Soplan aires de guerra y Europa no sabe ni por dónde le da el viento. El Viejo Continente, al perder sus raíces, no sabe lo que es, como para que entienda lo que le pasa. Me dirán que las hojas de la planta de Europa están verdes, porque tiene mucho dinero… ¡800.000 millones de euros se quieren gastar en armamento! Sí, Europa tiene mucho dinero, pero no tiene raíces… Es verdad que Europa tiene sus instituciones, sus dirigentes y sus arcas repletas de euros... Es cierto que la Europa actual exhibe hermosas hojas verdes, pero no tiene raíces, porque es una planta de plástico de esas tan reales, que dan el pego.

Nadie como San Juan Pablo II (1920-2005) diagnosticó la enfermedad de Europa y recetó las medicinas que podían curarla, en ese antológico discurso que pronunció en la catedral de Santiago de Compostela el martes 9 de noviembre de 1982. En su intervención, respondió a cuatro preguntas que describen las características del cáncer que nos aqueja y proporcionó un par de indicaciones para remedio del mal. Las resumo y las comento.

El Viejo Continente, al perder sus raíces, no sabe lo que es, como para que entienda lo que le pasa

Primera pregunta: ¿Cuándo y cómo se ha manifestado la crisis de Europa?

Contra ese optimismo estúpido de un europeísmo que cierra los ojos para no ver la realidad y que proclama que vivimos mejor que nunca, San Juan Pablo II, tras reconocer que Europa es “el continente que más ha contribuido al desarrollo del mundo, tanto en el terreno de las ideas como en el del trabajo, en el de las ciencias y las artes”, afirmó: “No puedo silenciar el estado de crisis en el que se encuentra [Europa]”.

En efecto, el primer momento en el que se habló de la crisis de Europa fue tras la conclusión de la Primera Guerra Mundial. Paul Valéry (1871-1945) fue uno de los primeros en darse cuenta de lo que pasaba y así lo denunció con esa famosa frase que escribió en 1918: “Nosotras las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales”. Por segunda vez en la década los sesenta del siglo pasado, cuando se dio la aparición de toda una serie de ismos, vuelven a alertar de la crisis europea: eurocomunismo, maoísmo, neomodernismo, pacifismo, ecologismo, feminismo etc.

La manifestación más angustiosa de esta crisis es el miedo a la vida. Precisamente, porque la vida sin raíces pierde su sentido, se la elimina y ya no se la desea para sus sucesores, lo que provoca un alarmante envejecimiento de la población. Y este no es un problema de una determinada zona, porque la crisis europea en una civilización planetaria necesariamente afectará a todo el mundo. Con un añadido que agrava la situación, ya que esta crisis nace y se desarrolla en un continente donde Cristo quiso poner la cabeza de su Iglesia y cuyas naciones evangelizaron al resto del mundo.

Segunda pregunta: ¿Cómo se ha producido la crisis?

San Juan Pablo II, tras mencionar las fracturas que han roto a Europa a lo largo del tiempo, no duda en denunciar la incoherencia de la vida de los cristianos como la más grave de todas ellas. Lo dijo con estas palabras: “Europa está además dividida en el aspecto religioso: no tanto, ni principalmente por razón de las divisiones sucedidas a través de los siglos, cuanto por la defección de los bautizados y creyentes de las razones profundas de su fe y del vigor doctrinal y moral de esa visión cristiana de la vida, que garantiza equilibrio a las personas y comunidades”.

Tercera pregunta: ¿Cuál es el origen de la crisis?

San Juan Pablo II se refiere a la escisión del mismo ser de Europa, porque se ha roto el tronco de la cultura europea, al orientar la vida de los hombres solo por la tradición civil, marginando una parte sustancial como es la religiosa.

La negación del hombre como criatura de Dios, para proclamar que somos seres autónomos, abre el camino para el triunfo de las ideologías secularizadas. Durante los siglos XIX y XX, el liberalismo, la democracia y el comunismo ya han ensayado la posibilidad de salida, sin resultado alguno, porque todas estas ideologías al desplazar al cristianismo la única capacidad que tienen es la destrucción del hombre, de modo que el único equilibro que pueden establecer es el del terror.

Cuarta pregunta: ¿En qué consiste esta crisis?

La crisis de Europa es una crisis de sentido. Al no entender al hombre como creado a imagen y semejanza de Dios y redimido por Jesucristo, se le cercenan sus aspiraciones de eternidad.

La felicidad del hombre se reduce al bienestar material, y solo a lo material, de la que los Estados se establecen como garantes. Pero como no siempre ni a todos el Estado les puede hacer efectivo ese bienestar material, en la práctica el desarrollo histórico de las ideologías materialistas está cruzado por los desacuerdos sociales, que en los dos últimos siglos se han manifestado de manera sangrienta más veces de las deseables.

Por lo tanto, si el problema surge porque Europa ha cerrado sus puertas al cristianismo, no resulta muy complicado encontrar el remedio. San Juan Pablo II lo dijo con estas palabras: “Si Europa abre nuevamente las puertas a Cristo y no tiene miedo de abrir a su poder salvífico los confines de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo, su futuro no estará dominado por la incertidumbre y el temor; antes bien se abrirá a un nuevo período de vida, tanto interior como exterior, benéfico y determinante para el mundo, amenazado constantemente por las nubes de la guerra y por un posible ciclón de holocausto atómico”.

Primera indicación: Recuperar la unidad de vida.

Europa restañará la ruptura de su alma si recupera la unidad de vida, si abre la posibilidad al restablecimiento de una cultura cristiana, que es la que permitirá dar sentido a la vida de los hombres y por lo tanto de Europa. Y si eso ya se hizo en otros tiempos, también ahora es posible llevarlo a cabo, como indicó el Papa en la catedral de Santiago: “Benito supo aunar la romanidad con el Evangelio, el sentido de la universalidad y del derecho con el valor de Dios y de la persona humana. Con su conocida frase ora et labora -reza y trabaja- nos ha dejado una regla válida aún hoy para el equilibrio de la persona y de la sociedad, amenazadas por el prevalecer del tener sobre el ser”.

Ahora bien, ¿Es posible esto o solo es el pío deseo de un papa? Pues bien, frente al determinismo de quienes afirman que en nuestro mundo no hay otro camino que el materialismo, ya sea en versión liberal o en versión socialista, San Juan Pablo II proclamó las posibilidades de una libertad, fundada en Jesucristo. San Agustín (354-430), que ha sido el primer gran pensador cristiano de la concepción del tiempo, lo dice de un modo brillante con tan solo tres palabras: Circuli explosi sunt (De Civitate, 1, 13, c.13). Los círculos que encorsetaban la vida humana han saltado por los aires, pues tras la Encarnación Redentora de Dios nuestro paso por la tierra tiene sentido. Y San Juan Pablo II remachó este concepto con las siguientes palabras: “Jesucristo, el Señor de la historia, tiene abierto el futuro a las decisiones generosas y libres de todos aquellos que, acogiendo la gracia de las buenas inspiraciones, se comprometen a una acción decidida por la justicia y la caridad en el marco del pleno respeto a la verdad y la libertad”.

Segunda indicación: Europa nunca alcanzará una posición estática.

San Juan Pablo II, citando a Goethe (1749-1832), proclamó que la conciencia de Europa ha nacido peregrinando: “Europa entera se ha encontrado a sí mismo alrededor de la memoria de Santiago, en los mismos siglos en los que ella se edificaba como continente homogéneo y unido espiritualmente”.

Así es que rota la unidad, el Papa con voz potente hizo una llamada a la reconstrucción: “Yo, obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes”.

Y conviene tener en cuenta, que cuando San Juan Pablo II se dirige a Europa está utilizando una figura literaria que nombra al todo por la parte o viceversa, como cuando para referirnos a cuatro barcos utilizamos el término “cuatro velas”. Por lo tanto, en este despertar del inmovilismo para reconstruir una Europa cristiana la responsabilidad es de cada uno de nosotros: “¡Europeo, sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces…! No, no es un problema de estructuras. Todo depende de la respuesta de cada uno, porque en la medida que cada cristiano viva coherentemente, seremos capaces de construir una vida estructurada a partir de la fe cristiana.

 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá