El día de San Fermín de 1950, se adjudicaron las obras de la Cruz del Valle de la Caídos a la constructora del empresario navarro Félix Huarte (1896-1971). A ese concurso acudieron nueve empresas, que presentaron en total catorce propuestas, pues Rodolfo Lama Construcciones ofertó tres, y Construcciones Colomina y San Román presentaron dos cada una. La propuesta más baja fue de 23.575.345 pesetas y la más alta de 151.515.944 pesetas; tan abultada cantidad de la segunda se entiende porque la dificultad de construir los brazos de la cruz la resolvió mediante una estructura envolvente con un molde hormigón, dentro del cual se construiría la cruz, para una vez soldados los brazos, derribar dicho molde.
La propuesta de Huarte fue de 33.661.297,41 pesetas. La ejecución de los brazos de la cruz, de enorme complejidad técnica, obligaba a trabajar en el vacío al crecer los brazos mediante unos tirantes del centro a los extremos. Todos los obreros contratados en la concesión de la empresa Huarte eran libres y los presos que trabajaron en ella lo hicieron después de redimir sus penas en otros trabajos del Valle de los Caídos. A los obreros se les proporcionaron unos chalecos, sujetos con correas a la estructura de la cruz, y más de uno se cayó y se quedó colgado; entonces los subían “blancos como el papel”, como se lee en la documentación, se les daba a continuación dos copas de coñac y se les dejaba abajo hasta que se recuperaban. Y todo quedaba en sustos, porque en esa obra tan peligrosa no hubo ni un solo accidente mortal.
Todos los obreros contratados en la concesión de la empresa Huarte eran libres y los presos que trabajaron en ella lo hicieron después de redimir sus penas
Además de la cruz, la empresa Huarte construyó la gran explanada y remató la bóveda de la basílica. Franco quiso dejar la bóveda de la basílica con la piedra, al natural, pero no pudo ser porque de vez en cuando se desprendían lo que se llama en cantería lisos, alguno de más de mil kilos. Por eso la empresa Huarte se tuvo que encargar de resolver el problema. Para ello se recubrió la bóveda como con una cáscara de huevo, pero de hormigón armado, y al concluir se simuló con yeso que era piedra. Y para rellenar los huecos del monte que había dentro de esa “cáscara de huevo” de hormigón se trajo un cañón especial que lanzaba un metro cúbico de hormigón en cada cañonazo. Y como el hormigón es una mezcla de cemento con piedras, al rozar todas esas piedras con el ánima del cañón, salía por su boca fuego envuelto en un ruido estremecedor. Y así fue como la empresa de Félix Huarte remató esa bóveda para que no tuviera ningún peligro.
Pero volvamos al 7 de julio de 1950. Por culpa de esa adjudicación, los periódicos de Pamplona no pudieron recoger en los “ecos de sociedad” la llegada de la familia Huarte para celebrar las fiestas de San Fermín, como acostumbraba todos los años. Conviene recordar que la empresa de Félix Huarte era navarra, muy navarra, y todo lo que tenía como suyo más allá de la muga, incluido el gran montaje de Madrid, eran solo sucursales de Pamplona. Por eso la ausencia de Félix Huarte en los primeros días de julio era todavía más chocante, porque desde la fundación de la empresa en 1927, durante esas fiestas Félix Huarte se reunía con todos sus empleados en una comida.
Y todo quedaba en sustos, porque en esa obra tan peligrosa no hubo ni un solo accidente mortal
El más ilustre de los visitantes de Pamplona en esos días fue el ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo (1905-1979), que llegó a Pamplona el día 8 de julio y regresó a Madrid dos días después. Durante su estancia en la capital del Viejo Reino vio el encierro, presidió la corrida de toros y celebró algún acto oficial.
El asueto del ministro se comprende mejor si se tiene en cuenta que el día 8 todavía no tenía conocimiento de lo que había sucedido el día de San Fermín en Nueva York, como consecuencia de la guerra que acaba de estallar en Corea. El 25 de junio, cinco divisiones norcoreanas, equipadas con armamento soviético, cruzaron la frontera con el propósito de reunificar el país y se apoderaron de Seúl. Sin posibilidades de resistencia, el presidente, Syngman Rhee (1875-1965), tuvo que abandonar Corea del Sur.
