tecnológicos a los que hay que contemplar con exquisito respeto.
Por último, lo que quizás represente mejor la blasfemia contra el Espíritu Santo, quizás lo peor, es que cuando alguien se atreve a levantar la voz para insinuar que el emperador va desnudo, es desterrado como pseudoperiodista y miembro de la bancada de la desinformación y la ola reaccionaria que nos asola, presumiblemente fascista.
Y lo peor: cuando un periodista quiere ser libre y se enfrenta a ese sistema de oligofrénicos que ha convertido la verdad en mentira y la mentira en verdad, le tildan de ultra y le ponen una mordaza o crean un cinturón sanitario a su alrededor.
¿Quién es fascista? El que no piensa como yo.
En 29 años, en Hispanidad hemos visto esta degeneración progresiva que va desde el relativismo a la blasfemia. Pero ojo: la salvación tampoco está en el liberal argentino Javier Milei. Está donde siempre estuvo: en Cristo. La reina Isabel I sabía muy bien que la gran obra de España en América era la evangelización, no la justicia social, que es una mera consecuencia de lo primero.
Pero seamos optimistas: algún día nos levantaremos y nos preguntaremos: pero, ¿qué hemos hecho durante los últimos 25 años?