'Año de la Misericordia' Kowalska-Wojtyla (VII). El relativismo no es herejía, es locura
- A Karol Wojtyla se le reconoce como un magnífico profesor de sotana y abrigo raídos.
- La incoherencia es el pecado favorito de los católicos actuales.
- Austeridad, recogimiento, realismo y coherencia. Eran las armas con las que Wojtyla iba a enfrentarse a la más dura tiranía de la era moderna.
- Es el Estado quien nombra a los obispos y a la curia polaca.
- Con su austeridad, Wojtyla va a arrebatarle al socialismo su única justificación moral: la de trabajar por la igualdad de todos.
Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia, habla de la virtud de la pobreza para almas consagradas pero, a buen seguro, la receta puede aplicarse a todos según su estado de vida: "Hay cuatro grados de pobreza: no disponer de nada sin depender de los superiores (estricta materia del voto), evitar la opulencia y conformarse con lo indispensable (constituye la virtud), tender de buena gana a las cosas más míseras, y esto con satisfacción interior, contentos con la escasez". En la postguerra mundial, el cura párroco Karol Wojtyla sería conocido por sus alumnos la Universidad Católica de Lublín, la única con ese título en todo el orbe soviético, como un magnífico profesor y como el profesor de la sotana y el abrigo raídos. Nunca tuvo una cuenta bancaria ni dinero personal alguno. Era especialista en regalar lo que le regalaban hasta el punto que sus colegas sabían que si le daban una cuchilla nueva de afeitar debían tirar la antigua o se la daría a alguien. Lo mismo ocurría con los zapatos, inservibles por ultra-remendados. Dormía en el suelo y su salario de profesor universitario lo donaba para becas de estudiantes universitarios sin recursos. El material de piragüismo o de esquí se lo cedían los propios profesores, alumnos y feligreses de sus grupos juveniles y los aprovechaba al máximo. Ese mendigo iba a realizar una operación muy similar a la de Tomas de Aquino con Aristóteles: el Aquinate cristianizó toda la filosofía clásica y Wojtyla iba a cristianizar la fenomenología de Edmund Husserl, Max Scheler y Edith Stein, esto es, la vuelta al realismo y la sensatez. La cosa había empezado a malograrse con el amigo Descartes, aprendiz de grupo, y de ahí, pasando por el empirismo inglés y el ultra idealismo alemán del sosísimo amigo Kant, la humanidad se había mareado de tanto mirarse al ombligo. El conocimiento de la realidad había sido olvidado y en plena borrachera los más pedantes afirmaron que la realidad sencillamente no existía. El conocimiento de la verdad se trasladó al conocimiento del conocimiento, un círculo cerrado que desembocó en el vértigo existencial del siglo XX y su secuela de tiranías: la fascista, la marxista y la capitalista, todas ellas trenzadas con los mismos mimbres: apartado Dios, el hombre se convirtió en medio, que no en fin, según la inapelable sentencia de Chesterton: lo que no es sobrenatural es antinatural. El filósofo Juan Pablo II, el autor de El esplendor de la verdad, sin duda el texto que cierra todas las amarguras del siglo XX, nos vino a decir esto: el relativismo no es herejía, es locura. Pero ese vuelco intelectual sólo podía lograrse desde la austeridad. La pobreza sobre todo cuando se vive con satisfacción interior, "contentos con la escasez", cuando, en suma, es pobreza y no miseria, provoca un irrenunciable sentido de la realidad. No hay nada que vuelva tan neurótico como el lujo innecesario, que sumerge en una burbuja de irrealidad "al que lo sufre". Pobreza, no miseria, porque la indigencia forzada no otorga ningún sentido de la realidad: lo único que provoca es sufrimiento. Escaso espíritu onegero Diario de Santa Faustina: "las almas menos recogidas quieren que las demás se les parezcan ya que constituyen para ellas un remordimiento continuo". ¿Verdad que la frase explica muchas actitudes, declaraciones y calumnias? Para el malvado la mera visión del bueno es un insulto, una imputación, una ofensa y una injuria. Pero ese recogimiento es, ante todo, paz interior, la paz de quien confía en Cristo y nada le asusta. Y esa paz necesariamente ha de manifestarse en lo que Santa Teresa explicaba con aquella jaculatoria suya que compendia un sentido para la vida: "Alma, calma". Sor Faustina uniría al recogimiento teresiano lo que parece casi obsesión por el silencio, por saber escuchar: "Dios no se da a un alma parlanchina... el alma hablantina está vacía en su interior... vi a muchas almas en los abismos infernales por no haber observado el silencio... en la lengua está la vida, pero también la muerte. A veces con la lengua matamos, cometemos un verdadero asesinato". ¡Qué curioso! Las biografías de Juan Pablo II repiten lo mismo. Sus feligreses y universitarios de la difícil postguerra soviética polaca califican su tarea pastoral y pedagógica con casi idénticas palabras; lo que más destacan de él es "su capacidad para escuchar". Le podías contar cualquier cosa que te ocupara o preocupara: "le interesaba todo". Lo suyo era caridad, no espíritu onegero. De hecho uno de sus amigos durante aquellos años de sacerdote parroquiano lo definió de la siguiente manera: "es un tipo al que no le cuesta nada amar". Al silencio y el recogimiento se une, cómo no, tratándose de Juan Pablo II, la necesidad de ser coherentes con nuestra propia coherencia para no hacer cierta aquella frase tan genial como maligna, de don Groucho Marx: "Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros". La incoherencia es el pecado favorito de los católicos actuales. Cuando una feligresa vino a preguntarle si un conocido escribano era un escritor católico, tal y como le aseguraban en la universidad, Wojtyla, sentenció: "No, es un escritor que, además, es católico". Prudente distinción. Austeridad, recogimiento, realismo y coherencia. Eran las armas con las que Wojtyla iba a enfrentarse a la más dura tiranía de la era moderna. En 1953, nueva constitución polaca, forzada por la amenaza de intervención soviética: el Kremlin brama porque no logra domeñar el catolicismo polaco. Su odio se dirige hacia el cardenal Wyszynski, el sacerdote de la clandestinidad nazi, que acaba recluido en un monasterio-prisión durante tres años. Un héroe para los polacos pero con un estilo muy distinto al de Wojtyla. Wyszynski cree en el enfrentamiento directo y paga en sus propias carnes y en las de muchos sacerdotes polacos, deportados o encarcelados o sencillamente golpeados por la policía secreta del Régimen. Es el Estado quien nombra a los obispos y a la curia polaca. Hasta doce años queda vacante la diócesis de Polonia y Lolek los aprovecha para aplicar su método: callar ante Dios y hablar ante el poder, al que reta con su palabra y su constante apostolado. Su método tiene una ventaja: la maldad ciega las mentes y arrambla con el escaso sentido común de la jerarquía comunista. Encima, con su austeridad, Wojtyla va a arrebatarle al socialismo su única justificación moral: la de trabajar por la igualdad de todos. Eso, unido a una forma de expresar las eternas verdades del catecismo, una lógica que aplasta los argumentos del contrario, van a convertir a Wojtyla en el hombre del siglo XX. El comunismo no le entiende y cuando no entiendes a tu enemigo has ganado la guerra, aunque, renunciando a la violencia, te exija años de enfrentamiento. No sólo traerá la libertad a Polonia, sino a todo el universo comunista. Por algo se empieza.