La Guerra de Corea tuvo un enorme eco en España, que volvía a revivir su lucha contra el comunismo. Las noticias de esta guerra apenas dejaban espacio en los periódicos para otros sucesos, excepción hecha de la participación de España en los mundiales de fútbol, los mundiales del famoso telegrama enviado a Franco por el presidente de la Federación, Armando Muñoz Calero: “Excelencia, hemos vencido a la pérfida Albión”.
La prensa extranjera se refería a España cada vez con más frecuencia como “el baluarte anticomunista de Europa”
Pues bien, el día de San Fermín de 1950, el presidente de EEUU, Harry S. Truman, se reunió con el Comité de Seguridad Nacional para analizar el conflicto de Corea y se decidió firmar cuanto antes un acuerdo con Japón y con España. Franco conoció esa decisión el día 8 por un comunicado telegráfico que le puso José Félix de Lequerica (1890-1963).
Así es que el día 7, además de adjudicarse las obras de la Cruz del Valle de los Caídos, comenzaba la cuenta atrás del cerco diplomático y del aislamiento internacional que padecía España, hasta que, por fin, en los últimos días de 1955 ingrese en la ONU. Condenado al aislamiento el régimen, tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, a medida que nos acercamos a 1950, la prensa extranjera se refería a España cada vez con más frecuencia como “el baluarte anticomunista de Europa”. Y fue en el mes de enero de ese mismo año, cuando se produjo la famosa declaración del Secretario de Estado, Dean Acheson (1893-1971), quien afirmó que la política de Estados Unidos respecto a España, además de un error, había sido un fracaso.
El proyecto del Valle de los Caídos era lo suficientemente importante como para no abandonar Madrid, aunque fueran las fiestas de Pamplona. Así es que, cuando Félix Huarte conoció la adjudicación, el día 7 de julio, se reunió urgentemente con Fidel Alzu, uno de sus primeros empleados y persona de su absoluta confianza desde hacía años y encargado de obra, legendario en la empresa. Félix Huarte le espetó, como su encargado cuenta en su diario: “Alzu, ahí tiene usted este regalito. A ver cómo se las arregla”.
Sin perder un día, Félix Huarte y sus hombres de confianza fueron a visitar el Valle de los Caídos para plantear la obra y el 25 de julio ya estaban los obreros trabajando en las instalaciones de poblados, talleres y almacenes. Tal rapidez fue posible gracias a que, previamente, el equipo de ingenieros y arquitectos de la empresa había estudiado a fondo aquel proyecto por el afán que tenía Félix Huarte de levantar esa cruz.

Foto de la primera visita de Félix Huarte al Valle de los Caídos, tras la adjudicación de la construcción de la cruz. Le acompaña Fidel Alzu
La cruz la proyectó Diego Méndez (1906-1987), pero este hombre era un arquitecto y normalmente en España los arquitectos no calculan. Además, el cálculo de esa obra no la podía hacer un ingeniero cualquiera. Y ese hombre precisamente lo tenía Félix Huarte en su empresa. Se llamaba Carlos Fernández Casado (1904-1988), catedrático de la Escuela de Ingenieros. Su Cálculo de estructuras es libro de referencia en la ingeniería y, por méritos más que sobrados, ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1976.
Las primeras semanas la cruz apenas subía, todo lo más 60 o 65 centímetros al día. Incluso entre los colaboradores de Franco alguno pensó que Félix Huarte iba a fracasar, porque no cumpliría los plazos. Pero asentada la base, cambiaron las cosas y, cada semana, la cruz crecía unos seis metros.
Por fin, el 1 de abril de 1959 se inauguraron la basílica del Valle de los Caídos y el Centro de Estudios Sociales, en un momento de su discurso, Franco afirmó lo siguiente:
“El gran problema político de nuestro tiempo y que cada año se refleja con más claridad es el peligro comunista. No el de la amenaza bélica, con ser esta en sí importante, sino el poder e influencia del comunismo por la subversión y la explotación del descontento. El mundo no ha valorado debidamente el poder de captación de los agentes y la influencia del oro de los comunistas, para dirigir la subversión a otros países”.
Y por no valorar ese peligro, los comunistas forman parte del Gobierno de España.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá