
“Arancel”, esta es la palabra que puso de moda Donald Trump el día que tomó posesión como presidente de los Estados Unidos. Y por lo alto que hablaban dos señores entrados en años en el autobús el lunes pasado, que iban poniendo al presidente norteamericano como no digan dueñas, a costa de los aranceles, todos los viajeros nos pudimos dar cuenta de dos cosas: de que eran muy progres y de que no tenían ni idea de lo que es un arancel.
Cuando Adam Smith (1723-1790), en su obra La riqueza de las naciones, se refirió a “la mano invisible”, los primeros liberales creyeron que se habían acabado los problemas, pues las contradicciones del mercado las iba a arreglar esa fuerza que nadie veía, y se entregaron con gran entusiasmo a promocionar el libre mercado, empezando por eliminar los gremios, porque “ni dejaban hacer, ni dejaban pasar, impidiendo que el mundo caminara por sí mismo”.
Endiosaron la libertad hasta tal grado que dejaron de escribir esa palabra con minúscula. Y si así lo hicieron fue porque dejaron de concebir al hombre como un ser dependiente, como una criatura de Dios al que su creador además de una ley le ha dado libertad para cumplirla o rechazarla, y le degradaron a la condición de en un ser autónomo del que decían que podría darse así mismo sus propias leyes. Y como ser autónomo ya no tenía una libertad limitada por las leyes divinas, porque creyeron que la esencia de su naturaleza era la libertad ilimitada, por no depender de nada ni de nadie. Dicha autonomía era radical y extrema, como si los individuos hubieran enrollado su naturaleza sobre sí mismas en varias vueltas hasta convertirla en una bola de billar impenetrable.
Endiosaron la libertad hasta tal grado que dejaron de escribir esa palabra con minúscula. Y si así lo hicieron fue porque dejaron de concebir al hombre como un ser dependiente, como una criatura de Dios al que su creador además de una ley le ha dado libertad para cumplirla o rechazarla
Y, como una cosa es predicar y otra dar trigo, entonces empezó el juego del billar americano cuando en cada jornada las bolas tuvieron que conciliar la libertad con el orden. Cierto que en esa modalidad del billar americano -una bola contra quince-, al principio, las quince bolas están en perfecto orden, porque un triángulo de madera las ha encajonado en cinco filas de una, dos, tres, cuatro y cinco bolas en cada hilera. Pero cuando el taco empuja la bola dieciséis contra el triángulo de las quince, el desorden se hace presente en el tapete verde. Por eso desde el siglo XIX también la palabra revolución se ha escrito con mayúscula más veces de las deseables.
Pues la aparición del arancel en España fue uno de los primeros choques que desbarató el orden del libre mercado, que habían imaginado los primeros librecambistas. Cuando al principio de la revolución industrial llegaron los paños ingleses al mercado español, mejores y más baratos que los que se fabricaban en Cataluña, los industriales de esa región reaccionaron corporativamente y abrieron el debate entre proteccionistas y librecambistas, partidarios los primeros de gravar con un arancel la entrada de los paños ingleses en España, de manera que al subir el precio de esos productos por ese gravamen en aduana, dejaran de ser competitivos con las telas catalanas.
Así es que por el bien de los aldeanos castellanos, andaluces, gallegos, navarros, vascos, valencianos o aragoneses y resto de regiones que se me hayan olvidado… En pocas palabras: ¡Todo se hacía por el bien de España! Había que frenar la entrada de los tejidos ingleses mediante aranceles y comprar lo que salía de los telares catalanes que era de peor calidad y más caro. Y estarán ustedes, queridos lectores, pensando equivocadamente que había que poner aranceles para que se enriqueciesen los industriales catalanes; pues están en un error, porque no se han dado cuenta de que las telas inglesas circulando sin trabas por el mercado de Medina del Campo y similares era una manifestación adelantada del actual ¡España nos roba!
¡Todo se hacía por el bien de España! Había que frenar la entrada de los tejidos ingleses mediante aranceles y comprar lo que salía de los telares catalanes que era de peor calidad y más caro
Uno de los más destacados defensores de los aranceles en beneficio de los industriales catalanes fue Pascual Madoz (1805-1870), que se expresaba en estos términos desde el escaño del Congreso de los Diputados: “Soy defensor de los intereses industriales de mi país, y como tal de la libertad de comercio en el interior y de la protección y fomento del comercio exterior”.

Retrato pintado Esquivel (1806-1857) de Pascual Madoz, una de las figuras más destacados del partido progresista, fue el más firme defensor de los interés de los industriales catalanes en el Congreso de los Diputados
En realidad, Pascual Madoz y el arancel fueron más que defensores de los intereses industriales de España, guardianes y promotores del interés corporativo de los industriales catalanes, que acabaron agrupándose en una institución que, con las lógicas reformas, sigue vive a día de hoy y está presidida por Josep Sánchez Llibre, como es Foment dell Treball Nacional, que en versión del primer apellido de su presidente quiere decir Fomento del Trabajo Nacional, que es como siempre se llamó desde su fundación hasta no hace mucho tiempo.

Josep Sánchez Llibre, actual presidente de Fomento del Trabajo Nacional
Y a semejanza de lo de “cuarenta siglos os contemplan”, que les dijo Napoleón (1769-1821) a sus soldados cuando llegaron a la gran pirámide de Guiza en Egipto, ha escrito Sánchez Llibre en la presentación de la página oficial de la institución que preside: “Dos siglos y medio de historia nos avalan”. Y en este punto tenemos que ponernos de acuerdo Sánchez Llibre y este historiador, porque si sus años son como los míos de doce meses, el tiempo que le avala es solo de un escaso siglo y medio, exactamente 135 años.
Según el historiador de esta institución, Guillermo Graell (1845-1927), republicano federal en lo político y proteccionista en lo económico, Fomento del Trabajo Nacional se fundó en Barcelona el año 1889. El alumbramiento fue posible gracias a un proceso de fusiones que se había iniciado en el año 1879, en el que participaron el Instituto Industrial de Cataluña, Fomento de la Producción Nacional y Fomento de la Producción Española.
Ahora bien, si a lo que se quiere referir Sánchez Llibre es a que el asociacionismo empresarial en Cataluña tiene más de doscientos años, en eso estamos de acuerdo. Y añado que fue la centenaria tradición corporativista de los industriales catalanes lo que explica el nacimiento de Fomento del Trabajo Nacional.
Se creó la Junta de Fábricas, según comenta Guillermo Graell, con la finalidad de eliminar “el amargor del exclusivismo algodonero”, pero no consiguió su objetivo, porque según este mismo autor “la Junta de Fábricas resultaba siempre crisálida sospechosa. Si no el público de Barcelona, el del resto de España y principalmente el de Madrid no veía más que la lanzadera”
A finales del siglo XVIII surgieron dos asociaciones de fabricantes algodoneros. La Real Compañía de Hilados de Algodón en 1772 y el Cuerpo de Fabricantes de Tejidos e Hilados en 1799, y de la fusión de estas dos asociaciones surgió en 1820 la Comisión de Fábricas, que a su vez se transformó en marzo de 1847 en la Junta de Fábricas.
Se creó la Junta de Fábricas, según comenta Guillermo Graell, con la finalidad de eliminar “el amargor del exclusivismo algodonero”, pero no consiguió su objetivo, porque según este mismo autor “la Junta de Fábricas resultaba siempre crisálida sospechosa. Si no el público de Barcelona, el del resto de España y principalmente el de Madrid no veía más que la lanzadera”. Y este fue el motivo por el que comenzó a fraguarse una nueva operación que poco tiempo después daría lugar a la creación del Instituto industrial, que como vimos fue una de las tres patas sobre las que se apoyó la mesa de Fomento del Trabajo Nacional.
“En lemosín sonaron mis primeros vagidos
al tomar la dulce leche del materno pezón”.
El 22 de febrero de 1849 el ministro de Hacienda, Alejandro Mon (1801-1882), presentó en las Cortes el presupuesto para ese año, en cuya discusión se iba a librar otra batalla más entre librecambistas y proteccionistas. La reforma arancelaria era inminente y así lo entendieron los proteccionistas. En el mes de mayo se dieron cuenta de la ventaja que les habían sacado los librecambistas, y es entonces cuando decidieron emplearse a fondo. Pascual Madoz recibió una carta el 1 de mayo de 1849, en la que se trazaba la estrategia a seguir. En principio, la Junta de Fábricas creó un fondo de 6.000 reales mensuales, lo que equivalía al quíntuple del sueldo de un catedrático de Universidad; con ese dinero había que subvencionar los periódicos de Madrid que insertasen en sus páginas artículos a favor del proteccionismo y pagar a Buenaventura Carlos Aribau, que había ofrecido su pluma a la Junta de Fábricas.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá