El obispo de Menorca Joan Torres Ribas (1902-1939) con varios sacerdotes de la diócesis en 1930. Seis de ellos fueron asesinados en 1936
La han vuelto a liar en el parlamento de Baleares con la exhibición de la foto de una mujer fusilada en la Guerra Civil, conocida como la Pasionaria de Mallorca. Y todo ello no es más que el resultado del clima de violencia y de odio establecido por haberse creído lo de la superioridad moral e intelectual de la izquierda, lo que, dicho sea de paso, la derecha pagana y atontolinada así se lo ha reconocido. Por este motivo los actuales sucesores políticos del Frente Popular de 1936 se han creído tan superiores que se consideran por encima de la realidad histórica, para construir una versión de la Guerra Civil, en la que solo hay víctimas del Frente Popular y verdugos del bloque de Franco. Y, como remate, en su totalitaria osadía, han aprobado la ley de la memoria democrática, en la que se amenaza con multas y penas de cárcel al que diga lo que a ellos no les gusta. Esto es lo que llaman un Gobierno de progreso.
Pero la realidad es tozuda y por eso, cuanto más enseñan la cresta, con mayor claridad nos muestran sus carencias. Veamos un ejemplo de la pretendida superioridad intelectual de la izquierda de Baleares. De todos es sabido que en los puertos controlados por el bando republicano hubo checas flotantes, fueron los llamados barcos-prisión. Uno de ellos se hizo tristemente famoso en Menorca: el vapor Atlante.
Pues bien, presidía el Gobierno Balear Francina Armengol, cuando a un particular se le ocurrió la idea de recoger firmas, para que al muelle del puerto de Mahón, donde estuvo atracado el Atlante, en recuerdo de los 76 asesinados los días 18 y 19 de noviembre de 1936, entre los que había un nutrido grupo de sacerdotes, se le llamase “mártires del Atlante”.
Y atendida la propuesta de ese particular por la simpar Armengol, la trasladó a estudio y dictamen de la Comisión Técnica de Memoria y Reconocimiento Democráticos, chiringuito dependiente del Gobierno de Armengol, y supongo que también generosamente subvencionado. Y… ¡Oh sorpresa!, la Comisión Técnica de Memoria y Reconocimiento Democráticos de Baleares dijo que verdes las han segado. Pero donde se aprecia a las claras lo de la superioridad intelectual de los comisionados de Armengol es en el motivo que adujeron: “el concepto mártir no es neutral porque forma parte del vocabulario franquista”. Así es que ya lo sabe el presidente de la Real Academia Española, ya puede ir arrancando del Diccionario de la Lengua las palabras fachas, empezando por la de “mártir”, lo mismo que se retiran de los espacios públicos lápidas y se cambian los nombres de las calles.
Un cura, dándoselas de valiente, lanzó desaforados gritos de ¡Viva Cristo Rey! Grito subversivo en estos momentos, porque entraña una consigna fascista
Pero como la realidad es mucho más interesante que la ficción, vamos a contar solo una secuencia de la Guerra Civil en Baleares, concretamente la que se refiere a la persecución religiosa en la isla de Menorca, en las personas de los sacerdotes seculares, ya que murieron mártires 39 sacerdotes, de los que 37 pasaron sus últimos días en el vapor Atlante.
La fortaleza de La Mola es una impresionante construcción militar, debida a la reina Isabel II (1833-1868). Dicha fortaleza está situada en la entrada de la bahía del puerto de Mahón (Menorca). En la actualidad no tiene ya una utilidad militar, y se ha convertido en un motivo turístico de quienes visitan Menorca.
El 18 julio de 1936, el general José Bosch Atienza, que estaba al mando del contingente militar de La Mola, se sumó al Movimiento Nacional de Franco. Sin embargo, en el otro extremo de la isla, en Ciudadela, el brigada Pedro Marqués se erigió en comandante militar de Menorca y el 23 de julio estalló la revolución en la isla. Días después, el 2 de agosto se sublevaron los militares subalternos de La Mola y al mando del brigada Pedro Marqués se estableció en la fortaleza un régimen revolucionario. Fueron fusilados los oficiales y jefes que se habían adherido al Movimiento Nacional como el general Bosch Atienza, el comandante de Estado Mayor, Jacinto Dolz del Castellar, el teniente coronel de Infantería, Luis Martos González, el coronel de Infantería retirado, Jaime Vidal Villalonga, los comandantes de Artillería, Manuel Quintero Ramos y Jaime Sampol Mercadal, el teniente de la Guardia Civil, Julio Riera Terrades, el teniente de Carabineros, Miguel Vila Olaria, el de la Guardia de Asalto, Bernardo Monclús Durango, el comandante de Infantería, Sebastián Rodríguez Vinent y el capitán de Infantería, Claudio Gil Alós. Y, por supuesto, que además de los militares, también fueron asesinados muchos civiles. Todos fueron asesinados sin haber tenido un juicio previo.
Una crucecita o pequeña medalla; ordenándole el jefe Sr. Marqués que escupiera encima, no lo hizo el Sr. Huguet, repitió el jefe varias veces la orden y entonces el joven sacerdote, alzando los ojos al cielo y extendiendo los brazos en cruz, exclamó con gran voz que llenó toda la casa y se oyó en la plaza y vecindad: ¡Viva Cristo Rey! De seguida el jefe rojo le disparó a la cabeza dos tiros que derribaron al Sr. Huguet
Pero por hoy nos detendremos, como hemos dicho, a referir el martirio de los 39 sacerdotes seculares de Menorca. Triunfante la revolución iniciada el 23 de julio, el brigada Pedro Marqués se hizo con el control de la isla y comenzaron las detenciones y los asesinatos. Y el mismo día 23 de julio a las siete de la tarde Pedro Marqués, procedente de Ciudadela, se detuvo en Ferrerías, donde residía en casa de sus padres el sacerdote Juan Huguet Cardona (1913-1936), que había sido ordenado el día 6 de junio de ese mismo año, por el obispo de Barcelona Manuel Irurita (1876-1936).
Y al igual que Manuel Irurita, Juan Huguet Cardona, sentía cercano el martirio y lo aceptaba. El 24 de diciembre de 1934, con motivo de recibir la Tonsura, Juan Huguet Cardona escribió la siguiente: “Señor, soldado vuestro soy, alistado en vuestro ejército por Confirmación y próximamente por Tonsura. Vos sois mi herencia, a vuestras órdenes, pues, mandad lo que gustéis, aunque sea el sacrificio de mi vida, aunque sea morir por Vos martirizado, ¿Qué podré hacer, que Vos no lo hayáis hecho por mí? Jesús haced que sea desconocido, que nadie se preocupe de mí, Jesús mío, quiero morir con Vos crucificado. Haced que sepa recibir agradeciendo las injurias, menosprecios, tribulaciones, etc., etc., pues que son los clavos que me han de clavar”.
El beato Juan Huguet Cardona fue asesinado pocos días después de ser ordenado por el obispo Manuel Irurita.
Durante la Guerra Civil, la sangre de Juan Huguet Cardona fue la primera que regó la tierra de Menorca el 23 de julio de 1936. Al día siguiente, el 24 de julio, La Voz de Menorca, un periódico afín al Frente Popular, contaba así lo sucedido: “Ayer al acudir las fuerzas leales a Ferrerías para conocer de cerca el estado de aquel baluarte faccioso, fueron recibidas en plan de agresión y según parece un cura, dándoselas de valiente, lanzó desaforados gritos de ¡Viva Cristo Rey! Grito subversivo en estos momentos, porque entraña una consigna fascista.
La actitud guerrera del cura y la noticia de que en Mallorca se han llevado a cabo fusilamientos, en los cuales algunos curas han jugado un papel importante, exacerbó lo ánimos de los defensores de la República, produciéndose una colisión en la que el cura fue herido gravemente.
Se nos dice a última hora que esta mañana será enterrado el cadáver del fascista y que en el pueblo reina completa tranquilidad”.
Sin embargo, la realidad de lo ocurrido era bien distinta a la “colisión” de la que hablaba La Voz de Menorca. Esto es lo que contaron los testigos de los hechos: “El brigada de infantería D. Pedro Marqués, viniendo de Ciudadela, a las siete de la tarde, se detuvo en la religiosa villa de Ferrerías, de la cual ya al mediodía habían sido llevados presos a Mahón los reverendos Sres. ecónomo y vicario. Quedaban el joven presbítero Sr. Huguet y otro sacerdote enfermo. Serían las 8 de la tarde cuando dicho jefe revolucionario llamó a la casa del Ayuntamiento al Sr. Huguet, al otro sacerdote reverendo Sr. D. Jaime Mascaró Allés, y a varios seglares conocidos por su actuación religiosa, D. Miguel Allés Pons, D. Jerónimo Florit Piris, D. Jaime Febrer Pons y D. Lorenzo Rotger Cardona; los mencionamos aquí porque son ellos los testigos de vista, que nos han informado minuciosamente de los pormenores de la muerte del Sr. Huguet. Al estar ellos en su presencia, hizo quitar la sotana a los sacerdotes ‘para que vistieran, dijo, como los hombres’. Mandó a un sargento que los registrara a todos, y al hacerlo al Sr. Huguet le fue hallado un objeto religioso, un rosario o cuenta faltas con una crucecita o pequeña medalla; ordenándole el jefe Sr. Marqués que escupiera encima, no lo hizo el Sr. Huguet, repitió el jefe varias veces la orden y entonces el joven sacerdote, alzando los ojos al cielo y extendiendo los brazos en cruz, exclamó con gran voz que llenó toda la casa y se oyó en la plaza y vecindad: ¡Viva Cristo Rey! De seguida el jefe rojo le disparo a la cabeza dos tiros que derribaron al Sr. Huguet cayendo de espaldas aún con los brazos abiertos, chorreando sangre. No dijo ya más palabras, ni hizo más movimiento, quedando en el charco de sangre que brotaba de sus heridas. Esto pasó en la planta baja del Ayuntamiento”. El 13 de octubre de 2013, este sacerdote fue beatificado por el papa Francisco.
El otro sacerdote de Menorca asesinado, que no estuvo preso en el Atlante fue Pablo Brunet Torrens (1873-1936). Era natural de Garidells (Tarragona), con una muy buena preparación académica, pues era doctor en Derecho Canónico. Cuando estalló la Guerra Civil era rector del seminario de Ciudadela. El 18 de julio de 1936 se encontraba en su pueblo natal, donde era muy conocido, por lo que decidió marchar a Barcelona, por considerar que en esa ciudad podría esconderse mejor. Pero fue descubierto y murió mártir el 8 de agosto de 1936.
Los otros 37 sacerdotes de Menorca que fueron asesinados pasaron sus últimos días en el Atlante, donde las condiciones de vida fueron una auténtica tortura. Sus carceleros les retenían en las bodegas y les impedían salir a hacer sus necesidades, para después burlarse de ellos. Los guardianes, según cuentan los que sobrevivieron, trataron con especial inquina a los sacerdotes, a los que obligaban a hacer los trabajos más duros y desagradables como limpiar las letrinas. A todos los presos del Atlante les racionaron la comida y pasaron un hambre atroz. Y en una ocasión en la que algunos de ellos se quejaron de que la comida estaba sosa, como venganza, al día siguiente cocinaron la comida de todos con agua del mar.
Este grupo de 37 sacerdotes, presos en el Atlante, mantuvo la vida espiritual de los cautivos del barco. Todas las tardes se distribuían en grupos para rezar el rosario. Los domingos celebraban “misas secas”, sin las sagradas formas y sin vino e invitaban a los presos a comulgar espiritualmente. Las vísperas de las grandes festividades religiosas hicieron triduos y novenas y, por supuesto, todos ellos dedicaron muchas horas a confesar a sus compañeros de cautiverio.
El vapor Atlante fue una autentica checa flotante en el puerto de Mahón.
El 18 de noviembre un grupo de milicianos asaltó el Atlante, sin que los carceleros hicieran nada por impedirlo, sacaron en grupos a los presos y los fusilaron en el mismo muelle, obligando al resto de los presos a presenciar esos crímenes. Ese día, el 18 de noviembre, asesinaron a veintidós sacerdotes. Estos eran sus nombres:
Juan Mercadal Sans, párroco y fundador de la Federación Católica-Agraria de Mahón.
Juan Benejam Marqués, ecónomo y apóstol de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
Jaime Mercadall Anglada, ecónomo.
Antonio Orfila Pons, ecónomo y fundador de un sindicato agrícola.
Guillermo Llabrés Pons, ecónomo.
Gabriel Conforto Tuduri, vicario y especialista en restauración de obras de arte.
Rafael Serra Mesquida, vicario.
José Mercadall Pons, vicario.
Antonio Pons Seguí, vicario y director de la Obra de la Propaganda de la Fe.
Francisco Jansá Guardiola, vicario.
Alberto Triay Gornés, beneficiado.
Sebastián Fuxá Bagur, vicario,
Bartolomé Villalonga Seguí, vicario.
José Benejam Coll, vicario.
Francisco Catalá Mordá, vicario.
Miguel Pons Pons, vicario y hermano de Antonio.
Rafael Mascardó Pons, beneficiario.
Rafael Camps Triay, presbítero.
Francisco Pons Sintes, presbítero.
Esteban Quintana Victori, presbítero, ejerció el ministerio sacerdotal durante siete años en Uruguay.
Antonio Romero Mercadall, presbítero.
Antonio Pons Pons, hermano de Miguel y prefecto del seminario.
Y al día siguiente, 19 de noviembre, sacaron del Atlante a los 15 sacerdotes que quedaban y los llevaron al cementerio de Villa-Carlos, donde fueron fusilados. Estos son sus nombres:
Miguel Dalmedo Orfila, chantre, licenciado en Teología y doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad Gregoriana.
Juan Tuduri Moll, maestrescuela, doctor en Teología por la Universidad de Valencia y en Derecho Canónico por el colegio de la Minerva de Roma.
José Planells Riera, canónigo y catedrático de Física y Química en el seminario.
Guillermo Capó Medina, magistral.
José Tudurí Moll, lectoral, doctor en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma, doctor en Filosofía por la Academia Romana de Santo Tomás, escritor y poeta.
Rafael Bosch Ferrer, beneficiado del Concordato e historiador de Menorca.
Miguel Mascaró Pons, salmista, organista y catedrático de Matemáticas en el seminario.
Juan Pons Preto, sochantre y organista.
Miguel Gomila Rotger, ecónomo, apóstol de los enfermos y auxilio de los pobres.
Pablo Salord Goñalons, beneficiado.
Pedro Riera Bagur, beneficiado.
José Bosch Anglada, vicario y autor importantes investigaciones históricas.
Pedro Benejam Gorrías, vicario, ejerció su ministerio sacerdotal durante 17 años en Argentina y Uruguay.
José Franco Goñalons, vicario y colaborador en los periódicos El Eco de Ciudadela, La Verdad y El Iris.
Rafael Pons Benejam, mayordomo del seminario.
Y a buen seguro que a la mayoría de ustedes, mis lectores, les habrá pasado lo mismo que a mí cuando he ido escribiendo todos estos nombre, que me he ido encomendando a la intercesión de cada uno de estos sacerdotes mártires. Pero si usted es de la minoría que no lo ha hecho así, todavía está a tiempo y se lo recomiendo, empiece por el primero de la lista y siga hasta el final, porque este ejercicio es beneficioso y esponja el alma.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá