Carolina y Paulina Bonaparte, las hermanas de Napoleón
El domingo pasado les había dejado en la puerta de un gallinero que, por cierto, no les había dicho que se localizaba en Italia, aunque las gallinas eran francesas, pues en esta península mediterránea es donde se asentaron dos hermanas de Napoleón, llamadas Carolina y Paulina. Y dicen que la depravación de estas tierras durante estos años se debe en buena medida a la influencia de sus conductas.
Carolina estuvo casada con Joaquín Murat, el jefe de la caballería francesa y el represor de Madrid en 1808. Y ya le costó trabajo a Napoleón dar su consentimiento para que Murat se casase con su hermana, y todo porque, según dicen, Murat y Josefina 'coronaron' a Napoleón, y por eso el emperador se vengó negándole la mano de su hermana. Pero Napoleón acabó cediendo por la insistencia de su hermana, que al parecer se puso muy pesada en lo de casarse con Murat, hasta que lo consiguió. Y Napoleón les nombró reyes de Nápoles.
Carolina fue una de las muchas amantes de Metternich, embajador de Austria en Francia, que aunque reaccionario donde los haya, tuvo estómago para mantener relaciones también y al mismo tiempo con Laura Junot, esposa de otro mariscal de Napoleón. Carolina, informada por la policía, se sintió traicionada y delató a Laura, que acabó medio muerta a manos de su marido, ya que el muy bestia la acribilló con unas tijeras. Y el mariscal Junot, por su parte, se chivó a Eleonore von Kaunitz, esposa de Metternich, que tras escuchar el relato del mariscal, le respondió: “El papel de Otelo no os favorece”.
Carolina fue una de las muchas amantes de Metternich, embajador de Austria en Francia, que aunque reaccionario donde los haya, tuvo estómago para mantener relaciones también y al mismo tiempo con Laura Junot, esposa de otro mariscal de Napoleón. Carolina, informada por la policía, se sintió traicionada y delató a Laura
Pues bien, porque fuera verdad o porque se lo quiso creer, Carolina estaba convencida de que tenía una espalda muy bella, tan bella en su opinión que se sintió en la obligación de enseñarla al público. Así es que tomó bajo su protección a Ingres, un pintor obsesionado por todos los aspectos eróticos del desnudo femenino.
Y como recursos económicos es lo que sobra siempre en un Estado gobernado por dirigentes depravados, el reino de Nápoles invirtió no pocos de ellos en inmortalizar la espalda de Carolina. El resultado es La Grande Baigneuse; esto es un desnudo de una bañista en el que se destaca la espalda, que no es otra que la de Carolina, o eso decía la propaganda oficial.
No quedó todo en esto, y el artista Ingres también pintó otro cuadro titulado La Gran Odalisca, que traducido del turco quiere decir “La Gran Gallina”, otro desnudo de las espaldas de Carolina, al que Ingres para resaltar el diseño le insertó tres vértebras más. Y donde el común de los mortales ve lo que el título del cuadro dice, los tratados de Arte hablan de su gama cromática, de la estilización de la figura y del manierismo…
Carolina estaba convencida de que tenía una espalda muy bella, tan bella en su opinión que se sintió en la obligación de enseñarla. Así es que tomó bajo su protección a Ingres, un pintor obsesionado por todos los aspectos eróticos del desnudo femenino, que pintó su espalda en 'La Grande Baigneuse' y 'La Gran Odalisca' ('La Gran Gallina')
Pero en aquel gallinero, Paulina era la "gallinísima", todavía más aventajada que su hermana Carolina. Lo digo porque, al igual que su hermana Carolina, Paulina también sedujo al mariscal Junot, pero esta lo consiguió cuando todavía era menor de edad. Y con los años se fue superando, por lo que sus biógrafos dicen que Paulina contrajo todas las enfermedades venéreas conocidas en aquellos tiempos.
Después de un primer matrimonio, vivido en múltiple fidelidad como pratican las gallinas con los gallos, enviudó y con el tiempo contrajo segundas nupcias. Se casó con el jefe de una de las familias más rancias y más ricas de Roma, Camillo Borghese, a quien Napoleón encomendó el Gobierno de Piamonte.
Decidida a inmortalizar su cuerpo, encargo a Canova que la esculpiese como la Venus Victrix ( Venus Victoria), la diosa arquetípica del sexo, ante la que se rinden los hombres por su belleza.
El escultor, además de prestigioso artista, no debía ser mala persona del todo y dicen algunos que era hasta un "capillitas". Se había ganado su reputación realizando tallas destinadas para los sepulcros papales. Así es que la propuesta de Paulina le dejó tan turbado, que como contrapropuesta sugirió mostrarla como Diana, ligerita de ropa, ya que al menos esta diosa se asociaba, además de con la caza, con la castidad.
Pero en el forcejeo quedó muy claro quién era Paulina, el poder que tenía la hermana del emperador, la persuasión del dinero del marido de Paulina y la fortaleza de las convicciones del meapilas de Canova, un católico moderadito, dialogante, de centro y enemigo de radicalismos. Venus desplazó a Diana y el resultado fue una de las obras más célebres de Canova. Y como sucede en este tipo de representaciones, tampoco es que la creación artística de mucho de sí en cuanto a los escenarios.
Así como su hermana Carolina aparece pintada de espaldas, Paulina se muestra en talla, sin ropa de cintura para arriba y recostada en un colchón, eso sí, sobre un lecho real de madera pintada, al que se le incorporó un mecanismo que hiciera girar la escultura para verla por detrás y por delante. Paulina disfrutaba mostrándola a sus invitados a la luz de las velas, comentando —según dicen los estudiosos del Arte— “los detalles más refinados”, lo que llamábamos por su verdadero nombre de "guarrerías" en el proletario e inculto barrio de Vallecas de mi infancia y juventud.
Como su hermana Carolina aparece pintada de espaldas, Paulina se muestra en talla, sin ropa de cintura para arriba y recostada en un colchón, eso sí, sobre un lecho real de madera pintada, al que se le incorporó un mecanismo que hiciera girar la escultura para verla por detrás y por delante
La hermana de Napoleón organizaba también otro tipo de festejos, a los que acudían honorables personalidades de la nobleza e ilustres visitantes ingleses, como el duque Hamilton. Como eran muy celebrados sus hermosos piececillos, se imprimían invitaciones para asistir a La toilette des pieds. Y por lo que cuentan, los asistentes se lo pasaban la mar de bien viendo cómo las criadas empolvaban los pies de Paulina, que los apoyaba sobre un almohadón de terciopelo.
En una de aquellas sesiones, el duque de Hamilton fue uno de los designados por el dedo providente de Paulina, para apoderarse de uno de sus pies y —como dicen textualmente las crónicas— guardarlo en su chaleco como un pajarillo. Quizás no se entienda muy bien en qué consiste la gracia, pero después de darle unas cuantas vueltas y no entenderlo yo tampoco, he llegado a la conclusión de que, a lo mejor, al común de los mortales no nos está permitido descifrar los enigmas de las gallinas.
Pues bien, estos son solo algunos rasgos del clima de degeneración, vulgaridad y pistolerismo, vicio y corrupción de la sociedad generada por la ideología liberal progresista. Por lo demás, todo ello muy poco novedoso por cierto, pues basta con leer un poco de Historia Antigua, Medieval, Moderna o los periódicos de hoy para comprobar lo poco original que es la naturaleza humana cuando actúa inmoralmente, tendente hacia el mal. A todos les suele dar por lo mismo: ambición de poder, codicia de bienes materiales y vicio. Por el contrario, cuando se actúa moralmente, tendiendo hacia el bien, la fauna histórica suele ser un poco más variada que el trío de águilas, urracas y gallinas.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá